Pensé que arrojando todo el peso de mi cuerpo contra Sarm podría lanzarlo desde esa plataforma a su propia muerte, muchos metros más abajo.
—Sé por qué te trajeron al Nido —dijo Sarm.
—En ese caso, sabes más que yo —comenté.
—Te trajeron para que me mates —dijo Sarm, mirando hacia abajo.
Me sobresalté.
—Hay quienes —agregó— no aman el Nido, y desean destruirlo.
No dije nada.
—El Nido es eterno —dijo Sarm—. No puede morir. No permitiremos que muera.
—No entiendo —contesté.
—Entiendes, Tarl Cabot —dijo Sarm—. No me mientas.
Miré alrededor, contemplé la increíble complejidad que allí se desplegaba. —No sé qué decirte —observé—. Imagino que si yo fuera Rey Sacerdote no desearía que todo esto pereciera.
—Exactamente —dijo Sarm—, y sin embargo uno de los nuestros quiere traicionar a su propia especie, y está dispuesto a contemplar la destrucción de esta maravilla.
—¿Conoces su nombre?
—Por supuesto —dijo Sarm—. Ambos lo conocemos. Es Misk.
—Nada sé de todo eso.
—Ya lo veo —comentó Sarm. Hizo una pausa—. Misk cree que te trajo al Nido para cumplir sus propios fines, y yo le permití que lo creyese. Le permití imaginar que yo sospechaba... pero no que conocía su conspiración. En efecto: te envié a la cámara de Vika de Treve, y allí demostró su culpabilidad, porque acudió deprisa a protegerte.
—¿Y si él no hubiese entrado en la cámara? —pregunté.
—La joven Vika de Treve jamás me falló —dijo Sarm.
—¿De qué te habría servido estando encadenado al anillo de una esclava? —pregunté.
—Después de un tiempo, quizá un año —dijo Sarm—, cuando estuvieras preparado, te habría liberado, con la condición de que hicieras mi voluntad.
—¿Y en qué habría consistido tu voluntad? —pregunté.
—En que mataras a Misk —dijo Sarm.
—¿Por qué no lo matas tú mismo?
—Eso sería asesinato —dijo Sarm—. Pese a su culpa y su traición todavía es un Rey Sacerdote.
—Entre Misk y yo existe la Confianza del Nido —objeté.
—No puede existir la Confianza del Nido entre un Rey Sacerdote y un humano.
—Comprendo —dije—. Miré a Sarm. —Y si yo aceptara tu propuesta, ¿cuál sería mi recompensa?
—Vika de Treve —dijo Sarm—. La pondría a tus pies, desnuda y encadenada.
—No es muy agradable para Vika de Treve.
—No es más que una mul hembra —dijo Sarm.
Pensé en Vika y en el odio que me inspiraba.
—¿Todavía deseas que mate a Misk? —pregunté.
—Sí —dijo Sarm—. Con ese Fin te traje al Nido.
—En ese caso, dame mi espada —dije —, y llévame con él.
—Bien —convino Sarm, y comenzamos a descender alrededor del globo azulado donde residía la energía de los Reyes Sacerdotes.
19. Muere, Tarl Cabot
Recuperaría mi espada, y podría buscar a Misk, cuya seguridad me inspiraba temor.
Fuera de eso, no tenía un plan definido.
Pasé una noche inquieta, tendido sobre el musgo. Por la mañana, después de la primera comida, Sarm entró en el compartimento de Misk, donde yo lo esperaba. Vi sorprendido que iba coronado por una diadema aromática de hojas verdes, la primera planta verde que había visto en el Nido. Alrededor de su cuello colgaba, además del invariable traductor, un collar aparentemente formado por adornos, pedacitos de metal, algunos huecos y redondeados, otros puntiagudos, otros afilados. Vi también que todo él estaba impregnado de ungüentos de fragancias penetrantes.
—Es la Fiesta de Tola... La Fiesta del Vuelo Nupcial —explicó Sarm—. Hoy es un día apropiado para que realices tu trabajo. ¿Estás listo?
—Sí —contesté.
—Bien —dijo Sarm y se acercó a uno de los altos gabinetes de la cámara de Misk; después de tocar un botón la puerta del gabinete se abrió. Aparentemente, Sarm estaba familiarizado con el compartimento de Misk. Del interior del gabinete Sarm extrajo el cinturón de mi espada, la vaina y la hoja de acero goreano que había entregado antes por pedido de Misk.
