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La jungla estaba atacando el Árbol de Londres. La jungla se movía. ¿Quién había sido invitado? La nube verde estaba impresionantemente cerca… y retrocediendo.

¡Tendría que hacer algo! Pero, ¿qué? Hombres armados lo vigilaban.

El elevador estaba a decenas de klomters por encima suyo, y Gavving jadeaba. Sintió el cambio antes de verlo. Súbitamente le fue más fácil el pedaleo. El chirriante quejido de la bicicleta se adaptó a media octava. Levantó la vista.

La caja del elevador estaba dando vueltas, cayendo. Formas azules fueron escupidas de ella y se dirigieron hacia el tronco. Una era demasiado lenta. Cuando alcanzó el tronco se movía mucho más deprisa; rebotó, girando como algo roto, y continuó cayendo. Pero la caja caía con más rapidez.

—Dejad de pedalear. Manteneos en vuestros sitios —ordenó el oficial.

Los invasores habían cortado el cable. Ahora, ¿qué? Adentro te lleva hacia el este. La caja no iba a golpear donde ellos estaban; iba a golpear contra la rama hacia el este, pero ¿dónde? Gavving se imaginó la maciza estructura de madera chocando con el difuso follaje algodonoso.

—¿Oficial? ¿Y si eso choca con el complejo de las mujeres embarazadas?

—Está bajo la rama —dijo el hombre—. Mmmm… pienso que podría darle a alguien. ¡Maldita sea, es el complejo escolar! ¡Karal! Vete hacia el este hasta la punta de la rama y manda para abajo a todo el mundo. No dejes de examinar la choza. Ni la sección de almacenaje. Si vas lo bastante deprisa, podrás ponerte tú también a salvo.

—Señor, un hombre de la Armada —herido, con un brazo cruzado sobre el pecho— salió como una flecha desgarbadamente. Le siguieron otros dos.

El oficial habló por la caja parlante.

—Aquí Patry, Jefe de Grupo. El enemigo ha cortado los cables del elevador. ¿Cuál es vuestra situación?

La respuesta fue casi ininteligible por la estática. Gavving permanecía con la barbilla hundida y los ojos medio cerrados (pobre copsik agotado, demasiado cansado para pensar en amotinarse) y escuchando dificultosamente. Pudo oír—: Los elevadores funcionan. Nosotros… ando tropas. No sabemos cuántos son los enemigos, repito, cuarenta o cincuenta. No sabemos por cuánto nos sobrepasan en número. Nos están dominando. Están amañando el mac, pero incluso… no usan… atados.

—Veo dos masas oscuras al oeste.

—Olvídalas… demasiados problemas. Estamos enviando más hombres a la Ciudadela.

—Patry fuera.

El Grad reconoció a la mujer de largos miembros, Debby, por su largo y lacio cabello castaño. Los dos hombres que la acompañaban le eran desconocidos. Las ballestas con que le apuntaban le preocupaban menos que su miedo. No les gustaba el mac en absoluto.

Abrió ampliamente las manos hacia los costados.

—Soy el Científico de la Tribu de Quinn, el único que sabe cómo hacer volar esta cosa. Me alegra verte, Debby…

Lawri le cortó.

—¡Vete a darle de comer al árbol, amotinado! Te perderás en el cielo o nos estrellarás contra el tronco.

—…y esta es Lawri, la cazadora de copsiks.

Uno se recuperó.

—Soy Anthon. Este es Prez. Debby nos había hablado de ti, Grad. ¿Podemos irnos inmediatamente? ¿Recoger en las redes a todos nuestros guerreros y marcharnos? El hombre de plata se acerca.

—Estamos atados al árbol —dijo el Grad—. Cortad las cuerdas y quedaremos libres. Pero no voy a dejar a Merril y a Clave, y creo que hay tiempo para hacer otras cosas.

Señaló hacia la pantalla que mostraba la vista dorsal. Anthon y Debby se movieron a sus espaldas cautelosamente. Todo aquel material les resultaba anonadante.

—Aquella choza es el Lab. Debby, dentro podrás encontrar algunas cintas grabadas y la lectora, en las paredes. ¿Te acuerdas cómo era?

Debby asintió.

