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—No a menos que se ponga a gatear por los motores. Lleva un traje de presión de hombre estelar.

—Bueno, es que está matando a todos nuestros aliados.

—Esa pistola escupidora que lleva sólo puede hacerte dormir y que te sientas maravillosamente. Pienso que ahora no debe preocuparnos. Están fuera de acción. Anthon, buen cronometraje. Siéntate en una silla.

Anthon jadeaba; su ballesta estaba en línea con los ojos del Grad.

—¡Has esperado demasiado! Ese maldito dios de plata…

—¡Siéntate en una silla y átate! Y dime cuántos tenemos a la izquierda. —El Grad intentaba leer en todas las pantallas a la vez. Los cartheros desaparecían tras el horizonte del tronco. Algunos flotaban desmayadamente; los que no habían sido golpeados tiraban de los demás. El hombre del traje de plata estaba sobre el mac, disparando dardos.

Anthon dejó de mirar asombrado. Se estaba atando a la silla.

—No podemos herirlo. He sido el único que ha podido llegar hasta el carguero. Los demás no han logrado ir a ninguna parte. Le tienen miedo.

—No podemos abandonarlos.

El hombre de plata estaba disparando contra las puertas. El Grad apretó todos los dedos juntos. El hombre de plata se asustó mientras las puertas se le cerraban en las narices, luego se movió hasta que apareció en la pantalla de la vista dorsal. Estaba agarrado a las redes del casco.

—Está en el mac —dijo el Grad.

—Despréndete de él —dijo Anthon.

—¿Soltarlo?

—Podemos dejar a mis ciudadanos si nos llevamos con nosotros al hombre de plata. Vienen en camino vainas de repuesto.

—Demasiado bueno. —Los dedos del Grad tamborilearon. El hombre de plata todavía colgando de las redes cuando el mac enfiló hacia el tronco y empezó a bajar.

Diecinueve — El hombre de plata

La cuba de lavado era un gigantesco cilindro de cristal. Colgaba de la parte inferior de la rama de cuerdas ancladas en la negra corteza por encima de la cabeza de Minya. Alrededor se extendía una inmensa plataforma de mimbre tejido con ramas espinosas vivientes. Una capa de piedras bajo la cuba soportaba un lecho de carbones. Una tubería corría a lo largo de todo el camino desde la reserva de la boca del árbol hasta el depósito de agua: una impresionante realización si Minya no hubiese estado tan cansada y hubiera podido apreciarla.

Minya e Usa agitaban ropa sucia en una matriz de agua espumosa con una paleta de dos metros de larga. Habilidad y mucha atención. Si se dejaba, el jabón del lavado podía hacer demasiada espuma y derramarse de la cuba, arrastrando la ropa. La supervisora Haryet salió de pronto para ver cómo lo estaban haciendo.

Minya aún no tenía molestias, pero si la sensación de un ser vivo en su interior. El embarazo de Usa parecía absurdo, una protuberancia en una línea recta. Como las demás, parecía haberse acoplado a su nueva condición sin muchas dificultades. Una vez le había dicho a Minya:

—Sabemos durante toda nuestra vida que los cazadores de copsiks pueden ir a por nosotras. Bueno, pues ya han ido.

Una cadena de chozas se extendía a lo largo de la parte interior de la rama. Muchas de las mujeres preferían quedarse en ellas. Todas no estaban embarazadas. Algunas cuidaban de sus antiguos huéspedes. Todas trabajaban: haciendo punto, cosiendo, preparando la comida que sería cocinada en la boca del árbol.

La tranquilidad se rompió por un apresurado crujido. Cuatro personas irrumpieron del túnel que bajaba desde la choza de exámenes: Jayan y Jinny, la supervisora Dloris, y un hombre de la Armada con un brazo en cabestrillo. Karal la reconoció, corrió hacia ella, la asió del brazo. Minya se atemorizó al ver su brutalidad.

—Estás perfectamente. —Estaba boqueando—. Excelente. Minya. Quédate bajo la rama. Que nadie… nadie deambule fuera de aquí.

