Se miró los harapos que vestía, escasos incluso para una esclava, y las muñecas atadas.
Me observó, y cuando habló lo hizo en un murmullo:
—Me trajiste —dijo— de los túneles del Escarabajo de Oro.
—Sí —confirmé.
Ahora que Vika había despertado, comprendí de pronto las dificultades de la situación. La última vez que había visto a esta mujer había sido en la cámara donde ella intentara seducirme con su belleza en beneficio de mi enemigo, Sarm, el Rey Sacerdote. Sabía que era infiel, maligna y traicionera, y a causa de su belleza mil veces más peligrosa que un enemigo común.
Mientras me miraba, en sus ojos había una luz extraña, cuyo significado no alcanzaba a entender del todo.
—Me agrada saber que vives —murmuró.
—Y a mí —dije secamente—, también me agrada saber que tú vives.
—Corriste grandes peligros —dijo—, para atar las muñecas de una muchacha.
No contesté nada.
—¿Te propones matarme? —preguntó.
Me eché a reír.
—Comprendo —dijo.
—Te salvé la vida.
—Te obedeceré.
Extendí las manos hacía Vika, y sus ojos se encontraron con los míos. Alzó las muñecas sujetas, las apoyó en mis manos y arrodillándose ante mí inclinó la cabeza y dijo en voz baja pero muy clara:
—Yo, la joven Vika de Treve, me someto... por completo... al hombre Tarl Cabot, de Ko-ro-ba.
Alzó los ojos hacia mí.
—Ahora, Tarl Cabot —continuó—, soy tu esclava, debo hacer lo que tú desees.
Sonreí. Si hubiera tenido un collar, lo habría cerrado sobre ese hermoso cuello.
—No tengo collar —dije.
—De todos modos, Tarl Cabot —contestó Vika—, uso tu collar.
—No comprendo —dije—. Habla y explícate, esclava.
No tenía más remedio que obedecer.
Habló en voz muy baja, muy lentamente, como si le costara emitir cada palabra. Ese era sin duda su caso, en vista del enorme orgullo de la joven de Treve.
—He soñado —dijo—, desde la primera vez que te vi, Tarl Cabot, que usaba tu collar y tus cadenas. Soñé con eso desde la primera vez que te conocí... soñé que estaba encadenada a los pies de tu diván.
—No comprendo —dije.
Meneó tristemente la cabeza. —No importa.
Apoyé las manos sobre sus cabellos y la obligué a levantar la cara.
—¿Sí, amo? —preguntó.
Mi mirada severa exigía respuesta.
Sonrió, y sus ojos estaban húmedos. —Significa únicamente —dijo— que soy tu esclava... para siempre.
De nuevo alzó los ojos. —Significa, Tarl Cabot —dijo con los ojos empañados por las lágrimas—, que te amo.
Le desaté las muñecas y la besé.
26. La seguridad de Vika de Treve
Era difícil creer que la gentil y obediente joven que se refugiaba en mis brazos, y que ahora sollozaba de placer, era la orgullosa Vika de Treve.
Pero yo todavía no estaba seguro si podía confiar en ella, y no quería correr riesgos. Sabía quién era, la princesa pirata de la altiva y saqueadora Treve, en la Cordillera Voltai.
No, no quería correr riesgos con esta joven, porque sabía que era traicionera y maligna como las nocturnas aves predadoras.
—Cabot —rogó la joven—, ¿qué debo hacer para que me creas?
—Te conozco —repliqué.
—No, Cabot —dijo—, no me conoces. Meneó la cabeza con tristeza.
Comencé a retirar la reja, de modo que pudiésemos dejarnos caer al suelo de la cámara del Vivero. Felizmente, esa argolla no estaba cargada de energía.
—Te amo —dijo, y me tocó el hombro.
La aparté bruscamente.
—Aun así, es cierto —dijo.
Me volví y la miré fríamente:
—Representas bien tu papel —dije—, y casi me engañaste, Vika de Treve.
—No entiendo —balbuceó.
Estaba irritado. Qué convincente había sido su papel de esclava enamorada, dispuesta a satisfacer mis menores caprichos, mientras esperaba una oportunidad para traicionarme.
—Guarda silencio, esclava —ordené.
