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—Tú sabes por qué vamos. Nos están echando —dijo Alfin—. Nueve bocas menos que alimentar, y mira las de quiénes…

Clave le cortó. Cuando quería, su voz podía gritar como un trueno.

—¿Te gustaría quedarte, Alfin? —Esperó, pero Alfin no contestó—. Quédate, entonces, Explícanos por qué no quieres venir.

—Voy. —La voz de Alfin era casi inaudible. Clave nunca amenazaba, ni lo haría entonces. Ellos habían sido los señalados. Cualquiera que se quedara podría ser acusado de amotinamiento.

Aquello terminó con la cuestión. Si Clave iba… Alfin estaba equivocado, y el estómago de Gavving también estaba equivocado. Podrían encontrar lo que la tribu necesitaba, y podrían regresar. Gavving empezó a hacer su petate.

Clave dijo:

—Hay seis pares de sandalias de clavos. Jayan, Jinny, Grad… Gavving. Yo llevaré las que sobran. Ya averiguaremos quién las necesitará. Que todo el mundo lleve cuatro púas de anclaje. Recoged unas cuantas piedras. En serio. Por lo menos las vamos a necesitar para clavar las púas en la madera y también tendremos algo que tirar. ¿Todo el mundo ha recogido una daga?

Era de noche cuando salieron de entre el follaje, y emergieron parpadeando. El tronco parecía infinitamente alto. La mata más lejana era invisible, empañada y azulada casi hasta el color del cielo.

Clave llamó:

—Vamos a descansar unos minutos para comer. Llenad mientras tanto las mochilas con follaje. No vamos a ver follaje en mucho tiempo.

Gavving arrancó una mata espinosa cargada de verde algodón hilado. Lo clavó entre su espalda y la mochila y levantó la vista a lo largo del tronco. Clave estaba por encima de él.

La corteza del tronco era diferente de la móvil corteza de la rama. Allí no había ramas espinosas, sino una corteza que debía tener varios metros de espesor, con hendiduras que hubieran bastado para ocultar parcialmente una enredadera. Las rajas más pequeñas valían para meter los dedos.

Gavving no estaba acostumbrado a usar las sandalias claveteadas. Tendría que andar a patadas hasta que se le asentasen, o hasta que se le cayeran. La carga del petate le hacía inclinarse hacia abajo. ¿Quizá había esperado que fuese más ligero? La marea ayudaba. Le apretaba también el tronco, como si el tronco estuviese torcido.

El Grad se movía bien, pero resoplaba. Quizá había perdido mucho tiempo estudiando. Pero Gavving notó que su mochila era mayor que las del resto del grupo. ¿Acaso llevaba algo más que provisiones?

Merril no llevaba carga, sólo la cuerda. Intentaba continuar usando sólo las manos. Jiovan, con dos brazos y una pierna, habría podido adelantar al propio Clave, aunque llevaba la mandíbula crispada por el dolor.

Jayan y Jinny, justo por encima de Gavving en la gruesa corteza, se detuvieron como de mutuo acuerdo. Miraron hacia abajo; se miraron entre ellas; parecía que se iban a echar a llorar. Una súbita, inútil oleada de añoranza hizo que la garganta de Gavving se cerrara con un nudo. Deseaba volver a la choza de los solteros, agarrarse a sus literas y enterrar la cara en el muro de follaje…

Las gemelas volvieron a iniciar el ascenso. Y Gavving las siguió.

Se mueven bien, pensó Clave. Todavía estaba preocupado por Merril. Se estaba retrasando, pero al menos lo estaba intentando. Usando los brazos, la resultaría más fácil moverse cuando se aproximaron a la zona media del tronco. Allí no había mareas, las cosas derivaban sin caer, si los sueños ahumados del Científico eran creíbles.

Sólo Alfin se había demorado en los últimos linderos de la mata. Clave había esperado problemas con Alfin, pero no de aquel tipo. Alfin era el hombre más viejo del grupo, pasada la cuarentena, pero era musculoso, saludable.

¿Apelar a su orgullo? Le llamó:

—¿Necesitas sandalias de clavos. Alfin?

Alfin podría considerar cierto número de respuestas. La que usó fue:

—Quizá.

