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– ¿Ahora ve a ese hombre? -quiso saber Pike.

– No, ahora no. -Karen señaló los lavabos de paredes de ladrillo que había en un extremo del aparcamiento-. Se ha dado cuenta de que le hemos descubierto y se ha ido detrás de los lavabos antes de que llegaran ustedes. Desde entonces no he vuelto a verle. Tenía una máquina de fotos con un teleobjetivo y estoy segura de que estaba haciendo fotos de los niños. No solo de los míos, sino de los demás también.

Pike tomó notas. Si el sospechoso la había visto llamar por teléfono, haría rato que habría desaparecido. Pike iba a comprobarlo, pero seguro que ya no estaba por allí.

– Joshua le ha preguntado qué hacía y entonces se ha ido, pero no tardó en volver. Por eso les he llamado.

Pike echó un vistazo a Joshua, que asintió.

– ¿Descripción?

– ¿Cómo dice?

– ¿Qué aspecto tenía? -insistió Pike.

– Bueno, era más bajo que usted. ¿Cuánto mide usted?

– Uno ochenta y seis.

– Bastante más bajo. Yo diría que uno setenta y cinco o uno ochenta como mucho, pero muy corpulento y ancho de espaldas. Gordo, o más bien entrado en carnes, con los dedos rollizos.

– Cabello, ojos, ropa, rasgos característicos -continuó Pike.

– Rubio, pero teñido. Quiero decir de esos mal teñidos en casa. Pelo largo y peinado hacia atrás. ¿Cuánta gente sigue utilizando gomina para alisarse el pelo? -añadió Joshua con una sonrisa, quizá para tantear el sentido del humor de Pike o sólo para disipar su propio nerviosismo. Le decepcionó que Pike no respondiera.

– Llevaba pantalones negros, camisa blanca y una especie de chaleco, con un dibujo marrón o algo así, y en las manos tenía la cámara. -Karen se detuvo por si Joshua quería intervenir-. No me he acercado lo suficiente como para ver nada más.

– Tenía la cara picada -agregó Joshua.

Karen se acercó más a Pike y le apoyó la mano en el brazo.

– ¿Van a encontrarle?

Pike cerró su cuaderno y se apartó de ella.

– Vamos a enviar un aviso por radio a las demás unidades de la zona. Si le vemos, le interrogaremos.

– ¿ Y ya está? -A Karen no le parecía suficiente.

– No. También le daremos una paliza de muerte.

Joshua se quedó desconcertado, sin saber qué hacer ni qué decir, pero Karen se echó a reír haciendo gala de unos dientes ordenados y blancos y una risa sonora que a Pike le gustó muchísimo.

– Hay que proteger al ciudadano.

– Exactamente, señorita -respondió él.

– No hace falta tanta formalidad, por el amor de Dios.

El niño que hacía ruidos de avión volvió a alejarse, y Joshua salió corriendo tras él.

– Haremos lo que podamos, pero si vuelven a verle llámennos inmediatamente -pidió Pike, y le entregó una tarjeta-. Diga que ha hablado con el coche Dos Adam Seis.

Karen levantó sus ojos castaños como si quisiera ver a través de las gafas de sol del policía. Eran unos ojos tranquilos que a Pike también le gustaron.

– Y yo que creía que estaba hablando con un hombre, y no con un coche…

– Dos Adam Seis -insistió él-. Buenos días, señorita.

Volvió al Dos Adam Seis, a cuyo volante estaba sentado su compañero, pensando en las musarañas y con el aire acondicionado encendido. Pike se sentó en el asiento del acompañante y enfundó la porra. Woz no lo miró. Estaba fumándose un purito mientras contemplaba un grupo de niñas hondureñas que llevaban camisetas que dejaban la espalda al descubierto. Carne de pandillas callejeras.

– Un sospechoso de pedofilia con una cámara. Tengo la descripción -le explicó Pike.

– ¡Joder, pues qué suerte! -replicó su compañero, encogiéndose de hombros.

– Vamos a investigarlo.

– Eso tú.

Era una voz dura, cortante.

– ¿Te jubilas?

Wozniak apretó los dientes y negó de mala gana con la cabeza.

– Pues entonces vamos a trabajar en esto.

Wozniak miró a su compañero un instante más; después suspiró y pareció relajarse. Lo aceptaba.

– ¿Es un exhibicionista?

– No, es de los que hacen fotos.

Pike le describió al tipo y le contó lo que había dicho Karen García. A mitad de la explicación, Wozniak lo interrumpió con un gesto.

– Ya, ya, ya. Lo conozco. Lennie DeVille. Otro pervertido de mierda. Sólo que merece que le metan una bala entre ceja y ceja.

– ¿Sabes cuál es su última dirección conocida?

Wozniak contempló por la ventanilla las barcas del lago.

– Esos tipos asquerosos se mueven mucho, viven en moteles y en hoteles de los que cobran por semanas, y si pueden se largan sin pagar.

Dio una buena calada al purito y bajó un poco la ventanilla para tirar la colilla.

– Ya preguntaré por ahí -añadió. Miró a su compañero y puso mala cara-. ¿Y ahora qué coño hacemos?

Pike se dio la vuelta y vio que Karen se acercaba.

* * *

Karen García se quedó observando al policía mientras éste volvía al coche, incapaz de apartar la vista del movimiento de su culo, enfundado en los ajustados pantalones del uniforme, y pensando en lo bien que le quedaba el pesado cinturón John Brown con aquella cintura estrecha. Tenía una cara delgada y atractiva, los brazos morenos y moderadamente musculosos, y llevaba el pelo corto.

– Cierra la boca, que se te cae la baba -le soltó Joshua.

– ¿Se nota mucho? -Karen se dio cuenta de que se ruborizaba.

– Pues sí. María, bonita, ya te ayudo yo.

Joshua se agachó para atarle los cordones de los zapatos a una de las niñas, la furgoneta de la guardería estaba a punto de llegar, así que tenían que dirigirse al otro extremo del parque.

Karen volvió a mirar al joven agente sin poder evitarlo, le gustaba cómo se comportaba, y cuando le tenía al lado se le aceleraba el pulso. Había llamado a la policía porque estaba realmente preocupada, pero al verle llegar le costó concentrarse en lo que quería decir. Era mayor que ella, pero aún no habría cumplido los treinta. Se preguntó si la consideraría una cría, le había dicho que iba a la universidad, ¿no? Tenía una maraña de ideas en la cabeza y sonrió aún más.

– ¡Karen, por favor, delante de los niños no! -se burló su compañero.

Ella se echó a reír y le dio un empujón.

Al ver al agente Pike meterse en el coche la invadió de repente un deseo irrefrenable de ver qué había detrás de sus gafas de sol. Había intentado verle los ojos pero no lo había conseguido, y estaba impaciente.