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—Sí —dijo Kusk, desconsolado—, las probabilidades no nos favorecen.

—¿Hay alguna posibilidad? —pregunté a Misk.

—No sé —contestó—, pues no he visto la planta que ellos construyeron.

—Pero lo más probable —intervino Kusk— es que no haya ninguna posibilidad.

—Una posibilidad muy pequeña, aunque quizá definida —conjeturó Misk.

—Eso mismo —reconoció Kusk.

—¡Si hay una sola posibilidad —grité a Misk—, deben intentarlo!

Misk me miró, y sus antenas parecieron alzarse sorprendidas.

—Soy un Rey Sacerdote —dijo—. La probabilidad no es tan importante como para que un Rey Sacerdote, que una criatura racional, pueda actuar sobre esa base.

—¡Tienen que hacerlo! —grité.

—Deseo morir dignamente —dijo Misk, y continuó su tarea de acicalarse. —No es justo que un Rey Sacerdote se agite como un humano... se mueva de aquí para allá cuando no hay probabilidades de éxito.

—Si no por ti —dije—, hazlo por el bien de los humanos... los que están en el Nido y los que viven fuera... eres su única esperanza.

Misk dejó de acicalarse y me miró.

—Tarl Cabot, ¿tú lo deseas? —preguntó.

—Sí.

Y Kusk miró a Al-Ka y a Ba-Ta.

—¿También ustedes lo desean? —preguntó.

—Sí —contestaron ambos.

En ese momento detrás de una gran piedra emergió el cuerpo grueso y redondeado de un Escarabajo de Oro.

—Somos afortunados —dijo la voz que venía del traductor de Kusk.

—Sí —dijo Misk—, ahora no será necesario buscar a uno de los Escarabajos de Oro.

—¡No deben entregarse al Escarabajo de Oro! —grité.

—Voy a morir —dijo Misk—. No me prives de este placer.

Kusk avanzó un paso hacia el escarabajo.

—Es el fin —dijo el traductor de Misk—. Intenté todo lo que era posible. Y ahora estoy fatigado. Perdóname, Tarl Cabot.

—¿Así prefiere morir nuestro padre? —preguntó Al-Ka a Kusk.

—Hijos míos, ustedes no entienden —dijo Kusk— lo que el Escarabajo de Oro significa para un Rey Sacerdote.

—Creo que entiendo —exclamé—, pero ustedes tienen que resistir.

—No es la costumbre de los Reyes Sacerdotes —afirmó Misk.

—¡Pues que lo sea desde ahora en adelante! —grité.

Me pareció que Misk se erguía, y que sus antenas se agitaban desordenadamente, mientras todas las fibras del cuerpo le temblaban.

Contempló a los humanos reunidos alrededor, y el pesado hemisferio del escarabajo que se aproximaba.

—Échenlo —dijo el traductor de Misk.

Con un grito de alegría, corrí hacia el escarabajo. Vika y Al-Ka y Ba-Ta y sus mujeres se unieron a mí, y evitando las mandíbulas tubulares y arrojando piedras y amenazándolo con varas obligamos a huir a la repugnante bestia.

Volvimos donde estaban Misk y Kusk, que se habían reunido y se tocaban las antenas.

—Llévennos a la planta de los muls —dijo Misk.

—Los guiaré —exclamó Al-Ka.

Misk se volvió hacia mí. —Te deseo bien, Tarl Cabot, humano —dijo.

—Espera —dije—, iré contigo.

—No puedes ayudarnos —contestó. Las antenas de Misk se inclinaron hacia mí. —Ve a la superficie. Recibe la caricia del viento, y contempla de nuevo el cielo y el sol.

Alcé las manos, y Misk me tocó suavemente las palmas con sus antenas.

—Deseo tu bien, Misk, Rey Sacerdote —dije.

Misk se volvió y salió deprisa, seguido por Kusk y el resto.

Vika y yo permanecimos solos en el complejo que se derrumbaba. Aferré a Vika, y ambos huimos de la cámara.

Llegamos a la entrada de un túnel y miré detrás, y vi que el techo descendía con increíble suavidad, casi como una lluvia de piedras.

