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—¿Qué edad tienes? —pregunté a Misk.

—Yo fui incubado antes de que nuestro mundo llegase a tu sistema solar. Es decir, hace más de dos millones de años.

—Entonces —dije— el Nido nunca morirá.

—Ahora está muriendo —corrigió Misk—. Uno por uno perecemos, víctimas de los placeres del Escarabajo de Oro. Envejecemos, y ahora hasta la curiosidad científica está amortiguándose en nosotros. Incluso eso.

—¿Por qué no matan a los Escarabajos de Oro? —pregunté.

—Eso no estaría bien —replicó Misk.

—Pero ellos matan a los Reyes Sacerdotes.

—Conviene que muramos —dijo Misk—, porque el Nido no debe ser eterno. Si así fuera, no podríamos amarlo. Por mi parte, estoy dispuesto a morir, pero la raza de los Reyes Sacerdotes no debe morir.

—Si Sarm supiera de este varón, ¿lo mataría?

—Sí —replicó Misk—, porque él no desea perecer.

Miré asombrado los aparatos y los alambres que penetraban por ocho lugares en el cuerpo del Rey Sacerdote.

—¿Qué le haces? —pregunté.

—Le enseño. El saber depende de las cargas y los microestados de su tejido neural, y el saber se origina en estímulos externos. Lo que aquí ves es un sistema para producir dichos estímulos sin necesidad del proceso de la experiencia externa, que lleva demasiado tiempo.

Alcé la antorcha y miré sobrecogido el cuerpo inerte del joven Rey Sacerdote sobre la mesa de piedra.

Pensé en los impulsos transmitidos por los ocho cables al cuerpo de la criatura postrada ante mí.

—Entonces, de hecho estás modificando su cerebro —murmuré.

—Es un Rey Sacerdote —dijo Misk—, y tiene ocho cerebros, modificaciones de la red ganglionar, mientras que una criatura como tú, limitada por vértebras, probablemente tendrá un solo cerebro.

—¿Quién decide lo que él aprende? —pregunté.

—Normalmente —respondió Misk— los Guardianes de la Tradición, cuyo jefe es Sarm, estandarizan las placas mnemónicas. Como comprenderás, no podía pedir un juego de placas, de modo que preparé mi propia serie, apelando a mi juicio personal.

—No me agrada la idea de modificar su cerebro —dije.

—Cerebros —me corrigió Misk.

—No me agrada —repetí.

—No seas tonto —afirmó Misk—. El aprendizaje es siempre un modo de alterar el cerebro. Este sistema es eficaz y al mismo tiempo racional.

—Me molesta —insistí.

—Comprendo —dijo Misk—. Temes que se convierta en una especie de máquina.

—En efecto.

—Olvidas que es un Rey Sacerdote. No podríamos convertirlo en máquina sin anular ciertas zonas perceptivas esenciales, sin las cuales ya no sería un Rey Sacerdote.

—Entonces, será una máquina que se autogobierne —dije.

—Todos lo somos... con mayor o menor número de elementos casuales. Hacemos lo que es necesario, y el control final no está nunca en el disco mnemónico.

—No sé si lo que dices es cierto.

—Tampoco yo —dijo Misk—. Es un problema difícil y oscuro.

—¿Y qué hacen mientras? —pregunté.

—Antes gozábamos y vivíamos, pero ahora tenemos el cuerpo joven y la mente anciana, y a menudo pensamos en los placeres del Escarabajo de Oro.

—¿Los Reyes Sacerdotes creen en la vida después de la muerte? —pregunté.

—Por supuesto —afirmó Misk—, porque después que uno muere el Nido continúa.

—No —dije—. Me refiero a la vida individual.

—Parece que la conciencia —dijo Misk— es función de la red ganglionar.

Volví los ojos hacia el joven Rey Sacerdote que yacía sobre la mesa de piedra.

—¿Recordará que aprendió estas cosas? —pregunté.

—No —replicó Misk—, porque ahora no está utilizando sus sensores externos, pero comprenderá que aprendió cosas de este modo, ya que se preparó con ese fin un disco mnemotécnico.

—¿Qué se le enseña?