—No vamos a ocuparnos de eso. Estamos bastante molestas. ¿Debo pensar que los hombres no nos autorizan a…?

—No voy a quedarme. Minya, ambos elevadores y por lo menos un hombre están cayendo desde treinta klomters, y no sabemos dónde van a golpear exactamente. Tengo que advertir a los niños del complejo escolar. —Señaló con un dedo la punta de la nariz de Minya—. ¡Quédate aquí! —Y echó a correr por el túnel, bamboleante, con el pecho palpitando.

algo pasase, había dicho el Grad. Algo estaba pasando, eso estaba claro, pero, ¿qué? ¿Lo sabría Dloris?

Minya adivinó dónde estaba la supervisora. Se movió hacia el final de la línea de chozas y entró en la última mientras Dloris salía con Haryet.

—Hemos estado contando —dijo Dloris—. Gwen ha desaparecido. ¿La has visto? Tres metros de alta y pálida como un fantasma, con un huésped de un año.

—No últimamente. ¿Qué está pasando?

—Sacad la ropa y secarla y luego apagad el fuego ¿Tenéis cuerdas? Bien. Tenedlas a mano. —Las dos supervisoras echaron a andar.

Minya se volvió hacia Jayan y Jinny.

—Échanos una mano. Jinny, tenemos suerte de que estés por aquí. Ahora estamos ya todas juntas. ¿Sabéis lo que está pasando?

—No. Karal parecía bastante asustado.

—¿Es la guerra?

—Lo mejor que podíamos hacer es volver a nuestra tarea hasta que estemos seguras —dijo Usa.

Sacaron la ropa de la cuba, alzándola con poleas. Cayó algo de agua. Invirtieron la cuba y la movieron hacia atrás mientras las gotas de agua fluían lentamente para caer en el fuego. En la débil gravedad del Árbol de Londres el vapor no se desprendía a mucha velocidad. Tendía más bien a expandirse como un invisible globo, caliente hasta escaldar.

Minya nunca había visto que se apagara el fuego. ¡Dloris debía estar esperando algo realmente drástico!

Continuaron trabajando. Colocaron la colada en la prensa y movieron con una manivela dos grandes losas de madera. El agua se escurrió por los bordes, empezando a chorrear hacia abajo.

Algo golpeó a través del follaje, en algún sitio cercano.

Se quedaron heladas. Minya se hundió en los ramajes con Jinny e Usa a sus espaldas. Avanzaron hacia el sonido. Minya torció cuando pensó que cualquier cosa que hubiese caído ahora estaba inmóvil.

Allí había un rastro de ramas rotas. Lo siguió hasta los restos retorcidos de lo que había sido un oficial de la Armada. El cadáver llevaba una espada, envainada, y un carcaj todavía lleno, aunque el arco había desaparecido.

Ahora es la guerra —dijo Minya.

—Tenemos que matar a las supervisoras —dijo Usa.

Minya saltó.

—¿Qué? —Fue como si una piedra hubiese hablado—. No importa, tienes razón. Me parece que estabas… creí que habías renunciado a ello.

Usa sólo sacudió la cabeza.

Oeste te lleva hacia dentro. Adentro te lleva hacia el este. Lo primero que hizo el Grad fue enfilar la ventana arqueada recta hacia abajo. Bajaban suavemente… más deprisa… el Grad dirigía el mac hacia la punta oeste y encendió los cohetes de popa para corregir el rumbo mientras derivaba a lo largo del tronco.

Sus pasajeros estaban rígidos por el terror, excepto Lawri, que estaba rígida por la furia.

Todavía llevaban un pasajero en el casco.

La voz de Anthon era tartamudeante. No podía controlarla.

—Quisiera observar que debíamos volver a los Estados de Carther ahora. Tenemos al hombre de plata y el mac. Esos cazadores de copsiks no tienen cosas que valoren más. Podemos negociar por vuestros copsiks.

Aquello parecía sensato.

—¿Clave? —dijo el Grad.

—Vete a darle de comer al árbol.