—Ve por ellas. Anthon, toma unos cuantos guerreros y corta las ataduras del mac. —El Grad miró las pantallas. Clave remolcaba a Merril mientras saltaba por la corteza, usando ambas piernas mientras Merril lanzaba saetas hacia sus perseguidores. Un hombre de la Armada cayó hacia atrás, herido. El hombre de plata llegó. El Grad dijo—: A ver si podéis hacerles una cobertura.

—Tú —dijo Anthon tranquilamente— no eres el jefe aquí, Científico.

—Aquí lo soy. ¡Y ya he tenido bastante para saber lo que es ser un copsik!

—Debby, trae toda esa comida de árbol al Científico. Toma un grupo. Prez, haz que corten los cables. —Anthon esperó hasta que hubieron salido por las puertas para volver a hablar. No quería testigos de aquella discusión—. Grad, ¿has luchado en alguna guerra?

—He capturado el mac.

—¿Tú? He superado… —Su voz se apagó—. No importa.

—¿Cuántos sois?

—Ahora, cuarenta, quizá menos. No cabemos dentro, pero podemos colgarnos de las redes.

—Quiero reunir el resto de la Tribu de Quinn. Están en la mata, y puedo encontrarlos. En el mac hay cosas suficientes como para hacerlo. Tenemos pequeños motores para esparcir fuego. Puede resultar fácil.

Anthon no quería precipitarse en tomar ninguna decisión. En el silencio, Lawri dijo:

—El no puede hacer volar el mac. Yo soy la Aprendiz del Científico.

—¿Por qué no la matamos? —preguntó Anthon.

—¡Espera! Es lo que dice… y yo mismo he matado al Científico. Lawri tiene muchas cosas que enseñarnos si se decide a hablarnos de ellas. Será inofensiva mientras siga atada.

Anthon asintió.

—Que viva. Pero yo soy el jefe de los Estados de Carther.

Yo el capitán del mac.

Anthon avanzó hasta las puertas y empezó a gritar órdenes. Había dejado pasar la palabra. Capitán. ¡El que violara las órdenes del Grad a bordo del mac sería un amotinado!

Los cartheros cortaron las cuerdas que sujetaban el mac. Saetas de las ballestas volaron hacia los hombres de azul que seguían a Merril y a Clave. Estos se tiraron de bruces en la corteza para protegerse. El hombre de plata llegó solo. No usaba vainas surtidor. Debía haber algo en aquel traje a presión que le permitía moverse.

El mac derivaba en libertad.

Lawri habló con un susurro de odio.

—¿Por qué no me han matado?

—Ellos no tienen las mismas razones que yo para apreciarte —dijo el Grad sin sarcasmo—. Si puedes, mantén tus opiniones en privado. ¿Piensas realmente que un guerrero de la jungla podría dejarte los controles?

Clave y Merril y Debby entraron como un torbellino. Debby había recibido una cuchillada y sangraba por las costillas. Merril voló hacia el Grad y lo abrazó.

—¡Grad! Quería decir Científico. Buen trabajo. ¡Quería decir glorioso! ¿Puedes hacer funcionar esta cosa?

El Grad sintió su gran importancia. ¡Que Clave y Anhton jugaran a los juegos de dominación! El Grad manejaría el mac, y esperaba que Lawri estuviese equivocada.

—Puedo hacerlo volar.

—¿Puedes encontrar al resto de los nuestros? —preguntó Clave.

—Están todos en la mata. Gavving está en la plataforma, de allí le recogeremos. Jayan y Minya con las mujeres embarazadas. Jinny y Alfin estarán en los Comunes. Podemos dejar el mac para recogerlos.

—Entonces vamos a trabajar. No puedo creerlo.

El Grad sonrió.

—¿Por qué habéis venido? No importa. Debby…

—Las tengo. Hemos tenido que luchar por ellas. —Siete cintas grabadas—. No encontramos la lectora.

—Quizá Klance… bueno, ya da igual. Sentaos. Tú también, Clave, Merril, ¡átate! —Miró las pantallas—. En pocos latidos podremos…

—¿Qué? —Clave vio cómo flotaban las pantallas en la ventana arqueada—. Este sitio es demasiado extraño para mí. ¡Todos esos cuadros me hacen bizquear! Yo… Grad, ¿tienes algo que nos permita librarnos del hombre de plata?