Выбрать главу

—Dejadme vivir. No digáis a nadie que os he ayudado.

—¿Por qué?

—Quiero por una vez escapar de mí misma. He sido supervisora demasiado tiempo. Muchos me desean la muerte. Pero vosotras solas no podréis subir. Quedaos aquí y esperad.

Se miraron unas a otras.

—Tú fuiste supervisora. ¿Durante treinta años? —Dijo Minya—. No. Creo que sé cómo tenemos que obrar.

El Grad enroscó los controles del motor… una chapuza. Habían de usarse a pares o en grupos para que el mac no empezara a girar. El Grad se dirigió hacia el follaje que había varios metros por debajo de la plataforma, con un horrendo estampido, y abrió las puertas en cuanto pudo.

Tres hombres saltaron hacia la puerta. Gavving agarró el brazo del hombre más viejo. El tercer hombre vestía de azul, y hacía girar una espada. Debby apuntó cuidadosamente y clavó una saeta de ballesta en él.

Gavving y el desconocido se metieron dentro. El hombre más viejo jadeaba.

—Tenemos que movernos —dijo Gavving—. Este es Horse. Quiere unirse a la Tribu de Quinn. Alfin no viene. Le gusta esto.

Un arpón emplumado rebotó entre las puertas. El Grad las cerró.

—Dejé a Minya y a Jayan —dijo el Grad— en el recinto de mujeres embarazadas…

—¿Qué? ¿Minya?

—Llevaba un huésped, Gavving. Tu hijo. Y los hombres no están permitidos en esa sección. —Más tarde, el Grad le diría la verdad… o parte de ella. De momento, para los testigos y para la grabación, Minya lleva el hijo de su esposo—. También está Usa allí, Anthon. Le dije a Minya que se reuniera con ella y que subieran hasta aquí. Tendremos que esperarlas.

Clave asintió. Gavving miraba fijamente con la boca abierta.

—Grad —dijo—, ¿no sabes que los túneles de los hombres no conectan con los de las mujeres?

—¿Qué dices?

—¡Que ellas no pueden ir más que a la aleta o a la boca del árbol, o volver! O abrirse camino… ¡Grad, es seguro que van a capturarlas!

Clave le puso a Gavving una mano sobre el hombro.

—Cálmate, muchacho. Grad, ¿dónde podríamos ir?

El Grad intentaba pensar. Pero fue Horse quien habló.

—No a la aleta. Aquello es de la Armada. Quizá nadie se dé cuenta de que hay unas cuantas mujeres de más en los Comunes o en las escuelas. O quizá se hayan quedado donde estaban y nos esperen.

—Jinny iría otra vez a la boca del árbol. De acuerdo. —El Grad encendió los motores delanteros.

El mac avanzó con la cola por delante a lo largo de la mata, dejando a su paso un sendero de llamas. Lawri chilló.

—¡Estás prendiéndole fuego al árbol! Fue ignorada.

—Yo hubiera ido al complejo de mujeres embarazadas. Nunca hubiese ido a los Comunes.

—Alfin sí —dijo Gavving—. Son grandes, y llegan hasta la boca del árbol. Si pudiéramos meter el mac en la boca del árbol…

Lawri se retorció.

—¡No podéis! ¡No podéis quemar la boca del árbol! ¿Qué vais a hacer? ¡Esto no es ya un motín, esto es una desenfrenada destrucción!

—¿Haría tratos el Árbol de Londres con copsiks amotinados? —preguntó Anthon suavemente.

Lawri permaneció silenciosa.

—Quedarnos aquí no va a resolver nuestros problemas. Antes fuiste muy convincente. Vamos a salvar a nuestra gente.

El mac se movió de lado a lo largo de la mata, acelerando poco a poco. Bajo ellos el cielo estaba despejado y el Grad hizo que el mac diese la vuelta.

Bajaron hasta más allá de la boca del árbol. El mac ralentizó, cerniéndose sobre ella. El Grad pulsó un par de botones amarillos. La luz relampagueó en los Comunes en dos rayos gemelos, como si el mac fuese un sol prisionero.

Las mujeres corrían… hacia otro lado. Todas eran gigantes de la jungla, saltando como ranas hacia el piso entretejido de ramas espinosas. Ninguna iba en el camino adecuado, ni era lo suficientemente morena como para ser Jinny.

