Libertamos a las tres campesinas. De nuevo en la planta, encontré a Luis, que había llegado con el resto del Consejo.
— El viejo Honneger se ha reanimado. Ven, vamos a interrogarlo.
Estaba sentado sobre el césped, con su hija al lado. Cuando nos vio llegar, se levantó.
— Os he menospreciado, señores. Debí pensar en tener a los técnicos conmigo. Habríamos dominado a este mundo.
—¿Para qué? —dije.
—¿Para qué? ¿No ve usted que era una ocasión única para dirigir la evolución humana? Dentro de unas generaciones hubiéramos producido superhombres.
—¿Con su material humano? — dije sarcástico.
— Mi material humano no estaba falto de cualidades: valor, obstinación, desprecio de la vida. Pero ustedes habrían jugado un gran papel en mis proyectos. Mi error ha sido creer que podía tomar el poder contra ustedes. Debí hacerlo con ustedes.
Se inclinó hacia su hija, que lloraba.
— No sean duros con ella. Ignoraba todos mis proyectos y ha intentado hacerlos fracasar, Y ahora, adiós, señores.
Con un gesto rápido se llevó algo a la boca.
— Cianuro — dijo, desplomándose.
— Bien, un hombre menos para juzgar — dijo Miguel, a guisa de oración fúnebre.
Nuestros hombres cargaban ya el botín en los camiones: 4 ametralladoras, 6 fusiles ametralladores, 150 fusiles, 50 pistolas y munición en abundancia. Esta casa era un verdadero arsenal. Hallazgo precioso: encontramos una pequeña imprenta, intacta.
— Me pregunto qué querían hacer en la Tierra, con todo este material.
— Según un prisionero, Honneger mandaba una liga fascista — dijo Luis.
— En definitiva, tanto mejor para nosotros. Así podremos luchar contra las hidras.
— A propósito, no se han vuelto a ver. Vandal está disecando, con la ayuda de Breffort, la pequeña hidra conservada en un tonel de alcohol. Es formidable, este muchacho. Ha enseñado ya, a unos cuantos chicos el arte de la alfarería, a la manera de los indios sudamericanos.
Volvimos al pueblo. Eran las cuatro de la tarde. ¡La batalla había durado menos de un día! Agotado, me dormí. Soñé con mi viejo laboratorio de Burdeos, la cara del «patrón», deseándome unas buenas vacaciones. («Estoy seguro que habrá algunas pequeñas cosas para estudiar en el lugar donde usted va.» ¡Oh, ironía! ¡Todo un planeta!). La recia armazón de mi primo Bernard en la embocadura de la puerta, después, unos centenares de metros más abajo, la montaña cortada a pico. Hacia las seis de la tarde, mi hermano me despertó y fui a ver a Vandal. Estaba en una sala de la escuela; sobre una mesa, delante de él, la hidra apestando a alcohol, medio disecada. Dibujaba esquemas en la pizarra y, sobre el papel, Breffort y Massacre le ayudaban.
—¡Ah! ya estás aquí, Juan — me dijo—. Daría diez años de mi vida para poder presentar este espécimen en la Academia. ¡Una sesión extraordinaria!
Me condujo delante de sus esquemas.
— No he iniciado, más que muy primariamente, el estudio de la anatomía de estos animales, pero ya se deducen varias cosas importantes. Bajo ciertos aspectos, no puedo más que compararlos a animales muy inferiores. Tienen algo de nuestros celentéreos, aunque no sea más que por la multitud de nematocistos, de células urticantes, contenidas en su tegumento. Sistema circulatorio muy simple: corazón de dos válvulas, sangre azulada. Una sola arteria se ramifica, y el resto de la circulación es lagunar. Posee únicamente una gran arteria aferente al corazón. Las lagunas tienen una gran importancia. Incluso deshinchadas, la densidad de estas hidras es notablemente débil. Aparato digestivo de digestión externa, mediante la inyección de jugos digestivos a la presa, y aspiración por un estómago-faringe. Intestino muy sencillo. Pero existen dos cosas curiosas: 1a La dimensión y complejidad de los centros nerviosos. Tienen un auténtico cerebro, situado en una cápsula quitinosa, detrás de la corona de tentáculos. Estos son ampliamente inervados, como también un curioso órgano, situado bajo el cerebro, que se parece un poco al aparato eléctrico de un pez-torpedo. Los ojos son tan perfeccionados como los de nuestros mamíferos. No me extrañaría, por tanto, que este animal fuera en un cierto grado, inteligente. 2a Los sacos de hidrógeno. Pues es hidrógeno lo que contienen estos enormes sacos membranosos, que abotargan el sector superior del cuerpo, y ocupan las cuatro quintas partes de su volumen. ¡Y este hidrógeno proviene de la descomposición catalítica del agua a baja temperatura! El agua es conducida por un tubo hidróforo, de un tentáculo especial, donde debe realizarse la descomposición. Imagino que el oxígeno pasa a la sangre, pues este órgano está rodeado de múltiples arteriolas capilares. ¡Si un día domináramos el secreto de esta catálisis del agua!
