– Mañana estaré en la cárcel.
Suspiró resignadamente y me dio la receta.
– Tómese el doble.
Para cerrar la herida necesitó treinta y dos puntos.
Krantz me arrestó oficialmente en la sala de urgencias del hospital de Palm Springs mientras operaban a Williams. Stan Watts, que también estaba presente, se quedó quieto y callado sin reflejar ninguna expresión en el rostro mientras Krantz me leía mis derechos.
– Stan, voy a mandarle al hospital de la Universidad del Sur de California para que le echen un vistazo. A lo mejor quieren ficharle allí, en la zona de la penitenciaría, y que pase la noche. Quiero que estés presente cuando lo vean. Si le dan el alta, llévale a Parker para que le fichemos. Ya me encargaré yo personalmente cuando vuelva.
Watts se limitó a mirarme fijamente con sus ojos inexpresivos, sin hacer ningún comentario, pero cuando Krantz se fue a hablar con la prensa, Watts me dijo:
– Me he tirado todo el camino intentando decidir si debía culparte por lo de Dolan o no.
– Tranquilo, ya me he dedicado a eso yo mismo.
– Sí, supongo que sí, pero hacía más de diez años que la conocía y sé cómo era. Cuando ha recibido los disparos he visto cómo has entrado. No sabías qué había dentro, pero has entrado. Y también he visto cómo la tapabas con la chaqueta.
Se quedó allí durante unos instantes como si no supiera qué más decir y después me tendió la mano. Le di la izquierda.
– ¿Se sabe algo de Pike? -pregunté.
– Todavía no. Según Krantz, estaba muy mal herido.
– Sí. Mucho. ¿Habéis acabado el registro del garaje de Sobek?
– Casi todo. Ahora están en ello los de la SID.
– ¿Habéis visto algo que exonere a Pike?
Watts negó con la cabeza.
Pensé en la receta de Percocet, en si serviría para aliviar aquel tipo de dolor.
– Venga, que te llevo.
– Krantz ha dicho que había llamado a un coche patrulla.
– A la mierda el coche patrulla. Puedes venirte conmigo.
No intercambiamos ni diez palabras entre Palm Springs y Los Ángeles, hasta que nos acercamos a la salida del Centro Médico del Condado de Los Ángeles Universidad del Sur de California, adonde Krantz le había ordenado que me llevara.
– ¿Dónde tienes el coche?
– En casa de Dolan.
– ¿Puedes conducir con el brazo así?
– Puedo.
Pasó de largo la salida sin una palabra y me llevó a casa de Dolan. Entramos con el coche en el camino de acceso y nos quedamos allí parados, mirando la casa. Alguien tenía que ir hasta el garaje de Sobek a recoger su BMW. Alguien tenía que llevarlo a su sitio.
– Esta noche no te voy a fichar, pero tienes que presentarte mañana.
– Krantz va a cabrearse.
– Ya me ocupo yo de él. ¿Vas a ir o tendré que ir a buscarte?
– Iré.
Se encogió de hombros, como si no hubiera esperado otra cosa.
– Seguro que tiene una buena botella de tequila por ahí dentro -aventuró-. ¿Qué te parece si echamos un brindis por ella?
– Vale, me parece bien.
Dolan tenía una llave de repuesto debajo de una maceta del jardín trasero. No le pregunté a Watts cómo lo sabía. Una vez dentro, también sabía adonde ir a buscar el tequila.
Era la casa más silenciosa del mundo, como si algo se hubiera evaporado al morir ella. Quizás había sido así. Nos sentamos y bebimos, y al cabo de un rato Stan Watts se metió en el dormitorio. Estuvo allí bastante rato y cuando salió llevaba una cajita de ónix. Se sentó con ella en el regazo y siguió bebiendo. Cuando ya había tomado suficiente abrió la caja y sacó un corazoncito azul. Se lo metió en el bolsillo de la americana, enterró la cara entre las manos y se echó a llorar como un bebé.
Me quedé con él durante casi una hora. No le pregunté por el corazón ni por la cajita, pero lloré con y por él, y también por Dolan. Y por Pike y por mí, porque mi vida estaba haciéndose añicos.
