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Únicamente pedir excusas por alguna traducción que hubiera sido más correcta en algunos de sus términos, o en otros términos. Creo que pocas veces como esta (y debido al sacrificio literario del trabajo de Niven) cabria aplicar con tanta justeza el viejo —y temido— refrán. Traduttore, tradittore. Traductor, traidor.

Francisco Arellano

Madrid, 1986 enero

FIN