Enrojeció de vergüenza e inclinó la cabeza, hundió la cara entre las manos, y se arrodilló, gimiendo suavemente.
Finalmente, conseguí retirar una parte del ancho enrejado, lo necesario para pasar a la cámara; y poco después, Vika me siguió y yo la ayudé a descender.
La verja volvió a ocupar su lugar.
Me agradaba bastante haber descubierto la red de tubos de ventilación, porque representaba una ancha y complicada red de vías de acceso a todos los lugares del Nido a los que yo deseaba llegar.
Vika aún lloraba un poco, pero yo la sacudí rudamente y le dije que acabase de una vez. Se mordió los labios y contuvo un sollozo; cuando al fin dejó de llorar, todavía tenía los ojos llenos de lágrimas.
Miré su atuendo, que aunque sucio y desgarrado era aún, visiblemente, el de una esclava de las cámaras; una pista que revelaba su identidad. Sin duda produciría curiosidad, y hasta sospechas.
Tracé un plan temerario.
Miré severamente a Vika. —Debes hacer lo que te ordene —dije— y deprisa, y sin discutir.
Inclinó la cabeza. —Obedeceré —dijo en voz baja... amo.
—Serás una muchacha traída de la superficie —dije—, pues todavía tienes tus cabellos, y diré que te llevo al Vivero por orden de Sarm, el Rey Sacerdote.
—No entiendo.
—Pero obedecerás.
—Sí —afirmó.
—Yo seré tu guardián —expliqué—, y te llevo para que seas una nueva hembra mul en las cajas de reproducción.
—¿Una mul? —preguntó—. ¿Las cajas de reproducción?
—Quítate esas ropas —ordené—, y pon las manos detrás de la espalda.
Vika me miró sorprendida.
—¡Deprisa!
Hizo lo que le ordenaba, y le até las muñecas a la espalda.
Tomé los harapos que vestía y los arrojé a un eliminador de residuos.
Poco después, adoptando un aire autoritario, presenté a Vika al jefe del Vivero.
Contempló con desagrado la cabeza sin afeitar y los cabellos largos y bellos. —Qué fea es —dijo.
Supuse que había nacido en el Nido, y allí se había formado su concepto de la belleza femenina.
Me complació comprobar que esa opinión impresionaba mucho a Vika, e imaginé que era la primera vez que un hombre la miraba con desagrado.
—¿No es un error? —preguntó el jefe.
—No —contesté—. Es una nueva hembra mul, y viene de la superficie. Por orden de Sarm aféitenla y vístanla como corresponde. Después, deben asignarle una caja de reproducción, donde quedará sola y encerrada. Más adelante ustedes recibirán nuevas órdenes.
Vika de Treve fue introducida en una caja de plástico, pequeña pero cómoda, en la cuarta hilera del Vivero. Vestía la breve túnica de plástico púrpura asignada a las muls hembras en el Nido, y salvo las pestañas todos sus cabellos habían sido eliminados por completo.
Vio reflejada su imagen en el costado de la caja, lanzó un grito, y se tapó la cara con las manos.
Gimió, y se inclinó contra la pared de la caja, los ojos cerrados.
La abracé un instante; pareció sorprendida.
—¿Qué me hiciste? —murmuró.
La miré severamente y contesté:
—Lo que deseaba.
—Por supuesto —dijo Vika, apartando los ojos—, no soy más que una esclava
Retrocedió un paso. —Ah, sí —dijo—, lo olvidaba... tu venganza.
Me miró. —Antes, pensé que... —no concluyó la frase, y los ojos se le llenaron de lágrimas—: Mi amo es astuto —dijo, irguiéndose orgullosa—, sabe cómo castigar a una esclava traicionera.
Se volvió.
Un instante después volví a oír su voz. —¿Me abandonarás? —preguntó—. ¿O aún no has terminado conmigo?
Aunque en el fondo era una actitud insensata, hubiera deseado explicarle mi intención de liberarla apenas fuese posible; pero era absurdo informarla, en vista de su traición anterior, y felizmente no tuve oportunidad de hacerlo, porque en ese momento el jefe se acercó y me entregó un bolso de cuero donde estaba la llave de la caja de Vika.