Desde el número 19 de Wilbraham Crescent alguien llama solicitando una mecanógrafa, con preferencia Sheila Webb. La llamada es atendida y Sheila es enviada a la dirección reseñada con el encargo de presentarse a miss Pebmarsh.
Al llegar allí se encuentra la puerta abierta y se introduce en un saloncito que le llama la atención por los numerosos relojes que distingue y porque junto al sofá descubre el cuerpo de un hombre con los ojos entreabiertos, unos ojos que miran sin ver ya que está muerto. Afortunadamente del caso se encarga finalmente Hércules Poirot.
Agatha Christie
Los relojes
Hercules Poirot - 36
ePUB v1.1
Ronstad 14.12.12
Título originaclass="underline"
The clocks
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Agatha Christie, 1963.
Traducción: Ramón Margalef Llambrich.
Editor originaclass="underline" Ronstad (v1.1)
ePub base v2.1
Guía de lector
En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:
BECK (Coronel): Jefe de Colin Lamb.
BLAND (Josaiah): Maestro de obras.
BLAND (Señora): Esposa del anterior.
BRENT (Edna): Compañera de Sheila Webb.
CRAY (Sargento): Uno de los suboficiales del detective inspector Hardcastle.
CURRY (R. H.): Supuesto nombre del individuo asesinado.
CURTIN (Señora): Empleada de limpieza de la señorita Pebmarsh.
CURTIN (Ernie): Hijo de la anterior.
GEORGE: Servidor de Hércules Poirot.
GERALDINE: Niña de diez años de edad.
GRETEL: Servidora de los McNaugthon.
HARDCASTLE (Richard): Detective inspector.
HEAD (Señora): Servidora de los Waterhouse.
HEMMING (Señora): Una de las vecinas de Wilbraham Crescent.
INGRID: Servidora de Geraldine.
JANET: Compañera de Sheila Webb.
LAMB (Colin): Agente del Servicio Secreto y especialista en biología marítima.
LAWTON (Ann): Madre de Sheila Webb.
LAWTON (Señora): Tía de Sheila Webb.
MARTINDALE (K.): Directora del Cavendish Secretarial Bureau.
MCNAUGHTON (Señora): Una de las vecinas de Wilbraham Crescent.
MCNAUGHTON (Angus): Esposo de la anterior.
PEBMARSH (Millicent): Habitante de la casa número 19 de Wilbraham Crescent, ciega, profesora de una entidad dedicada a la enseñanza de niños invidentes.
PIERCE (Agente): Uno de los subordinados del detective inspector Hardcastle.
POIROT (Hércules): Famoso detective belga.
RAMSAY (Señora): Una de las vecinas de Wilbraham Crescent.
RAMSAY (Bill): Hijo de la anterior.
RAMSAY (Ted): Hermano del anterior e hijo de la señora Ramsay.
RIGG (Doctor): Médico de la Policía.
RIVAL (Merlina): Ex actriz.
SOLOMAN (Señor): Librero de viejo.
WATERHOUSE (Edith): Una de las vecinas de Wilbraham Crescent.
WATERHOUSE (James): Hermano de la anterior.
WEBB (Sheila): Sobrina de la señora Lawton, empleada de Cavendish Secretarial Bureau.
WEST (Maureen): Una de las compañeras de Sheila Webb.
Prólogo
La tarde del día 9 de septiembre fue como tantas otras. Ninguna de las personas afectadas por los acontecimientos de aquel día pudo alegar haber abrigado algún presentimiento anunciador de una inminente desgracia. (Con la excepción de la señora Packer, domiciliada en Wilbraham Crescent, número 47, quien especializada en toda clase de presagios, describió con mucha posterioridad a los acontecimientos, las inquietudes y preocupaciones que habíanla asaltado. Ahora bien, la señora Packer, ocupante, quedaba tan apartada del 19, y se hallaba tan escasamente ligada al suceso ocurrido en esta última casa, que no tenía por qué haberse sentido asaltada por presentimiento de ningún tipo).