—Baja —dijo Gavving como si su propia voz le hiriese—. Vamos al recinto de las mujeres embarazadas. ¿Qué hacemos cuando lleguemos?

El Grad dejó que el mac se sumergiera. Estaban ya debajo de la mata: el cielo era azul bajo ellos, verde más arriba.

—Esto está bajo la rama. Pienso que lo mejor es subir por ella. Puede que no lo consiga exactamente, y que los hombres de la Armada imaginen lo que estamos haciendo. ¿Estáis preparados para la lucha?

—Sí —dijeron varias voces.

El Grad sonrió.

—Quizá también podamos librarnos del hombre de plata, que todavía sigue con nosotros… ¿Qué es aquello?

Había cosas que caían del follaje. Un hato de ropa atado con cuerda. Grandes barras de pan. La carcasa de un pájaro, limpia y pelada. Poco después, del verde firmamento, empezaron a llover mujeres. Jayan, Jinny, y una gigante de la jungla: ¿Ilsa?

—Están saltando —dijo Gavving maravillado—. ¿Qué hubiera pasado si no hubiésemos venido?

—Lo hemos hecho —dijo Merril—. ¡Cógelas!

Cayeron dos grandes bolsas de cuero, y después otra mujer, saltando con la cabeza hacia abajo para alcanzar a las demás: Minya.

El Grad cortó los motores y estuvo pensando durante un momento. Era consciente de las voces que le gritaban pero era capaz de ignorar los ruidos que le estorbaban.

Recogerlas en la esclusa de aire. ¿Qué pasa con el hombre de plata? Todavía colgaba de la superficie dorsal. El Grad giró el mac para colocarlo entre el enano del traje a presión y las mujeres que caían.

Se estaban apartando. Harían falta tres operaciones. Primero, Jayan y Jinny. Se miraban la una a la otra con las manos entrelazadas, como cuando se desmanteló el Árbol de Dalton-Quinn. Parecían bastante tranquilas para las circunstancias. El mac se movió hacia ellas cuidadosamente.

El hombre de plata trepaba alrededor de la esclusa de aire.

—Agarraos —dijo el Grad haciendo que el mac girase. Más deprisa. Su cabeza también giraba; vio malestar en las caras que había tras él. El hombre de plata, sorprendido mientras daba la vuelta a una esquina, colgaba de las manos. El Grad usó los motores nuevamente, contra el giro, e hizo chocar violentamente al hombre de plata contra el casco. Este se desprendió y voló libre.

El Grad abrió las puertas. Las gemelas aún volaban hacia él. Expelió una ligera llamarada para frenar el mac: lo detuvo junto a ellas, volvió y se movió de lado. Y ambas empezaron a trepar por el mac.

Formas azules se deslizaban por el cielo verde. Hombres de la Armada, con vainas surtidor y arcos de pie y algo grande a lo que se agarraban tres hombres.

La reunión tendría que esperar.

—Agárrate a la silla —le dijo a Clave. Minya fue la siguiente. Volaba hacia el mac como si lo hubiera hecho durante toda su vida. El Grad no puso mucho cuidado; Minya golpeó contra el casco, y apareció con la nariz ensangrentada—. Lo siento —dijo—. ¡Gavving, no te preocupes de eso, ahora siéntate en una silla! ¿Quién es la siguiente?

—Es Usa —dijo Anthon—. ¡Están disparando contra ella! ¡Grad, cógela!

—Es lo que intento hacer. ¿Necesitamos la comida y todo lo demás? —Estaba ya junto a Usa, entre ella y los hombres de la Armada que caían. Voy resplandecía a espaldas de Usa. Flechas de arcos de pie marcaron el casco… pero aquel ruido sordo no encajaba en sus esquemas. ¿Qué…?

La mirada de terror y determinación de lisa se disolvió en un sueño feliz. El lo supo antes de mirar: el hombre de plata había vuelto, con pistola escupidora y todo lo demás. Estaba en la superficie dorsal, fuera del alcance de las puertas, y Anthon había lanzado una cuerda alrededor de la cintura de Usa y estaba tirando de ella.

—Métela… —Las sillas estaban ocupadas—. Que alguien la ponga en la pared del fondo y se quede junto a ella. No toquéis ningún aparato. Debby, pon una saeta encordada en esa carcasa y tira de ella.