Percibí la diferencia de gravitación del planeta. Me pregunté cuánto tiempo pasaría antes de que se desintegrara y se convirtiera en un cinturón de polvo perdido en el sistema solar.

Vika se había desmayado en mis brazos.

Corrí por los túneles, sin tener una idea clara de lo que podía hacer o adónde ir.

De pronto, me encontré en el primer Complejo del Nido, el lugar donde había entrado el día de mi llegada.

Moviéndome como en un sueño, ascendí por la rampa circular que llevaba al ascensor.

Pero allí encontré únicamente el hueco vacío y oscuro.

Pensé que estábamos atrapados en el Nido; pero después vi, quizá a unos treinta metros de distancia, una puerta parecida, aunque más pequeña.

La abrí, salté al interior del artefacto y oprimí el disco que estaba al final de una serie. La puerta se cerró, y el artefacto ascendió velozmente.

Cuando se abrió la puerta, me encontré de nuevo en el Salón de los Reyes Sacerdotes, aunque la gran cúpula superior ahora estaba resquebrajada y algunas partes habían caído al suelo del recinto.

Vika yacía inconsciente en mis brazos, y yo había ocultado su rostro con varios pliegues de su propia vestidura, para proteger los ojos y la boca del polvo que caía por doquier.

Me acerqué al trono de los Reyes Sacerdotes.

—Salud, Cabot —dijo una voz.

Alcé los ojos y vi a Parp, fumando su pipa, sentado tranquilamente en el trono.

—No debes quedarte aquí —le dije—, contemplando inquieto los restos del trono.

—No tengo adónde ir —dijo Parp mientras fumaba satisfecho la pipa. Se recostó en el respaldo del trono. Una nube de humo emergió de la pipa, pero en lugar de elevarse pareció avanzar en línea recta. —Me había agradado una última pipa muy satisfactoria —dijo Parp. Me miró, y descendió del trono para acercarse. Apartó el pliegue de la vestidura de Vika y contempló el rostro de la joven.

—Es muy hermosa —dijo Parp—, muy parecida a su madre.

—Sí —dije.

—Ojalá hubiera podido conocerla mejor —continuó. Parp me sonrió—. Pero soy un padre indigno de una muchacha como ella.

—Eres un hombre muy bueno y valeroso —dije.

—Soy pequeño, feo y débil —dijo—, y merezco que una hija así me desprecie.

—Creo que ahora no te despreciaría.

—No le digas que la vi —pidió—. Que olvide a Parp, el tonto.

De un salto volvió al trono, y se instaló nuevamente.

—¿Por qué volviste aquí? —pregunté.

—Para sentarme una vez más en el trono de los Reyes Sacerdotes —dijo Parp, y sonrió—. Quizá fue un gesto de vanidad. Aunque también me agrada creer que lo hago porque es la silla más cómoda de todas las Montañas Sardar.

Me eché a reír.

—¿Vienes de la Tierra, verdad? —pregunté.

—Eso fue hace mucho, muchísimo tiempo —explicó—. En realidad, nunca me acostumbré a sentarme en el suelo. Tengo las rodillas muy duras.

—¿Te trajeron en uno de los Viajes de Adquisición?

—Por supuesto.

—¿Hace mucho? —pregunté.

—¿Qué sabes de estas cosas? —preguntó Parp, sin mirarme.

—Oí hablar de los Sueros de Estabilización —contesté.

El suelo se movió bajo mis pies, y cambié de posición. El trono se inclinó, y después recuperó su posición anterior.

Parp parecía más preocupado por su pipa, que amenazaba apagarse, que por el mundo que se derrumbaba alrededor de su persona.

—¿Sabías —preguntó— que Vika fue la mul hembra que expulsó a los Escarabajos de Oro cuando Sarm los envió contra las fuerzas de Misk?

—No —dije—, no lo sabía.

—Una joven valerosa —dijo Parp.

—Lo sé —contesté—. En verdad, es una mujer muy bella y digna.

—Sí, creo que así es —y agregó, creo que con expresión de tristeza—: Y así fue su madre.

Vika se agitó en mis brazos.

—Deprisa —dijo Parp, que de pronto pareció temeroso—, retírala de aquí antes de que recupere la conciencia. ¡No debe verme!

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque me desprecia.