«Una vez hinchados los sacos de hidrógeno, la densidad del animal es inferior a la del aire y flota en la atmósfera. La poderosa cola plana sirve de aleta, pero especialmente de timón. El principal sistema de propulsión reside en unos sacos contráctiles, que proyectan hacia atrás aire mezclado con agua, con una violencia inusitada, ¡a través de verdaderas tuberías! En el espécimen que hemos conservado, he excitado eléctricamente los músculos contráctiles; situé en el interior un anillo de hierro. ¡Mira cómo ha quedado!
Me tendió un gran anillo, plegado en forma de ocho.
—¡La potencia de estas fibras musculares es prodigiosa!
Al día siguiente, por la mañana, fui despertado por unos golpes en la puerta. Luis me prevenía de que el juicio de los prisioneros iba a comenzar y que, como miembro del Consejo, yo formaba parte del Tribunal. El Sol azul se levantaba.
El tribunal se había constituido en un gran hangar, transformado en sala de justicia. Comprendía al Consejo reforzado por algunas representaciones.
Entre ellos, Vandal, Breffort, mi hermano, Pablo, Massacre, cinco campesinos, Beuvin, Estranses y seis obreros. Nosotros ocupamos un estrado ante una mesa, y las representaciones se sentaron a ambos lados, a continuación. Delante, un espacio vacío para los acusados, y después un lugar con bancos reservado para el público. Todas las salidas estaban custodiadas por hombres armados. Antes de introducir a los acusados, mi tío, que por su edad y ascendiente moral había sido designado presidente, se levantó y dijo:
— Ninguno de nosotros tuvo nunca que juzgar a sus semejantes. Formamos un tribunal marcial extraordinario. Los acusados no tendrán abogados, pues no tenemos tiempo que perder en discusiones interminables. Por otra parte tenemos el deber de ser tan justos e imparciales, como sea posible. Los dos criminales principales han muerto. Y yo debo recordaros que los hombres son preciosos en este planeta. Pero no olvidemos tampoco que doce de los nuestros han muerto por causa de los acusados, y que tres de nuestras jóvenes han sido odiosamente maltratadas. Introducid a los acusados.
Yo le susurré:
—¿Y Menard?
— Trabaja con Martina en una teoría sobre el cataclismo. Es muy interesante. Ya volveremos a hablar de esto.
Uno a uno, entre guardias armados, entraron los treinta y un sobrevivientes, Ida Honneger y Magdalena Ducher los últimos. Mi tío tomó de nuevo la palabra:
— Sois colectivamente acusados de asesinatos, raptos y ataques a mano armada. Subsidiariamente de atentado contra seguridad del Estado. ¿Existe un jefe entre vosotros?
Dudaron un momento, después, empujado por los demás, un enorme pelirrojo avanzó.
— Yo mandaba en ausencia de los «patronos».
—¿Tu nombre, edad y profesión?
— Biron, Juan. Treinta y dos años. Antes, yo era mecánico.
—¿Reconoces los hechos de los cuales sois acusados?
— Que los reconozca o no, da lo mismo, van a fusilarnos igualmente.
— No es seguro. Podéis haber sido engañados. ¡Haced avanzar a los demás! ¿Cómo habéis podido actuar de esta forma?