En el Cavendish Secretarial & Typewriting Bureau, cuya directora era la señorita K. Martindale, el día 9 había ido desarrollándose al ritmo de tantos otros, resultando una rutinaria jornada más. Sonaba de vez en cuando el teléfono, trabajaban las chicas en sus máquinas respectivas y la labor, en general, venía siendo sostenida, sin excesos, ni por encima ni por debajo de otros muchos días anteriores. Ninguna de las tareas que se llevaban entre manos era tampoco particularmente interesante; hasta las dos y treinta y cinco minutos de la tarde del día 9 de septiembre hubiera podido juzgarse una jornada más que iba a pasar sin pena ni gloria.
A las dos y treinta y cinco minutos sonó el zumbido del intercomunicador. Llamaba la señorita Martindale y Edna Brent, en la oficina exterior, se apresuró a contestar. Su voz sonaba ligeramente nasal y un tanto confusa porque al mismo tiempo se paseaba un caramelo a lo largo de la mandíbula.
—Diga, señorita Martindale…
—Edna… Eso no es lo que te he enseñado. Cuando hables por teléfono, o por el intercomunicador, acostúmbrate a pronunciar con toda claridad las palabras, procurando que tu respiración no resulte ruidosa.
—Lo siento, señorita Martindale.
—En cuanto te lo propongas, lograrás lo que te he dicho. Dile a Sheila Webb que venga a verme.
—Salió a comer y no ha regresado todavía, señorita Martindale.
—¡Ah!
Frente a la mesa de trabajo de la señorita Martindale había un reloj. Esta levantó la vista hasta él. Eran las dos y treinta y seis minutos. Seis minutos, exactamente, de retraso. Últimamente, Sheila Webb había estado descuidando su trabajo.
—Dile que venga a verme en cuanto llegue.
—Sí, señorita.
Edna trasladó el caramelo al centro de la lengua, chupándolo con fruición. Luego se dispuso a continuar su interrumpida labor. Estaba pasando a máquina una novela de Armand Levine que se titulaba «Amor al desnudo». Pese al forzado carácter erótico de sus páginas, la joven seguía el texto con un interés relativo. Lo mismo, en definitiva, les ocurriría a los lectores del señor Levine, pese a los desvelos de éste. La obra venía a ser una clara demostración de que no hay nada que sea tan aburrido como la insulsa pornografía. A pesar del señuelo de las sugestivas cubiertas y de los provocativos títulos, las ventas de aquel escritor bajaban año tras año y la última factura, correspondiente a diversos trabajos de mecanografía, le había sido enviada por tres veces, sin que el cobrador lograra nada positivo.
Abrióse la puerta, entrando en el local Sheila Webb, respirando algo agitadamente.
—«Sandy Cat»[1] ha preguntado por ti —le notificó Edna.
Sheila Webb hizo una mueca.
—¡Qué suerte la mía! ¡Un día que llego tarde!
La joven se alisó los cabellos, cogió un bloc y un lápiz y llamó al despacho de la directora.
La señorita Martindale levantó la vista. Era una mujer de cuarenta y tantos años de edad, de aire seguro y vivos modales. Por sus rojizos cabellos y el hecho de ser Katherine su nombre de pila, las chicas que tenía a sus órdenes la designaban, secretamente entre ellas, desde luego, con el apodo de «Sandy Cat».
—Se ha retrasado usted, señorita Webb.
—Lo siento, señorita Martindale. Se ha producido un embotellamiento en el tráfico cuando regresaba.
—A esta hora del día esa clase de incidentes se repiten con mucha frecuencia —la señorita Martindale señaló con un movimiento de cabeza un bloc que tenía sobre la mesa—. Ha telefoneado una tal señorita Pebmarsh. Necesita una taquígrafa a las tres. Se ha interesado por usted especialmente. ¿Ha trabajado con ella en alguna otra ocasión?
—No recuerdo, señorita Martindale. Últimamente, no, desde luego.
—Las señas son: Wilbraham Crescent, número 19.
La señorita Martindale hizo ahora un gesto de interrogación. Sheila Webb movió la cabeza, denegando.