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Misk continuaba tirando del cuerpo destrozado de Sarm, entre los escombros.

—¡Deprisa! —le grité.

Pero el Rey Sacerdote no me prestó atención, y quería mover un gran bloque de piedra que había caído sobre uno de los apéndices del cadáver de Sarm.

Empujé hacia delante a Vika, y corrí donde estaba Misk.

—¡Vamos! —grité, descargando el puño sobre su tórax—. ¡Deprisa!

—No.

—Está muerto —dije—. ¡Déjalo!

—Es un Rey Sacerdote —afirmó Misk.

Misk y yo unimos nuestras fuerzas, mientras la masa de lava avanzaba implacable hacía nosotros, y conseguirnos apartar el gran bloque de piedra; Misk recogió tiernamente el cuerpo deshecho de Sarm y ambos corrimos hacia la salida, mientras el río de lava fundida ocupaba el lugar donde habíamos estado un instante antes.

Misk, que llevaba el cuerpo de Sarm, y los restantes Reyes Sacerdotes y humanos, incluso Vika y yo, salimos de la Planta de Energía, y regresamos al complejo que había sido el centro del territorio de Sarm.

—¿Por qué? —pregunté a Misk.

—Porque es un Rey Sacerdote —contestó.

—Fue un traidor —dije—, y traicionó al Nido, y ahora ha destruido no sólo al Nido sino al mundo.

—Pero fue un Rey Sacerdote —insistió Misk, y tocó suavemente con sus antenas la figura maltrecha de Sarm. Y fue el Primogénito —agregó Misk—. Y el bienamado de la Madre.

Detrás sobrevino una terrible explosión, comprendí que el globo ahora había explotado, y que la cámara que lo albergaba estaba totalmente destruida.

El túnel por el cual avanzábamos tembló y se estremeció bajo nuestros pies. Llegamos al conducto que Misk, sus Reyes Sacerdotes y los humanos habían practicado a través de los escombros, y así llegamos nuevamente a uno de los complejos principales.

Hacía frío, y los humanos, e incluso yo, temblábamos con nuestras vestimentas tan simples.

—¡Miren! —exclamó Vika, señalando hacia arriba.

Y todos miramos, y vimos, quizá a más de un kilómetro de altura, el cielo azul de Gor. En el techo del complejo del Nido se había abierto una ancha grieta y así alcanzábamos a divisar el bello y sereno cielo del mundo superior.

Los Reyes Sacerdotes trataron de proteger sus antenas de la radiación del cielo bañado en luz de sol.

De pronto comprendí por qué necesitaban de los hombres y cómo dependían de nosotros.

¡Los Reyes Sacerdotes no podían soportar el sol!

—¡Qué bello es! —gritó Vika.

—Sí —dije—, es muy bello.

En ese momento, planeando sobre las construcciones del complejo, a pocos metros de los techos, apareció una de las naves de Misk, pilotada por Al-Ka, a quien acompañaba su mujer.

Descendió cerca de nuestro grupo. Un momento después otra nave pilotada por Ba-Ta, apareció y fue a posarse cerca de la primera. También él traía consigo a su mujer.

—Ahora ha llegado el momento de elegir —dijo Misk— dónde deseamos morir.

Por supuesto, los Reyes Sacerdotes no querían abandonar el Nido, y comprobé sorprendido que muchos humanos, que habían nacido allí, y que consideraban su hogar al Nido, insistían también en permanecer en el complejo.

Pero otros abordaron entusiasmados las naves que debían llevarlos a la superficie.

—Hicimos muchos viajes —dijo Al-Ka—, y lo mismo ocurrió con otras naves, porque el Nido se abrió en una docena de lugares.

—¿Dónde quieres morir? —pregunté a Vika de Treve.

—A tu lado —se limitó a decir.

Al-Ka y Ba-Ta entregaron sus naves a otros, porque ellos preferían permanecer en el Nido. También sus mujeres eligieron libremente continuar con ellos, pese a que eran los hombres que habían oprimido collares dorados alrededor de sus cuellos.

Kusk estaba a cierta distancia, y tanto Al-Ka como Ba-Ta, seguidos por sus mujeres, comenzaron a acercarse al anciano Rey Sacerdote. Se encontraron a unos cien metros de donde yo estaba, y vi que el Rey Sacerdote apoyaba una pata delantera en el hombro de cada uno, y que juntos permanecían inmóviles, esperando el derrumbe final del Nido.

