La presencia de las extrañas criaturas colgadas del techo no contribuía a aliviar su temor.
—¿Quiénes son? —murmuró.
—Hombres con extrañas características —dije.
Vika contempló los cuerpos redondos y pequeños, las piernas largas de pies acolchados, y las manos de dedos largos con anchas palmas.
Centenares de ojos grandes, redondos y oscuros estaban fijos en ella, y Vika se estremeció.
Pensé si valdría la pena retirarla de la caja. Los hombros le temblaban mientras esperaba mi decisión definitiva.
No deseaba que continuase confinada allí, en vista de la situación que prevalecía en el Nido. A pesar de la caja de plástico estaría más segura con las fuerzas de Misk. Por otra parte, los ayudantes del Vivero habían desaparecido y las restantes cajas estaban vacías, de modo que en poco tiempo más comenzaría a pasar hambre y sed. No deseaba regresar periódicamente al Vivero para alimentarla, e imaginaba que si era necesario podía encontrarle un encierro apropiado cerca del cuartel general de Misk. Si no hallaba otra solución, pensé que siempre podría tenerla encadenada en mi propia habitación.
Deseaba confiar en ella, pero al mismo tiempo sabía que eso no era posible.
—Vika de Treve, esclava, vine a buscarte —dije con voz severa—, y a retirarte de la caja.
—Gracias, amo —dijo con voz baja, humildemente. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Llámame Cabot —ordené—, como hacías antes.
—Muy bien, Cabot, mi amo —dijo Vika.
Después de unos minutos le dije con voz severa:
—Ahora, debemos salir de aquí.
Me volví y salí de la caja, y como correspondía Vika me siguió a dos pasos de distancia.
Descendimos la rampa y nos acercamos al disco de transporte. Al-Ka examinó atentamente a Vika.
—Es muy sana —dijo.
—Sus piernas no parecen muy fuertes —observó Al-Ka después de examinar atentamente los muslos, las pantorrillas y los tobillos de la esclava.
—Pero eso no me preocupa —expliqué.
—Tampoco a mí —dijo Al-Ka—. Después de todo, uno puede ordenarle que suba y baje escaleras para fortalecerlas.
—Muy cierto —contesté.
—Creo que uno de estos días —explicó Al-Ka—, también yo me buscaré una mul hembra. —Después agregó—: Pero con las piernas más fuertes.
—Una excelente idea —comenté.
Al-Ka guió el disco de transporte y los tres iniciamos el viaje hacia el compartimento de Misk. Detrás marchaban los portadores de Gur.
Pasé el brazo sobre los hombros de Vika. —¿Sabías —pregunté— que volvería a buscarte?
Se estremeció y miró hacia delante, hacia el túnel en sombras. —No —dijo—, sabía únicamente que harías lo que se te antojara.
Alzó los ojos hacia mí.
—¿Una pobre esclava puede rogar —murmuró en voz baja—, que se le ordene acercar sus labios a los tuyos?
—Así se le ordena —dije, y sus labios buscaron ansiosamente los míos.
Esa misma tarde, poco después, Mul-Ba-Ta, que ahora era sencillamente Ba-Ta, apareció a la cabeza de largas líneas de antiguos muls. Venían de los Prados y las Cámaras de Hongos, y también ellos llegaron cantando. Algunos hombres de las Cámaras de Hongos cargaban grandes sacos de esporas selectas, otros llevaban enormes canastos de hongos recién cosechados; y los que venían de los Prados traían grandes artrópodos, grises, el ganado de los Reyes Sacerdotes.
—Pronto encenderemos lámparas —dijo Ba-Ta.
—Tenemos hongos suficientes para vivir —dijo uno de los cultivadores— hasta que plantemos estas esporas y recojamos la próxima cosecha.
—Hemos quemado lo que no trajimos —dijo otro.
Misk contempló asombrado a los hombres que desfilaban ante mí.
—Agradecemos tanta ayuda —dijo—, pero tienen que obedecer a los Reyes Sacerdotes.
—No —dijo uno de ellos—, ya no obedecemos a los Reyes Sacerdotes.
—Pero —agregó otro— aceptaremos órdenes de Tarl Cabot, de Ko-ro-ba.