El corazón es algo por lo que merece la pena llorar, aunque sea de ónice.
Al cabo de un rato llamé a mi contestador desde el teléfono de Dolan. Joe no había llamado, ni Lucy tampoco. Ya se había hecho pública la noticia de la identificación de Laurence Sobek y de lo sucedido en Palm Springs, y tenía la esperanza de que Lucy hubiera dicho algo.
Pensé en llamarla yo, pero no lo hice. No sé por qué. Era capaz de liarme a tiros con Sobek, pero llamar a la mujer que amaba era superior a mis fuerzas.
En lugar de eso, entré en la cocina de Dolan a buscar la fotografía que me había hecho en Forest Lawn. Me quedé mucho rato mirándola y después me la metí en el bolsillo. Estaba allí a la vista pegada en la nevera, pero tenía la esperanza de que Watts no la hubiera visto. Quería que fuera algo entre Samantha y yo, y al mismo tiempo que no se entrometiera entre Watts y ella.
Volví al salón y dije que tenía que irme, pero Watts no me oyó o no le pareció que hiciera falta contestar. Estaba en algún lugar en lo más profundo de su ser, o quizás en aquel corazoncito azul. En cierto modo supongo que estaba con Dolan.
Le dejé así, me fui a la farmacia a buscar lo que me habían recetado y después a casa con ganas de tener también yo un corazoncito azul, un corazón secreto en el que, si miraba bien, encontraría a la gente que quería.
Capítulo 40
Aquella noche la casa me pareció un lugar enorme y vacío. Llamé a los empleados de Joe, pero no habían sabido nada de él y estaban muy inquietos por la noticia. Fui nerviosamente de un lado a otro para reunir el coraje necesario para llamar a Lucy, pero pensando en Samantha Dolan. No hacía más que imaginármela aquella mañana mientras me decía que iba a seguir yendo tras de mí, que siempre conseguía lo que quería y que iba a lograr que la quisiera. Pero estaba muerta y jamás podría confesarle que ya lo había conseguido.
Sentía un dolor tan agudo en el hombro que me parecía imposible. Me tomé un Percocet, me lavé las manos y la cara y llamé a Lucy. Hasta marcar el número me causaba dolores.
A la tercera llamada contestó Ben, que bajó la voz al darse cuenta de que era yo.
– Mamá está muy enfadada.
– Ya lo sé. ¿Crees que querrá hablar conmigo?
– ¿Seguro que quieres que se ponga?
– Seguro.
Esperé a que llegara hasta el teléfono, pensando en lo que iba a decirle y cómo. Cuando se puso noté su voz más distante de lo que esperaba.
– Se ve que tenías razón -dijo.
– ¿Te has enterado de lo de Joe?
– Ha llamado el teniente Krantz. Me ha dicho que Joe se había marchado herido.
– Sí. He apartado el arma de Krantz para que Joe pudiera irse. Oficialmente, estoy detenido. Mañana tengo que ir a Parker Center y entregarme.
– Eso es lo que se llama secundar la comisión de un delito.
Me sentía mezquino e idiota y tenía náuseas. Me dolía todo el costado derecho.
– Pues sí, Lucy. Le he quitado el arma a Krantz. He interferido. He cometido un delito grave y cuando me condenen me quitarán la licencia, y ya está. Encontraré trabajo de guardaespaldas en alguna agencia o quizá pueda volverme a alistar en el ejército. Ya me espabilaré.
– ¿No vas a contarme que te han pegado un tiro? -me preguntó con una voz más suave.
– ¿Te lo ha dicho Krantz?
– Oh, Elvis.
Parecía cansada. Colgó sin más.
Me quedé junto al teléfono durante un rato, pensando en que debería volver a llamarla, pero no lo hice.
Al final, el gato entró en casa y se dirigió hacia la cocina, olisqueando con hambre. Abrí una lata de atún Bumble Bee y me senté con él en el suelo. El Bumble Bee es su preferido. Le dio dos lengüetazos y después se puso a olerme el hombro.
Me lamió los vendajes y le dejé.