—Arriba no hay seguridad —afirmó Misk.

—Tampoco aquí —contesté.

—Es cierto —confirmó Misk.

En la distancia se oyeron explosiones sordas, y el estrépito de las rocas que caían.

—Todo el Nido está derrumbándose —dijo Misk.

—¿No es posible hacer nada? —pregunté.

—Nada —contestó Misk.

Vika me miró. —Cabot, ¿dónde prefieres morir? —preguntó.

La última nave se preparaba para volar pasando por la grieta abierta en el techo del complejo. Me habría agradado ver de nuevo la superficie del mundo, el cielo azul, los campos verdes, allende las Montañas Sardar, pero dije:

—Me quedaré aquí con Misk, que es mi amigo.

—Muy bien —observó Vika—. También yo permaneceré aquí.

Así, vimos elevarse la nave, que poco a poco se empequeñeció hasta convertirse en un punto blanco que desapareció en la distancia azul.

Kusk, Al-Ka y Ba-Ta y sus mujeres se acercaron lentamente a nuestro grupo.

Las piedras continuaban cayendo alrededor, y las nubes de polvo eran cada vez más espesas. El cuerpo de Misk estaba revestido de polvo, y yo lo sentía en los cabellos, los ojos y la garganta.

Sonreí para mí, porque ahora Misk estaba muy atareado tratando de limpiarse. Su mundo podía derrumbarse, pero él no descuidaba acicalarse. Imaginé que la suciedad que se adhería a su tórax, al abdomen y a los vellos sensoriales de los apéndices, le inquietaba todavía más que el temor de morir aplastado por uno de los grandes bloques de piedra que de tanto en tanto llovían sobre nosotros.

—Es lamentable —me dijo Al-Ka— que la planta auxiliar de energía no esté terminada.

Misk dejó de acicalarse, y también Kusk miró a Al-Ka.

—¿Qué planta auxiliar? —pregunté.

—La planta de los muls —dijo Al-Ka—, la que estuvimos preparando durante quinientos años, según el plan de rebelión contra los Reyes Sacerdotes.

—Sí —confirmó Ba-Ta—, construida por ingenieros muls adiestrados por los Reyes Sacerdotes, con piezas robadas en el curso de siglos, y escondidas en el sector abandonado del Antiguo Nido.

—No sabía una palabra —dijo Misk.

—Los Reyes Sacerdotes a menudo subestiman a los muls —dijo Al-Ka.

—Estoy orgulloso de mis hijos —dijo Kusk.

—No somos ingenieros —explicó Al-Ka.

—No —dijo Kusk—, pero son humanos.

—En realidad —explicó Ba-Ta—, a lo sumo unos pocos muls sabían de la existencia de esa planta. Nosotros mismos nos enteramos cuando algunos técnicos se unieron a nuestro grupo, durante la Guerra del Nido.

—¿Dónde están ahora esos técnicos? —pregunté.

—Trabajando —contestó Al-Ka.

—¿Es posible que la planta funcione?

—No —contestó Al-Ka.

—Entonces, ¿por qué trabajan? —preguntó Misk.

—Es humano —dijo Ba-Ta.

—Absurdo —dijo Misk.

—Pero humano —dijo Ba-Ta.

—Sí, absurdo —dijo Misk, y sus antenas se enroscaron un poco, pero después rozó suavemente los hombros de Ba-Ta, para indicarle que no quería ofenderlo.

—¿Qué se necesita? —pregunté.

—No soy ingeniero —explicó Al-Ka—, no lo sé. Pero tiene que ver con la fuerza Ur.

—Ese secreto —agregó Ba-Ta— ha sido bien preservado por los Reyes Sacerdotes.

Misk alzó reflexivamente las antenas. —Está el destructor Ur que fabriqué durante la guerra —dijo su traductor.

Él y Kusk se tocaron las antenas, y después se separaron. —Los componentes del destructor pueden reorganizarse —continuó Misk—, pero es poco probable que el vacío de poder pueda cerrarse satisfactoriamente.

—¿Por qué? —pregunté.

—Por una parte —dijo Misk—, la planta construida por los muls probablemente no sirva; por otra parte, está construida con piezas robadas en el curso de siglos, y no creo que pueda lograrse una satisfactoria integración de componentes con los elementos del destructor Ur.