Calculé la distancia existente entre mi persona y Sarm, y me pregunté si podría alcanzarlo y matarlo antes de que accionara sus mandíbulas o los filos formidables de las patas delanteras. ¿Dónde había que herir a un Rey Sacerdote?
Advertí, sorprendido, que Sarm se inclinaba hacia la puerta del compartimento del que había extraído mi espada. Atacó el borde interior del gabinete con uno de los objetos metálicos de su collar.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Me aseguro —dijo Sarm— de que nadie volverá a guardar tu espada en este compartimento. Soy tu amigo.
—Me alegro de tener un amigo como tú —comenté. Era evidente que el compartimento estaba siendo modificado de tal modo que a simple vista todos comprendiesen que había sido violado.
—¿Por qué —pregunté— estás adornado de ese modo?
—Es la Fiesta de Tola —contestó Sarm—, la Fiesta del Vuelo Nupcial.
—¿Dónde conseguiste esas hojas verdes? —pregunté.
—Las cultivamos en cámaras especiales —contestó Sarm—. En la Fiesta de Tola todos los Reyes Sacerdotes las usan en recuerdo del Vuelo Nupcial, porque éste se realiza a la luz del sol, cuando la superficie está cubierta de verde.
Las patas delanteras de Sarm tocaron los metales que colgaban de su cuello. —También estos objetos —dijo— tienen importancia.
—Son un adorno —sugerí— en honor de la Fiesta de Tola.
—Más que eso —dijo Sarm—, míralos bien.
Me acerqué a Sarm y contemplé los pedazos de metal. Algunos me parecieron cucharas huecas, otros escoplos y otros cuchillos.
—Son herramientas —dije.
—Hace mucho —dijo Sarm—, en ciertos nidos que existieron antaño, en tiempos que tú ni siquiera imaginas, con estos pequeños objetos mi pueblo comenzó el viaje que con el tiempo condujo a los Reyes Sacerdotes.
—Pero, ¿qué me dices de las modificaciones de la red ganglionar? —pregunté.
—Estas cosas —dijo Sarm— quizá incluso son más viejas que las modificaciones de la red. Es posible que de no ser por ellas y las modificaciones que introdujeron en la antigua forma de vida nuestra especie no hubiera podido perpetuarse.
—En ese caso —dije con cierta malicia—, contrariamente a tu sugerencia de ayer, esos minúsculos pedazos de metal, y no las modificaciones de la red ganglionar, son la verdadera y real fuente del poder de los Reyes Sacerdotes.
Las antenas de Sarm se movieron, irritadas.
—Tuvimos que hallarlas y usarlas, y después reproducirlas —dijo Sarm.
—Pero es posible que existieran antes de la modificación de la red —le recordé.
—El asunto no está aclarado —contestó Sarm.
—Sí, imagino que así es.
Los bordes afilados de Sarm emergieron y luego desaparecieron.
—Muy bien —dijo Sarm—, la verdadera fuente del poder de los Reyes Sacerdotes reside en las micropartículas del universo.
—De acuerdo —dije.
Me complacía ver que únicamente con mucho esfuerzo Sarm conseguía controlarse. Todo su cuerpo parecía temblar de cólera. Oprimió una contra otra las patas delanteras, para impedir que las proyecciones afiladas emergieran espontáneamente.
—A propósito —pregunté— ¿cómo se mata a un Rey Sacerdote?
Mientras decía estas palabras, descubrí que inconscientemente media la distancia que me separaba de Sarm.
—No será fácil con tu arma —dijo—, pero Misk no podrá resistirse, y tú podrás tomarte todo el tiempo que desees.
—¿Quieres decir que puedo hacer con él una simple carnicería?
—Ataca los nódulos cerebrales del tórax y la cabeza —dijo Sarm—. Probablemente no necesitarás más de medio centenar de golpes para llegar a los centros vitales.
Se me oprimió el corazón.
Desde el punto de vista práctico, ahora parecía que los Reyes Sacerdotes eran invulnerables a mi espada, aunque yo imaginaba que podía lesionarlos gravemente si les cortaba los vellos sensoriales de las patas, o el punto de unión del tórax y el abdomen, o los ojos y las antenas.