Sarm se acercó a un panel en la pared. Movió una perilla. —Estoy activando tu red de control —dijo.
Sentí la tensión en todo mi cuerpo.
—Estas pruebas preliminares son sencillas —dijo Sarm—, y quizá te interesen.
Parp había entrado en la sala, y estaba de pie, cerca de mí, chupando su pipa. Vi que movía la llave de su traductor.
Sarm accionó un dial.
—Cierra los ojos —murmuró Parp.
No sentía dolor. Sarm me miraba atentamente.
—Quizá un poco más de energía —dijo Parp, alzando la voz de modo que sus palabras llegasen al traductor de Sarm.
Sarm aceptó la indicación, y tocó de nuevo la llave anterior. Después, extendió la mano hacia el dial.
—Cierra los ojos —murmuró Parp, ahora con voz más apremiante.
No sé por qué, pero acaté su indicación.
—Ábrelos —dijo Parp.
Así lo hice.
—Inclina la cabeza —dijo.
Hice lo que ordenaba.
—Mueve la cabeza en el sentido de las agujas del reloj —dijo Parp—. Ahora, a la inversa.
Desconcertado, hice lo que él me ordenaba.
—Estuviste inconsciente —me informó Parp—. Ahora, ya no estás controlado.
Miré alrededor. Vi que Sarm había desconectado la máquina.
—¿Qué recuerdas? —preguntó Sarm.
—Nada.
—Después comprobaremos los datos sensoriales —afirmó Sarm.
—Las respuestas iniciales —intervino Parp, elevando la voz— parecen bastante prometedoras.
—Sí —observó Sarm—, hiciste un trabajo excelente.
Sarm se volvió y salió de la sala.
Miré a Parp, que sonreía y fumaba su pipa.
—No me implantaste —afirmé.
—En efecto, no lo hice.
—¿Y Kusk? —pregunté.
—Es uno de los nuestros —dijo Parp.
—¿Por qué?
—Salvaste a sus hijos —explicó Parp.
—Pero él no tiene sexo, y por lo tanto tampoco hijos.
—Al-Ka y Ba-Ta —explicó Parp—. ¿Crees que un Rey Sacerdote es incapaz de amar?
Supe, gracias a las conversaciones oídas en la sala de mando, que no muchos humanos de las fuerzas de Misk habían respondido a las incitaciones de Sarm, si bien algunos, por ejemplo Vika de Treve, había preferido probar suerte con lo que ella misma creía era el bando ganador. Por lo que supe, sólo un puñado de humanos, algunos hombres y mujeres, habían cruzado las líneas para unirse a Sarm.
Vika venía todos los días con el propósito de atormentarme, pero ya no le permitían que usara su látigo conmigo.
Tiempo después se le encomendó mi alimentación, y parecía complacerse arrojándome restos de hongos, o mirándome lamer el agua del recipiente que me acercaba al disco. Yo comía porque deseaba mantener mis fuerzas. Quizás llegara el momento de usarlas.
Sarm, que normalmente ocupaba su puesto en la sala, parecía complacerse mucho con la persecución de la cual me hacía objeto Vika. Cuando ella me insultaba y provocaba, él permanecía de pie bastante cerca, enroscando las antenas, en la peculiar inmovilidad de los Reyes Sacerdotes. Parecía agradarle la presencia de la hembra mul, y a veces le ordenaba que lo acicalara en mi presencia, una tarea que a Vika también parecía gustarle.
—¡Qué individuo más lamentable eres —me decía Vika—, y qué fuertes y bellos son los Reyes Sacerdotes!
Una vez le dije irritado:
—¡Muñequita mul!
—Silencio, esclavo —me respondió altanera. Después, me miró y rió alegremente. —Por eso, esta noche no comerás.
Recordé, sonriendo para mis adentros, que cuando yo era el amo una vez la había castigado negándole la cena. Ahora me tocaba el turno de pasar hambre, pero me dije que bien valía la pena.
Entretanto, poco a poco la guerra en el Nido comenzó a cobrar un sesgo desfavorable para Sarm. El hecho más notable fue una delegación de los Reyes Sacerdotes de Sarm, que dirigida por el propio Kusk se rindió a Misk, y juró fidelidad a su causa.
