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¡Tenían razón! Habían estado tumbados junto a la pared trasera, protegiendo a Usa de lo que podría haber sido una sacudida. Las sillas asesinas podrían haberles roto la espalda, pero ninguno de los gigantes de la jungla había estado con ellos.

Otros aún gruñían, agitándose, pasando del dolor al miedo. Usa empezaba a despertar. Merril —ojos vacíos, hipnotizados por el peculiar cielo que se precipitaba por la proa— parecía estar al margen de todo.

—Bueno, ¡alguien tiene que hacer algo!

La voz de Clave se extendió, y llenó la cabina del mac hasta la saturación.

—Calmaos, ciudadanos. No tenemos muchos problemas. Recordad dónde estamos.

Otros sonidos se detuvieron.

—El carguero fue construido para esto —dijo Clave—. Llegó de las estrellas. Sabemos cómo funciona dentro del Anillo de Humo, pero fue construido para funcionar en cualquier parte, ¿no es así, Grad?

Aquella evidencia se le había pasado por alto a él.

—No en todas partes, pero… fuera del Anillo de Humo, seguro que sí.

—Eso está bien. ¿Cuál es nuestra situación.

—Dame un respiro.

El Grad estaba avergonzado. Esto permitió que Clave volviera a poner su mente en marcha. No tenemos problemas. Afortunadamente. Clave no tenía el entrenamiento adecuado para saber que aquello no tenía sentido.

La pantalla azul estaba encendida. Tracción: 0. Aceleración: 0. El gran rectángulo azul tenía un borde de parpadeante color escarlata: motor principal encendido, combustible agotado. Dio un ligero golpecito, con la esperanza de que sirviera de algo. O2: 211. H2: O. H2O: 1,328.

—Agua en abundancia, pero nada de combustible. No podemos maniobrar. No encuentro solución, no sé adonde vamos a ir. ¿Lawri?

Sin respuesta.

—Estamos condenados a caer antes o después. —Pantalla verde—. La presión está bajando en el exterior.

Estamos… —Aquello podría causar disturbios, si los demás se enteraban—. Estamos saliendo del Anillo de Humo. Por eso el cielo tiene ese color tan peculiar. —Pantalla amarilla—. El soporte vital parece bueno. —Pantallas de las ventanas—. ¡Oh, madre mía!

En las vistas de popa y laterales, todo había disminuido: los árboles integrales eran palillos, los estanques gotas brillantes, todo parecía sumergido en la niebla. Gold era una protuberancia dentro de una lente más amplia con formas de nubes que se desvanecían hacia el este y el oeste: una forma tormentosa que se esparcía por el Anillo de Humo. El planeta oculto parecía indecentemente cercano.

—¿Grad?

—Lo siento, Clave, me había transpuesto. ¡Ciudadanos, no os perdáis esto! Nadie había visto el Anillo de Humo desde fuera, sólo los hombres que llegaron de las estrellas.

Todos se acercaron para ver las pantallas o echar una mirada al exterior a través de las ventanas laterales. Pero Gavving dijo:

—Creo que Horse ha muerto.

¿Horse? El viejo que Gavving había llevado con él. Horse, ciertamente, parecía estar muerto; apenas dudaron de que la marea hubiera parado el corazón de un hombre viejo. Pobre copsik, pensó el Grad. Nunca se había encontrado anteriormente con Horse, ¿pero qué ser humano querría morir poco antes de poder ver aquello?

—Tómale el pulso.

—Vista a babor, Jeffer —dijo Lawri.

Había algo en su voz… el Grad miró. Junto al borde: ¿un destello plateado?

—No…

—¡Es Mark! ¡Todavía está ahí afuera!

—No puedo creerlo.

Pero el traje a presión plateado gateaba ante sus ojos. El enano debía estar agarrado a las redes durante toda la salvaje aceleración.

—¡Jeffer, déjale entrar!

—¡Es un hombre! Yo… Lawri, no puedo. La presión es demasiado baja en el exterior. Perderíamos nuestro aire.

