Выбрать главу

Kendy estaba preparado para emitir su habitual mensaje cuando la fuente de luz hidrogenada desapareció.

Aquello era desconcertante. Normalmente, el motor principal de los MACs podía funcionar durante varías horas. Quizás los inyectores de posición estaban enviándolo locamente, como si fuera la pelota de un partido de fútbol. Kendy fijó su atención en un punto que derivaba del remolino del Anillo de Humo, y esperó.

Una docena de hombres de la Armada se abría camino hacia el mac, usando cuerdas y garfios, atentos a que pudiera ponerse en marcha de nuevo, Ordon iba el primero del grupo, muy adelantado, a pocos metros de la ventana. La muerte se reflejaba en su cara.

¡Deprisa, ahora! Apretar el botón amarillo. La pantalla estaba oscilante: apagar el azul. Pantalla amarilla: las luces interiores parecían brillantes, corriente interna encendida, la temperatura mostraba una raya vertical con números y una muesca en el centro; allí, una complicada línea que mostraba la cabina del mac vista desde arriba. El Grad cerró las líneas que representaban las puertas con un nervioso movimiento de los dedos. Tras él, la esclusa de aire se cerró.

Lawri se agitó.

El Grad escuchó mudos golpes en las puertas.

Empezó a jugar con las pantallas verdes, recorriendo diversas vistas con las cámaras del mac. Tenía un tiempo preciosamente corto para aprender a manejar aquella reliquia de materia estelar. Sintió sobre él la mirada de Lawri, pero la ignoró.

Los golpes se detuvieron, luego volvieron a empezar. Ordon gruñía a través de una ventana lateral. Debía haberse agarrado a las mallas y estaba aporreando el cristal.

El Grad se movió hacia la ventana. Dijo una palabra. Ordon reaccionó —sorprendido— pero no podía oír. El Grad la repitió, exagerando con los movimientos de los labios al pronunciar la palabra que había justificado el asesinato de su benefactor, de Klance, el asalto sobre Lawri, la traición a su amigo, Ordon, y que dejaba el Árbol de Londres sin defensa contra el ataque.

—¡Guerra, Ordon! ¡Guerra!

Dieciocho — La guerra del Árbol de Londres

Clave se estaba quedando atrás. Los cartheros lo consideraban un novato, y lo era: no había sabido elegir entre el total de extrañas vainas. Le habían dejado que reventara una muy lenta. Había desfilado junto al tronco; su camino se inclinaba hacia abajo en aquellos momentos. Se encontraría entre la última docena que aterrizara.

Las cuerdas recorrían la superficie del tronco del Árbol de Londres, y cajas de madera se elevaban hacia el centro desde ambos extremos. Clave vio que las dos cajas se abrían de golpe casi simultáneamente, expeliendo de su interior hombres vestidos de azul, ocho de cada caja. Los cazadores de copsiks parecían saber lo que iban a hacer. Se orientaron rápidamente y reventaron pequeñas vainas surtidor para dirigirse hacia el punto medio del árbol, en la cara este. Hacia el carguero. Veintitantos cazadores de copsiks lo rodeaban. La llama de su cola se había apagado, con todo lo que aquello pudiera significar.

Los cartheros sobrepasaron el tronco como una ráfaga en sus vainas surtidor. Pero ya estaban dando la vuelta, llegando por el lado oeste del tronco, esparciéndose drásticamente. Arpones emplumados volaron desde los largos arcos de pie de los cazadores de copsiks. Los guerreros de la Tribu de Carther enviaron hacia ellos las saetas de sus ballestas. Redujeron el número de enemigos casi a la mitad.

La jungla era terrible, un mundo verde pasando a menos de un klomter de distancia. Clave se había preguntado si llegaría a golpear contra el árbol, pero parecía que no iba a ser así. El vapor de la vaina había disminuido. La jungla arrastraba una espesa línea de nubes y una tormenta de pájaros que intentaban huir, y dos masas más oscuras: los grupos de Hild y Lizeth formados cada uno por una veintena de vainas surtidor.

