Parecía hablar con más seguridad en estos momentos la señora Rival.
—Es ése un punto muy interesante. En fin de cuentas, un hombre presenta el aspecto que puedan presentar otros muchos. Se piensa en ello, especialmente, cuando han transcurrido muchos años. Ahora bien, hallar un individuo que se parece mucho a su esposo, el cual tiene una cicatriz en determinado sitio… Eso zanja todas las vacilaciones que pudiera haber con respecto a la seguridad de la identificación, ¿verdad? Así se da con una base sólida, que permite orientar las investigaciones policíacas en un sentido u otro.
—Me alegro de que se sienta complacido.
—Y ese accidente de la navaja de afeitar ocurrió…, ¿cuándo?
La señora Rival reflexionó unos segundos.
—Debió ser… Unos seis meses después de nuestra boda, aproximadamente. Sí. Nosotros nos hicimos del perro aquel verano, recuerdo.
—Es decir, entre los meses de octubre y noviembre de 1948.
—Eso es.
—Y después, en el año 1951, su esposo la dejó…
—Quizá me apartara yo también de él —manifestó la señora Rival con dignidad.
—Es igual. El caso es que después de 1951 usted no volvió a ver a su marido… Hasta el día en que descubrió su fotografía en los periódicos, ¿es así?
—Efectivamente. Eso es lo que le dije a usted.
—¿Y no tiene ninguna duda en relación con sus declaraciones, señora Rival?
—En absoluto. Sólo volví a ver el rostro de Harry CastIeton después de muerto.
—Es raro —murmuró Hardcastle—, muy raro…
—¿Qué es lo que le parece raro? ¿Qué quiere decir?
—El tejido cicatrizado tiene sus cosas curiosas. Claro, para usted o para mí una cicatriz es únicamente eso: una cicatriz. No nos dice nada de particular. Pero los médicos son capaces de obtener de aquélla toda una serie de enseñanzas. Por ejemplo pueden revelar, aproximadamente, la fecha de su formación.
—No sé adonde quiere usted ir a parar.
—Se trata de esto, sencillamente, señora Rivaclass="underline" de acuerdo con el informe médico de la policía, confirmado por otro particular, al que hemos consultado, la cicatriz que su marido tenía en la oreja databa solamente de cinco a seis años atrás.
—Tonterías. No lo creo. Yo… Nadie puede afirmar tal cosa. De todos modos no fue entonces cuando…
—¿Se da cuenta? —prosiguió diciendo Hardcastle en el mismo tono de voz—. Si la cicatriz data de cinco o seis años atrás hay que dar por descontado que el hombre que fue su esposo no tenía aquélla en el momento de dejarla a usted, en el año 1951.
—Tal vez tenga usted razón. Pero, sea como sea, era Harry.
—Recuerde que no le vio desde entonces, señora Rival. Y si no le vio, ¿cómo pudo enterarse de la existencia de la cicatriz, resultado de una herida que se había producido cinco o seis años antes?
—Me está usted enredando, inspector. Una no puede acordarse exactamente de todos los detalles. La verdad es que Harry tenía esa cicatriz y yo lo sabía.
Hardcastle se puso en pie.
—Será mejor que reflexione, estudiando el contenido de su declaración, señora. No querrá usted buscarse un conflicto, ¿verdad?
—¿Buscarme un conflicto? ¿Qué quiere darme a entender?
Hardcastle pronunció la palabra con desgana:
—Perjurio.
—¿Autora de un delito de perjurio yo?
—Sí. Aquél constituye una grave falta, que pudiera llevarla a la cárcel, incluso. Porque en su día habrá de prestar solemne juramento ante un tribunal. Me agradaría… que se lo pensase usted bien, señora Rival. Es un paso serio el que ha de dar. ¿Es que hubo alguna persona que le sugirió que nos contara esa historia de la cicatriz?
La señora Rival se irguió. Los ojos le centelleaban en aquellos instantes. Ofrecía, incluso, un aspecto magnífico.
—Jamás he oído tantas tonterías juntas —repuso—. Esto es absurdo, francamente. Intenté cumplir con mi deber. Impulsada por tal sentimiento fui en su busca, tratando de ayudarle. Le confié cuanto recordaba. Yo creo que si he cometido alguna equivocación estoy más que justificada, ¿no? En fin de cuentas he conocido a muchos… amigos y una confusión así siempre es posible. Con todo, yo me inclino a pensar que estoy en lo cierto. Ese hombre era Harry y Harry tenía una cicatriz detrás de la oreja izquierda. Seguro. Todo lo que he sacado en limpio por su parte, en pago a mi actitud, inspector, ha sido esto: que usted aparezca por mi casa insinuando que he mentido.