—Se va a morir ahí afuera. Espera un minuto. Abre las puertas una por una. ¡Ah! ¡Por eso Klance las llamaba esclusa de aire! Lo decían las cintas grabadas.

—Seguro. Dos puertas mantienen el aire dentro. De acuerdo. —Golpes apagados resonaban a popa. El hombre de plata necesitaba entrar—. Anthon, Clave, puede ser peligroso. Quitadle la pistola en cuanto haya entrado. —El Grad despejó todo excepto la pantalla amarilla. De momento no podía tomar decisiones rápidas. Pellizcó juntas ambas líneas —había que asegurarse de que estaban muy apretadas— y luego abrió la puerta exterior con el dedo índice.

El hombre de plata desapareció de la vista al entrar en la esclusa de aire.

Bien. Cerrar la otra línea, un momento… ¿no hay bordes rojos? Abrir la interior. El aire siseó en la esclusa. El hombre de plata penetró en el mac, le dio a Anthon la pistola escupidora, y se llevó las manos al yelmo.

En el fondo de su ser, Lawri había esperado en el último minuto un contramotín por parte del hombre más duro de la Armada. Abandonó aquella esperanza cuando le vía la cara. Mark era un enano, naturalmente, y los huesos de su rostro se marcaban brutales; pero la mandíbula le colgaba fláccidamente y su aliento era rápido y su cara palidecía por la impresión. Sus ojos titubearon por la cabina, buscando seguridad.

—¿Minya?

Una mujer de cabello oscuro le contestó.

—Hola, Mark.

Su voz era opaca y su expresión hostil. Mark asintió sin alegría. Reconoció a Lawri.

—Hola, Aprendiz del Científico. ¿Y ahora qué?

—Estamos en poder de los amotinados —dijo Lawri—, y quisiera que se dedicaran a algo mejor que a volar con lo que han robado.

El Primer Oficial de los amotinados dijo:

—Bienvenido a la Tribu de Quinn, como ciudadano.

La Tribu de Quinn no tiene copsiks. Yo soy Clave, el Presidente. ¿Tú quién eres?

—La Armada, el hombre puntero, la armadura. Mi nombre es Mark. Ciudadano no suena mal. ¿A dónde vamos?

—Nadie parece saberlo. Por ahora, no vamos a confiar completamente en ti, Mark, así que vamos a atarte a un asiento. Puede que para ti haya sido realmente un paseo. Quizá estés hecho de materia estelar.

Mark se dirigió hacia una silla vacía.

—Considerando todas las cosas, prefiero pasear dentro. Sería una locura salir. Espero que realmente no vayamos a golpear contra Gold, ¿verdad?

¡Se ha vuelto dócil!, pensó Lawri con disgusto. ¡Se ha entregado a los amotinados! ¿Iban a ganar realmente?

Y entonces vio lo que los demás no habían visto.

Clave contó diez asientos y trece ciudadanos, uno de ellos muerto. Horse no necesitaba silla. Ni ninguno de los tres gigantes de la jungla. ¡Todo lo contrario! Pero incluso contando con el amplio hueco para la carga, en la popa, el mac estaba atestado.

Los ciudadanos parecían haberse tranquilizado. Estaban demasiado maltrechos y cansados para sentir, pensó Clave. Tuvo consciencia de que aquello le dominaba incluso a él mismo. Muchos de ellos —incluido el hombre de plata— miraban a través de las ventanas.

El cielo estaba casi negro y con docenas de puntos blancos esparcidos por él. La Aprendiz del Científico rompió su enfadado silencio para decir:

—Habéis estado oyendo hablar de esto toda vuestra vida. ¡Las estrellas! Lo decíais sin saber de lo que estabais hablando. Bien, ahí están. Moriréis por eso, pero habéis visto las estrellas.

Eran reales, e impresionantes, pero sólo eran puntos. Lo que llamaba la atención de Clave eran el Fantasma Azul y el Fantasma Niño. Nunca los había visto. El par de abanicos de luz violácea eran vividos y terroríficos. Estaban completamente fuera del Anillo de Humo, saliendo a raudales del agujero que había en el anillo.