Al parecer, este episodio fue el resultado de muchas discusiones del grupo de Reyes Sacerdotes que había seguido a Sarm porque él era el Primogénito, pero que en distintas ocasiones se había opuesto a su dirección de la guerra, y sobre todo al trato que él había dispensado a los muls, al empleo de las armas gravitatorias, al intento de provocar enfermedades en el Nido; y por último, a juicio de los Reyes Sacerdotes lo peor de todo, la liberación de los Escarabajos de Oro. Poco después otros Reyes Sacerdotes, conmovidos por la decisión de Kusk, comenzaron a hablar de la necesidad de concluir la guerra, y las deserciones aumentaron. Desesperado, Sarm reagrupó sus fuerzas y brindó seis docenas de discos de transporte, que atacaron el dominio de Misk. Según parece, las fuerzas de Misk los esperaban y los detuvieron con barricadas y un intenso fuego desde los techos. De toda la flota sólo cuatro discos regresaron al cuartel general.
Ahora era evidente que Sarm estaba a la defensiva, pues lo escuché impartir órdenes de bloquear los túneles que conducían al sector del Nido que él controlaba.
Después, sobrevino un período de calma, y llegué a la conclusión de que las fuerzas de Misk se habían visto obligadas a retroceder.
Desde el día de mi captura mis raciones de hongos habían sido reducidas a la tercera parte. Y vi también que algunos de los Reyes Sacerdotes tenían un aspecto menos ágil que de costumbre. Además, el tórax y el abdomen mostraban un tono levemente pardusco, un signo que había aprendido a relacionar con la sed en estas criaturas.
Comenzaba a sentirse la falta de los suministros capturados o destruidos por los cultivadores de hongos y los pastores.
Finalmente, Sarm me reveló la razón por la cual me había mantenido vivo, el motivo de que no me hubiese destruido mucho antes.
—Dicen que entre tú y Misk se ha concertado la Confianza del Nido —dijo—. Ahora veremos si es así.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Si tal cosa es cierta —explicó Sarm, enroscando las antenas—, Misk estará dispuesto a morir por ti.
—No comprendo.
—Su vida por la tuya.
—Jamás —exclamé.
—No —gritó Vika, que se había acercado—. ¡Eres mío!
—No temas, pequeña mul —dijo Sarm—. Tendremos la vida de Misk, y tú conservarás a tu esclavo.
—Sarm es traicionero —afirmé.
—Sarm es un Rey Sacerdote —me corrigió.
31. La venganza de Sarm
Se convino el lugar de la reunión. Era una de las plazas del sector controlado por las fuerzas de Sarm.
Misk debía ir solo a la plaza, y allí se reuniría conmigo y con Sarm. Nadie debía portar armas. Misk tenía que rendirse a Sarm, y yo quedaría en libertad. Pero sabía que Sarm no tenía la más mínima intención de cumplir su palabra. Su plan era matar a Misk, destruyendo así la dirección del bando contrario, y después entregarme como esclavo a Vika, o lo más probable, también matarme.
Cuando abrieron mis cadenas, Sarm me informó que la cajita que él llevaba consigo activaba mi red del control, y que al primer signo de desobediencia o dificultad se limitaría a mover la llave de energía... es decir, quemaría mi cerebro.
Contesté que había entendido bien.
A pesar del acuerdo acerca de las armas, Sarm colgó de su traductor, oculto por este artefacto e invisible por lo tanto, un tubo de plata.
Comprobé sorprendido que Vika de Treve reclamaba el privilegio de acompañar a su amo. Quizá temía que me mataran, y así se la privase de la venganza que había esperado tanto tiempo. Sarm quería negarse, pero ella lo convenció. Su frase decisiva fue:
—¡Quiero ver el triunfo de mi amo!—. Ese argumento pareció persuadir a Sarm, y así Vika se incorporó a nuestro grupo.
Me obligaron a caminar diez o doce pasos delante de Sarm, que mantenía uno de sus apéndices cerca de la caja de control, la misma que según él creía podía activar la red que teóricamente estaba incorporada a mi tejido cerebral. Vika caminaba al lado de Sarm.
Poco después vi aparecer en la plaza la figura alta y mesurada de Misk.