Tan cerca del árbol, la curvatura del tronco ocultaba el antiguo carguero y su lugar de amarre; pero las dos columnas de refuerzos enemigos parecían converger en el carguero. También ellos conocían su valor. Volaban a través de un bosque de arpones emplumados.

El surtidor de la vaina de Clave disminuyó.

Las maldiciones le atravesaban la mente mientras gateaba alrededor de la vaina para ponerla entre su cuerpo y los arpones. Clave casi había llegado hasta el tronco. Otros lo habían hecho antes. Los cartheros utilizaban anclajes sobre los edificios agrupados para esquivar los arpones emplumados o despedazar planchas de corteza para usarlas como escudos. Los cazadores de copsiks preferían dispararles desde el cielo, donde sus miembros tenían completa libertad para poder accionar sus grandes arcos.

Anthon y una docena de guerreros estaban disparando contra el carguero, empleando como protección la curvatura del tronco.

La vaina de Merril golpeó contra una choza de madera. Había usado la vaina para absorber el golpe: una buena técnica. Algunos cazadores de copsiks intentaban alcanzar el edificio. Merril les disparó a dos de ellos desde detrás de la construcción, y luego, cuando los demás estuvieron muy cerca, abandonó su refugio.

¿Habría algo valioso en aquel edificio? La aptitud de los cazadores de copsiks parecía afirmarlo. Clave disparó una flecha hacia ellos y pensó que le había dado a alguno en los pies.

Buscaban el carguero. Clave pudo verlo: todos estaban sobre él, colgando de las redes y de la corteza.

Casi todos los guerreros de la Tribu de Carther habían alcanzado el tronco. Clave había aterrizado en el centro de la batalla. De momento, sólo podía mirar. En el caos de la batalla, ciertas estrategias empezaron a perfilarse:

Los cazadores de copsiks eran menos numerosos. Se retrasaban, por aquella y por otra razón. En combates cercanos no podían usar los arcos. Tenían espadas, y también los cartheros; pero los cartheros, al ser más altos, tenían más alcance. Vencieron en algunos encuentros.

Los cazadores de copsiks usaban vainas surtidor más pequeñas, de las que normalmente crecían en un árbol integral. Preferían quedarse en el cielo.

Clave observó como los cartheros saltaban hacia un grupo de ocho hombres vestidos con ponchos azules. Los cazadores de copsiks usaron sus vainas surtidor, dejando a los cartheros pataleando en el cielo a sus espaldas y dispararon hacia atrás con los arcos de pie. De pronto, dos cartheros estuvieron entre ellos, tratando de matarlos, y en seguida se les unieron otros dos. En caída libre, los cazadores de copsiks luchaban como niños. Los cazadores de copsiks les quitaron a los cadáveres las vainas surtidor.

Clave derivó, ¡los Estados de Carther estaban ganando sin él!

A lo largo del tronco, una caja de madera subía lentamente. Empezó a vomitar refuerzos: seis arqueros vestidos de azul y una voluminosa criatura plateada. En aquella forma había una terrible familiaridad… pero no llegarían hasta que pasaran por lo menos mil latidos.

Un cazador de copsiks apuntó hacia Clave, un blanco inmóvil. Cuidadosamente, disparó un arpón contra la vaina de Clave, luego empezó a moverse por el tronco. Podría disparar mejor cuando Clave estuviese más cerca. Clave disparó contra su enemigo. Sin suerte. El cazador de copsiks lo esquivó y esperó. Clave pudo ver su sonrisa.

La sonrisa se desvaneció cuando Merril le disparó por la espalda. La saeta aparecía por delante de los riñones. El cazador de copsiks hubiera podido luchar… pero su rostro era un grito silencioso. Asió la saeta mientras su cuerpo se retorcía entre convulsiones. El helecho venenoso debía ser una sustancia terrible.

La vaina chocó contra la madera y Clave fue detrás. Se dio la vuelta para soltarla, se agarró a la madera, y empezó a avanzar hacia Merril con la ballesta dispuesta. Vio azul recortándose contra la tormenta blanca en el cielo, disparó una flecha contra un hombre, y empuñó el arpón mientras el otro se dirigía hacia él con la espada levantada.