Выбрать главу

Entonces, se me ocurrió que debía existir algún centro vital no mencionado por Sarm, probablemente un órgano que bombeara los fluidos corporales de los Reyes Sacerdotes, algo parecido a nuestro corazón. Desde luego él no estaba dispuesto a suministrarme esa información. Por lo demás, yo no pensaba atacar a Misk, no sólo por el afecto que le tenía; incluso si hubiera pensado matarlo, no lo hubiera hecho como quien ataca a un enemigo a garrotazos, porque ésa no es la manera de actuar de un buen guerrero.

—¿Me acompañarás —pregunté— cuando vaya a matar a Misk?

—No —replicó Sarm—, porque es la Fiesta de Tola y debo dar Gur a la Madre.

—¿Qué significa eso? —pregunté.

—No es asunto que concierna a los humanos —replicó Sarm.

—Muy bien.

—Fuera —dijo Sarm— encontrarás un disco de transporte, y a los dos muls, Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta. Te llevarán donde está Misk, y después te indicarán cómo eliminar el cuerpo.

—¿Y la joven? —pregunté.

—¿Vika de Treve?

—Por supuesto.

—Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta te dirán dónde encontrarla.

—¿No es peligroso que los dos muls conozcan el asunto?

—No —dijo Sarm—, porque les he ordenado presentarse en las cámaras de disección después de terminado el trabajo.

Durante un momento permanecí callado, y me limité a mirar al Rey Sacerdote.

—Te deseo buena suerte —dijo Sarm—. Al cumplir esta misión, prestarás un gran servicio al Nido y a los Reyes Sacerdotes, conquistarás mucha gloria para ti, tendrás una vida de honor y riquezas, y serás el dueño de la esclava Vika de Treve.

—Sarm es muy generoso.

—Sarm es tu amigo —dijo el traductor del Rey Sacerdote.

Mientras me volvía para salir de la habitación pude ver cómo Sarm desconectaba el traductor con los apéndices de la pata derecha.

Alzó un tentáculo en lo que parecía un saludo benévolo y magnánimo, un augurio de buena suerte.

Alcé el brazo derecho, en actitud irónica, para retribuir el gesto.

A mi olfato, ahora alerta a las señales de los Reyes Sacerdotes y adiestrado por mi práctica con el traductor que Misk me había entregado, llegó cierto olor, cuyos ingredientes identifiqué sin dificultad. Era un mensaje muy sencillo, y por supuesto no lo emitió el traductor de Sarm. Decía: “Muere, Tarl Cabot”.

Sonreí para mis adentros, y salí de la habitación.

20. El collar 708

Fuera de la habitación encontré a Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta.

Aunque viajábamos en un disco de transporte, y el hecho bastaba para alegrarlos, esta vez no parecían de buen humor. Yo conocía muy bien la razón.

—Tenemos órdenes —dijo Mul-Al-Ka— de llevarte adonde está el Rey Sacerdote Misk, a quien matarás.

—Además nos ordenaron —dijo Mul-Ba-Ta— que te ayudáramos a eliminar el cadáver.

—También tenemos instrucciones —dijo Mul-Al-Ka— de alentarte en esta terrible hazaña, y de recordarte los honores y las riquezas que te esperan.

Sonreí y abordé el disco de transporte.

Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta ocuparon sus lugares delante de mí, dándome la espalda. Hubiera sido fácil arrojarlos a la muerte despidiéndolos fuera del disco. El disco se deslizaba silencioso por el túnel, flotando sobre su colchón de gases.

—Me parece —dije—, que ambos cumplieron bien sus órdenes. —Les di varias palmadas en la espalda. —Ahora, díganme qué desean realmente.

—Ojalá pudiéramos, Tarl Cabot —dijo Mul-Al-Ka.

—Pero estamos seguros de que sería impropio —dijo Mul-Ba-Ta.

Viajamos en silencio durante un rato más.

—Observarás —dijo Mul-Al-Ka—, que hemos ocupado posiciones tales que podrías arrojarnos fuera del disco de transporte.

—Sí —dije—, lo he observado.

—Aumenta la velocidad del disco —dijo Mul-Ba-Ta—, y así tu gesto será más eficaz.

—No deseo despedirlos fuera del disco —contesté.

—Oh —exclamó Mul-Al-Ka.

—Nos parecía una buena idea —dijo Mul-Ba-Ta.