—Naturalmente, la información fundamental se relaciona con el lenguaje, la matemática y las ciencias, pero también se le enseña la historia y la literatura de los Reyes Sacerdotes, las costumbres del Nido, y elementos de mecánica, agricultura y ganadería, así como otros tipos de información.

—¿Pero después continuará aprendiendo?

—Por supuesto —contestó Misk—, pero ya poseerá un conocimiento bastante completo de lo que sus antepasados aprendieron antaño. Cuando se descubre información nueva, también se la incluye en los discos mnemotécnicos.

—¿Y si esos discos contienen información falsa? —pregunté.

—No dudo que a veces ocurra tal cosa —dijo Misk—, pero constantemente se revisan y actualizan los discos.

16. El plan de Misk

—Misk, debo decirte —empecé— que vine a las Montañas Sardar para matar a los Reyes Sacerdotes, para vengarme de la destrucción de mi ciudad y su pueblo.

—No —dijo Misk—. Viniste a los Sardos para salvar a la raza de los Reyes Sacerdotes.

Le miré, atónito.

—Con ese fin fuiste atraído aquí —afirmó Misk.

—¡Vine por mi propia voluntad! —exclamé—. ¡Porque mi ciudad fue destruida!

—Por eso tu ciudad fue destruida —observó Misk—. Con el fin de que tú vinieras a los Sardos.

Me volví enfurecido y de pronto miré la figura inerte del joven Rey Sacerdote.

—Si tuviese mi espada —dije, señalando la figura que yacía sobre la mesa de piedra—, lo mataría.

—No, no lo harías —replicó Misk—, y por eso tú y no otro fuiste elegido para venir a los Sardos.

Corrí hacia la figura que estaba sobre la mesa, con la antorcha en alto, para descargar un golpe.

Pero no pude hacerlo.

—No le dañarás, porque es inocente —dijo Misk—. Lo sé.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Porque perteneces a los Cabot, y los conocemos. Durante más de cuatrocientos años los hemos conocido, y desde que naciste te hemos observado.

—¡Mataron a mi padre! —exclamé.

—No —corrigió Misk—, está vivo, lo mismo que otros habitantes de tu ciudad, pero se les dispersó hacia los confines de Gor.

—¿Y Talena?

—Por lo que sé, aún vive —afirmó Misk—, pero no podemos buscarla, ni buscar a otros habitantes de Ko-ro-ba sin despertar la sospecha de que te dispensamos privilegios especiales... o de que regateamos contigo.

—¿Por qué no podían traerme aquí sin apelar a esos recursos? —pregunté— ¿Por qué destruir una ciudad?

—Para ocultar nuestro plan a los ojos de Sarm —afirmó Misk.

—No entiendo.

—A veces destruimos una ciudad, y la elegimos mediante una especie de sorteo. De este modo las órdenes inferiores tienen una prueba de la fuerza de los Reyes Sacerdotes, y respetan nuestras leyes.

—Pero, ¿si la ciudad no les hizo ningún daño? —pregunté.

—Tanto mejor —explicó Misk—, porque los hombres que viven al pie de la montaña se sienten confundidos, y nos temen todavía más...

—¿Por qué la primera vez que vine a Gor, hace más de siete años, no me abordaron? —pregunté.

—Era necesario probarte.

—¿Y el sitio de Ar —pregunté—, y el imperio de Marlenus?

—Representaron una prueba eficaz —dijo Misk—. Desde el punto de vista de Sarm, desde luego. En ese caso tú serviste sencillamente para evitar que se extendiese el Imperio de Ar, porque preferimos que los humanos vivan en comunidades aisladas. De ese modo podemos observarlos mejor, y es más seguro que vivan desunidos, porque siendo racionales pueden crear una ciencia, y si son subracionales pueden ser peligrosos para nosotros.

—¿Por eso ustedes limitan las armas y la tecnología de los humanos?

—Por supuesto —afirmó Misk—, pero les hemos permitido cierto desarrollo en algunos sectores... por ejemplo, en medicina, donde han descubierto algo que se parece a los Sueros Estabilizadores.

—¿Qué es eso?

—Sin duda no habrás dejado de observar —dijo Misk—, que aunque viniste a la Contratierra hace más de siete años, en ese período no sufriste ninguna modificación física importante.