—Creo que les convendría —dije— mantenerse fuera de esta guerra entre Reyes Sacerdotes.
—Tu guerra es nuestra guerra —dijo Ba-Ta.
—Sí —agregó un hombre de los Prados, que traía una estaca puntiaguda que podía usar a modo de lanza.
Uno de los cultivadores de hongos miró a Misk. —Nacimos en este Nido —le dijo—, y es nuestro, tanto como de los Reyes Sacerdotes.
—Creo que este hombre dice la verdad —afirmé.
—Sí —continuó Misk—, yo también creo que dice la verdad.
De esta manera los antiguos muls, que eran humanos, comenzaron a unirse al bando del Rey Sacerdote Misk y sus escasos partidarios.
Por mi parte, creía que en vista de los depósitos de alimentos que Sarm y sus fuerzas tenían, la batalla dependería en definitiva de la capacidad de fuego de los tubos de plata, que escaseaban bastante en el bando de Misk; aun así, imaginaba que la habilidad y el coraje de los antiguos muls todavía podían representar un papel en los fieros combates que se avecinaban.
Como Al-Ka había previsto, los bulbos de energía del Nido volvieron a encenderse excepto, por supuesto, los casos en que el fuego de los tubos de plata de Sarm habían destruido por completo.
Los ingenieros muls, instruidos por los Reyes Sacerdotes, habían organizado una unidad auxiliar, y aplicado su energía al sistema principal.
Intrigado por la dureza del plástico usado en las cajas del Vivero, hablé con Misk, y ambos, con la colaboración de otros Reyes Sacerdotes y otros humanos, construimos una flota de discos de transporte, que era muy eficaz si se montaban en ella los tubos de plata. Estos discos incluso sin armamento eran bastante aceptables como vehículos de exploración o transporte, relativamente seguros. Las intensas descargas de los tubos de plata podían chamuscar y rasgar el plástico, pero a menos que la exposición fuese bastante prolongada no conseguían penetrarlo.
Durante la tercera semana de la guerra, equipados con los discos de transporte blindado, comenzamos a llevar la batalla al terreno de las fuerzas de Sarm, pese a que éstas todavía nos superaban holgadamente en número.
Nuestro servicio de inteligencia era muy superior al de Sarm, y la red de tubos de ventilación permitían que los ágiles hombres de las cámaras de hongos y los extraños portadores de Gur pudieran llegar a todos los lugares del Nido. Además, todos los antiguos muls que luchaban en nuestro bando vestían túnicas sin olor, y así tenían un camuflaje muy eficaz en el Nido.
En general, los humanos y los Reyes Sacerdotes de Misk formaban una fuerza de combate bastante eficaz. Los datos sensoriales que escapaban a las antenas podían ser descubiertos por los humanos de ojos agudos, y los olores sutiles que los humanos no percibían probablemente eran recogidos por el Rey Sacerdote que formaba parte del grupo. A medida que se iban sucediendo los combates, los miembros de grupos acabaron respetándose, confiando unos en otros, e incluso hasta llegaron a ser amigos. Cierta vez, un valeroso Rey Sacerdote de las fuerzas de Misk fue muerto, y los humanos que habían luchado con él lloraron. En otra ocasión, un Rey Sacerdote desafió el fuego de una docena de tubos de plata para rescatar a uno de los portadores de Gur que había sido herido.
Incluso diré que, en mi opinión, el peor error de Sarm en la Guerra del Nido fue su actitud frente a los muls.
Cuando comprendió que los muls de todas las categorías se unían a Misk llegó a la conclusión de que debía considerar enemigos a todos los muls del Nido. Por eso, emprendió el exterminio sistemático de todos los que caían en sus manos, y de ese modo muchos muls que sin duda le habían servido se pasaron al bando de Misk.
Con estos nuevos muls, que no venían de las cámaras de hongos y los prados, sino de los complejos del propio Nido, llegó una multitud de cualidades y talentos. Comenzó a correr el rumor de que los únicos muls a quienes Sarm no había destruido eran los Implantados, entre los cuales había criaturas como Parp, a quien yo había conocido mucho tiempo atrás, el primer día que entré en el mundo de los Reyes Sacerdotes.