—Te esperaré. Jiovan, ponte en cabeza.

Clave fue abriendo la mochila mientras Alfin llegaba hasta él. Alfin trepaba con los ojos medio salidos de las órbitas. Algo raro en él, algo iba mal.

—Esperaba que al menos pudieras continuar con Merril —dijo Clave, tendiéndole las sandalias.

Alfin no dijo nada mientras se ataba la correa de una de ellas. Luego:

—¿Cuál es la diferencia? Vamos a morir de todos modos. ¡No quiero hacer nada bueno por ese copsik! Sólo quería librarse de los tullidos…

—¿Quién?

—¡El Presidente, nuestro querido Presidente! Cuando la gente se está muriendo de hambre, él se ocupa de darles una patada. Echa a los tullidos, a los únicos que podrían causarle problemas. Habrá que verle colgado de su gancho cuando le den a él la patada hacia el cielo.

—Si piensas que yo soy un tullido, intenta derribarme dijo Clave suavemente.

—Todos sabemos por qué estás tú aquí, tú y tus mujeres.

—Oh, supongo que es por su culpa —dijo Clave—. Pero si piensas que es agradable vivir con Mayrin, puedes hacer la prueba cuando volvamos. Yo no. Y si ella no te gusta, su padre tampoco te gustará mucho. Pero, ya lo sabes, es excelente para tener hijos, cuando yo ya sea lo bastante viejo como para darme cuenta. Alfin resopló.

—Sé lo que digo —le dijo Clave—. Si hay algo que pueda salvar a la tribu, está por encima de nuestras cabezas. Y, si lo encontramos, pienso nombrarme Presidente yo mismo. ¿Qué te parece?

Sorprendido, Alfin miró a Clave atentamente, a la cara. —Quizá. ¿El poder del hambre? —No lo tengo completamente decidido. Estoy tan loco como para ir a Gold. Ese loco agujero… bueno, Jayan y Jinny, podrán cuidar de sí mismas, y si ellas pueden, yo puedo. Pero tuve que hacerme cargo de Merril antes de que el Presidente me diera las vainas surtidor, y en el último minuto deseó que Gavving viniese conmigo, y esa fue la gota que colmó el vaso.

—Gavving no es peor que los otros muchachos que he entrenado. Hacía preguntas constantemente, no conozco a dos personas con su curiosidad…

—No es ese el punto. Está empezando a comportarse amenazadoramente. Nunca había hecho nada equivocado excepto estar con ese maldito loco de Laython cuando fue devorado… Sáltalo. Alfin, hay alguien en nuestro grupo que es peligroso para los demás.

—Lo sabes.

—¿Cómo lo resolverías?

—Era raro ver sonreír a Alfin. Le tomó tiempo contestar.

—Merril se matará antes o después. Pero Glory podría matar a alguien más. Resbalará en el momento más inoportuno. Es muy fácil hacer algo con ella. Espera hasta que estemos más arriba, hasta que la corriente se debilite. Luego empújala cuando pierda el equilibrio. Envíala a casa por el camino rápido.

—Bueno, es precisamente lo que estaba pensando. Tú eres el peligro, Alfin. Tus rencores. Ya tendremos bastantes problemas sin preocuparnos de lo que hagas a nuestra espalda. Si me obligas a retrasarme, si me causas cualquier problema, serás tú quien se vaya a casa por el camino rápido, Alfin. Ya tengo bastantes asuntos que resolver.

Alfin palideció, pero contestó.

—Lo harás. Líbrate de Glory antes de que tire a alguien del tronco. Pregúntale a Jiovan.

—No admitiré órdenes tuyas —dijo Clave—. Una cosa más. Malgastas mucha energía enfadándote. Consérvala. Es probable que necesites tu odio. Ahora, empieza. —Y cuando Alfin volvió a trepar, Clave le siguió.

Tres — El tronco

El día brilló y se apagó y brilló de nuevo mientras trepaban. Los hombres se quitaron las túnicas y las plegaron para colocarlas en las hombreras de las mochilas; poco después, lo hicieron las mujeres. Clave miró impúdicamente a Jayan y Jinny, imparcialmente. Gavving aparentaba no fijarse en ellas, pero, de hecho, la imagen le impedía prestar atención a la escalada.