—Quizá —comenté—, pero ¿por qué querría mataros?

—Bien, Tarl Cabot —dijo Mul-Ba-Ta—, así podrías huir y ocultarte. Por supuesto, finalmente te hallarían, pero podrías sobrevivir un tiempo más.

—Pero entiendo que me darán honores y riquezas —les recordé.

Durante un rato, ninguno de los dos muls volvió a hablar.

—Mira, Tarl Cabot —dijo de pronto Mul-Al-Ka—, queremos mostrarte algo.

Mul-Al-Ka llevó el disco hacia un túnel lateral, y acelerando todo lo posible pasó frente a varios portales; por último detuvo el artefacto frente a una alta entrada de acero. Admiré su habilidad.

—¿Qué desean mostrarme? —pregunté.

Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta nada dijeron, y descendieron del disco de transporte y abrieron el portal de acero. Los seguí.

—¿Les ordenaron traerme aquí? —pregunté.

—No —dijo Mul-Ba-Ta.

—Entonces, ¿por qué lo hicieron?

—Nos pareció que sería conveniente —explicó Mul-Al-Ka.

—Sí —agregó Mul-Ba-Ta—. Esto se relaciona con los honores y las riquezas y los Reyes Sacerdotes.

La habitación en la cual estábamos se hallaba prácticamente vacía, y por el tamaño y la forma no era muy distinta de aquella en que se había realizado mi procesamiento. Sin embargo, no había pantalla de observación ni discos en la pared.

En la habitación el único objeto era un artefacto pesado, parecido a una esfera, con un conjunto de extensiones aseguradas al techo de la cámara. Debajo, la esfera tenía una abertura ajustable, que ahora alcanzaba un diámetro de unos quince centímetros. Muchos cables partían del globo y luego entraban en un panel del techo. En la propia esfera había distintos instrumentos, llaves, bobinas, discos y luces.

Desde otra cámara nos llegó el grito de una muchacha. Llevé la mano a la espada.

—No —dijo Mul-Al-Ka, apoyando la mano sobre mí muñeca.

Ahora sabía el propósito del artefacto, pero ¿por qué Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta me habían traído aquí?

Se deslizó un panel lateral, y entraron otros dos muls. Empujaban un disco grande, chato y circular. Pusieron el disco directamente bajo la esfera. Sobre el disco estaba montado un estrecho cilindro de plástico transparente. Tenía más o menos cuarenta y cinco centímetros de diámetro, y podía abrirse sobre un eje vertical, aunque entonces se encontraba totalmente cerrado. En el cilindro, salvo la cabeza sostenida por una abertura circular, estaba una joven vestida con el atavío tradicional, incluso el velo, y con las manos enguantadas que presionaban impotentes sobre la pared interior del cilindro.

Su mirada de terror recayó en nosotros. —¡Sálvenme! —gritó.

—Salud, honorables muls —dijo uno de los dos servidores.

—Salud —dijo Mul-Al-Ka.

—¿Quién es él? —preguntó uno de los asistentes.

—Tarl Cabot, de la ciudad de Ko-ro-ba —dijo Mul-Ba-Ta.

—Nunca oí hablar de eso —dijo el otro servidor.

—Está en la superficie —dijo Mul-Al-Ka—, y es nuestro amigo.

—Está prohibida la amistad entre muls —dijo el primer ayudante.

—Lo sabemos —dijo Mul-Al-Ka—, pero de todos modos iremos a las cámaras de disección.

—Lamento que así sea —dijo el otro ayudante.

Miré asombrado a mis compañeros.

—Por otra parte —dijo Mul-Ba-Ta—, es el deseo de un Rey Sacerdote, y por lo tanto debemos alegrarnos.

—Por supuesto —dijo el primer ayudante.

—¿Cuál fue tu delito? —preguntó el segundo ayudante.

—No lo sabemos —contestó Mul-Al-Ka.

—Eso es muy fastidioso —dijo el primer ayudante.

—Sí —confirmó Mul-Ba-Ta—, pero no es importante.

Entonces, los ayudantes se consagraron a su trabajo. Uno de ellos subió al disco puesto cerca del cilindro de plástico. El otro se aproximó a un panel del costado de la habitación, y después de oprimir algunos botones y mover un dial, comenzó a bajar la esfera en dirección a la cabeza de la joven.