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—Esta observación me produjo alguna sorpresa a mí también —murmuré.

Poirot continuó hablando, sin escuchar mis palabras.

—…«Ven y morirás». El señor Curry fue… y pereció asesinado. Pero ahí no acaba la cosa. Era importante que no resultase identificado. No llevaba encima cartera, ni papel alguno. Las etiquetas de su sastrería le habían sido arrancadas. Sin embargo, eso no bastaría. La tarjeta que le presenta como un tal Curry, agente de seguros, representaría solamente una medida temporal. Si la identidad del hombre tenía que ser ocultada permanentemente había que darle una falsa. Yo estaba convencido de que antes o después aparecería alguien reconociéndole: un hermano, una hermana, la esposa… Apareció la esposa. La señora Rival. Este apellido inducía ya a la confianza. Hay una población en Somerset, cerca de la cual he estado en una ocasión, con motivo de la visita que hice a unos amigos… Se llama aquélla Curry Rival… Inconscientemente, habían sido escogidos estos dos nombres: el señor Curry, la señora Rival.

»Hasta ahora se ve el hilo de la trama. Pero lo que más me desconcertó fue la confianza del asesino en que no se produciría una identificación real. En caso de no tener la víctima familia siempre hay en medio patronas, criados, socios. Esto me condujo a la siguiente suposición: nadie sabía que este hombre era echado de menos en alguna parte. Otra suposición más: el hombre en cuestión no era inglés y se hallaba de paso solamente en este país. Esto quedaría abonado por el hecho de que el trabajo de prótesis dental estudiado en el cadáver no se encontraba registrado en ninguna clínica o consulta particular de por aquí.

»Me han procurado ya un cuadro borroso de la victima y del asesino. Nada más que eso. El crimen ha sido inteligentemente planeado y llevado a cabo… Pero ahora surgía un detalle de mala suerte, ése que jamás logran prever las mentes criminales.

—¿Cuál? —inquirió Hardcastle.

Inesperadamente, Poirot echó la cabeza hacia atrás, recitando en tono dramático:

Por falta de un casco se perdió la herradura,

Por falta de una herradura se perdió el caballo,

Por falta de un caballo se perdió la batalla,

Por falta de una batalla se perdió el Reino,

Y todo por la falta de un casco de caballo.

Hércules Poirot se inclinó hacia delante.

—Muchas eran las personas que podían haber asesinado al señor Curry. Sólo una en cambio pudo haber matado o tenido una razón para matar a la joven Edna Brent.

Hardcastle y yo éramos todo oídos.

—Estudiemos el «Cavendish Secretarial Bureau». Trabajan en él ocho chicas. El 9 de septiembre cuatro de las muchachas habían salido para atender a unos clientes de la firma. Como los domicilios de éstas quedaban a cierta distancia del «Bureau», la comida de las jóvenes corría a su cargo. Eran las cuatro que normalmente cogen el primer turno de la comida del mediodía, 12:30 a 1:30. Las restantes, Sheila Webb, Edna Brent, Janet y Maureen, toman el segundo turno, de 1:30 a 2:30. Pero aquel día Edna Brent sufre un accidente a los pocos minutos de abandonar la oficina. Pierde el tacón de uno de sus zapatos en un enrejado del pavimento. No puede andar así por la calle. En consecuencia compra unos bollos y vuelve al trabajo.

Poirot señaló alternativamente con el dedo.

—Se nos ha dicho que Edna Brent anda preocupada por algo. Hace cuanto está en su mano para ver a Sheila fuera de la oficina, pero no lo consigue. Ha sido supuesto que se trata de una cosa que atañe a su compañera, pero no hay pruebas de ello. Existía la posibilidad de que deseara consultarle sobre un detalle que no comprendiera… Lo que sí estaba fuera de toda duda era que quería hablar con Sheila fuera de la oficina.

»Sus palabras al agente después de la encuesta son la única pista para llegar al conocimiento de lo que le atormentaba. La chica dijo algo parecido a esto: "No me explico cómo va a ser cierto lo que ella declaró". Tres mujeres prestaron declaración aquella mañana. Edna pudo haberse referido a la señorita Pebmarsh. O, como se ha venido suponiendo, a Sheila Webb. Aún existe una tercera posibilidad: pudo haberse referido a la señorita Martindale.

—¿A la señorita Martindale? ¡Si su declaración duró tan sólo unos minutos!

—Exacto. No tuvo más que mencionar la llamada telefónica hecha, supuestamente, por la señorita Pebmarsh.

—¿Quiere usted decir que Edna sabía que la señorita Pebmarsh no era la autora de aquélla?

—Creo que es más sencillo aún todo. Sugiero que no se produjo llamada telefónica alguna.

Poirot continuó diciendo:

—Edna pierde el tacón de su zapato. El incidente tiene lugar cerca de la oficina. Vuelve, por tanto, al «Bureau», Pero la señorita Martindale, en su despacho, ignora el regreso de su empleada. Se cree sola en el local. Unicamente necesita decir que a la 1:49 hubo una llamada telefónica. Edna no advierte al principio la significación de lo que sabe. La señorita Martindale llama a Sheila Webb y le dice que tiene que atender a una cliente. Ante Edna no se menciona cómo y cuándo ha sido concertada la cita. Se divulgan las noticias relativas al crimen y poco a poco van concretándose los detalles de la historia. La señorita Pebmarsh llamó, interesándose por que fuera enviada a su casa Sheila Webb. La ciega niega esto. Se afirma que la llamada se produjo a las dos menos diez minutos. Pero Edna sabe que eso no puede ser cierto. No había habido ninguna llamada telefónica a aquella hora. La señorita Martindale tiene que haber cometido un error… Pero la señorita Martindale no se equivoca jamás. Cuanto más piensa Edna en ello más confusa se siente. Ha de decírselo a Sheila. Sheila Webb aclarará sus dudas.

»Y luego viene la encuesta. Están presentes en la sala todas las chicas. La señorita Martindale repite la historia de la llamada y Edna se entera definitivamente de que la prueba aportada tan claramente por la señorita Martindale, con mención de la hora exacta, no puede ser cierta. Entonces habla con un agente, con el propósito de entrevistarse con el inspector. Es probable que la directora del «Bureau», mezclada entre otras personas, oyera las palabras de la chica. Tal vez haya oído a sus empleadas gastando bromas a Edna sobre el incidente del tacón sin comprender lo que el mismo implicaba. Sea como sea, decidió seguir a la muchacha hasta Wilbraham Crescent. Yo me pregunto: ¿por qué se encaminaría Edna a dicha calle?

—Para echar un vistazo al escenario del crimen —explicó Hardcastle con un suspiro—. Hay mucha gente que se conduce así.

—Sí, es verdad. Quizá le hablara al llegar allí la señorita Martindale. Bajando las dos por la calzada, Edna formula su pregunta. Aquélla actúa rápidamente. Las dos se encuentran cerca de una cabina telefónica: Le dice: «Esto es muy importante. Tienes que llamar a la policía en seguida. Vamos, llama… Di que vamos para la jefatura inmediatamente». Edna es de las personas que hacen siempre lo que se les dice. Entra en la cabina y descuelga el teléfono. Entretanto, la Martindale se desliza tras ella, le ciñe el cuello con un pañuelo y la estrangula.