El inspector Hardcastle se puso en pie.
—Buenas noches, señora Rival —dijo—. Piénseselo bien.
La mujer levantó la cabeza, en un gesto de reto. Hardcastle salió. Nada más marcharse, la expresión del rostro de la señora Rival cambió. Su actitud de desafío se había desvanecido como por encanto. Ahora era simplemente una mujer preocupada, asustada.
—Meterme en esto —murmuró—, meterme en este asunto… No pienso seguir así… Por nadie del mundo daría la cara. Me ha mentido, me ha engañado… Es monstruoso. Sí. Monstruoso. Se lo diré. No voy a callarme absolutamente nada.
Se puso a pasear de un lado a otro de la habitación, vacilando. Finalmente tomó una decisión. Cogió un paraguas que había en un rincón y dejó el piso.
Llegó hasta el final de la calle, deteniéndose sin saber qué hacer frente a una cabina telefónica. Continuó andando. Entró en las oficinas de una estafeta de correos, pidió cambio y se introdujo en una de las cabinas del local. Establecida la comunicación con la central pidió un número, aguardando unos segundos.
—Hable.
La señora Rival obedeció mecánicamente.
—Oiga… ¡Oh! Es usted… Aquí Flo. Sí, ya recuerdo que me dijo que no la llamara, pero es que no tengo más remedio. No se ha portado usted lealmente conmigo. No me hizo saber a lo que me exponía. Usted sólo me indicó que para usted supondría una gran contrariedad la identificación de ese hombre. Ni por un instante se me ocurrió pensar que podía verme mezclada en un crimen… Sí, usted lo afirma, pero eso no es lo que me señaló antes… Naturalmente. Ahora pienso que está complicada en el hecho… Se lo advierto; no crea que voy a cargar con culpas ajenas… Ya es algo desempeñar el papel de… de… cómplice. El caso es que yo estoy asustada, no lo oculto… ¡Decirme que escribiera contando lo de la cicatriz! Ahora resulta que la cicatriz data sólo de un par de años atrás. Y aquí me tiene jurando que no, que él ya la tenía cuando me abandonó… Eso es perjurio, un delito grave, que puede llevarme a la cárcel. No está nada bien que se haya andado con tantos rodeos… No… Una cosa es servir a alguien, hacerle un favor… Ya lo sé… Ya sé que me paga por ello. De todas maneras no es tanto dinero como para… ¡Bien! La escucharé, pero yo no voy a… Conforme, conforme… Guardaré silencio… ¿Qué dice? ¿Cuánto? Eso es mucho dinero. ¿Cómo voy a saber que usted lo ha obtenido legalmente…? Sí, por supuesto, eso es distinto ¿Puede jurarme que no tuvo nada que ver con el hecho? Me refiero al acto de suprimir a una persona… Estoy convencida de que fue así. Naturalmente, lo comprendo… A veces una se junta con cierta gente y va más allá de donde se proponía. No es culpa de una, no… Tiene usted una habilidad tan grande para convencer… Siempre le pasó lo mismo… De acuerdo. Considero el asunto terminado, pero lo otro ha de ser pronto… ¿Mañana? ¿A qué hora? Sí… Sí… Acudiré a la cita, pero nada de cheques… Me expongo a sufrir una pérdida y… No, no quiero continuar mezclada en esto. Aunque la cosa no tenga nada de particular… Conforme… Ya que usted dice eso… La verdad, no quisiera que me juzgara… De acuerdo, de acuerdo entonces.
La señora Rival abandonó la estafeta de Correos para avanzar con alguna torpeza por la acera. No se sentía descontenta en aquellos momentos.
Valía la pena arriesgarse un poco con tal de lograr aquella importante suma de dinero. Este le iría muy bien. Y el peligro no era tan grande, en fin de cuentas. Según las preguntas que le formularan diría que no se acordaba o que se le había olvidado todo. Son muchas las mujeres incapaces de recordar detalles o sucesos que datan de un año atrás. Si insistían mucho declararía que había confundido a Harry con otro hombre. ¡Oh! Disponía de centenares de respuestas para salir del paso.