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Guardo un recuerdo delicioso de este primer establecimiento. Nuestras casas, mitad obra mitad duraluminio, se desparramaban en desorden por las laderas del valle. Abundaban los animales, pero no había allí ni tigrosauros ni Goliats. Las formas que veíamos todos los días eran herbívoras o pequeñas fieras, análogas a nuestras zorras o nuestros gatos. Entre paréntesis, los gatos terrestres se multiplicaron, y nos fueron muy útiles, destruyendo a los pequeños roedores que amenazaban nuestras cosechas.

Un acantilado calcáreo nos suministró cemento. En primer lugar, construimos la fábrica metalúrgica, a trescientos metros de la mina de hulla. A medida que iban llegando las máquinas fueron colocadas en su lugar.

En la época en que la fábrica comenzó a funcionar, me casé con Martina. Fue una ceremonia muy sencilla. No tuvimos el honor de ser la primera pareja que se casara en Telus, Beltaire e Ida lo habían hecho en Cobalt dos meses antes que nosotros. Pero como se trataba, según la expresión de Vzlik, de «un matrimonio de jefes», los Sswis mandaron una delegación cargada de regalos. Como Vzlik les había explicado que yo apreciaba las piedras de una manera especial, me trajeron todo un montón, y entre ellas unos cristales variados y muy bellos y excelente mineral de cobre. Este último me interesó particularmente, por lo que pregunté el lugar en que había sido encontrado. Provenía de las colinas situadas al Sudeste del Monte Tenebroso, donde abundaba.

Hacía tiempo que deseaba visitar la tribu de Vzlik, por lo que aproveché Ja ocasión y partimos en «viaje de bodas» en el camión blindado. Volví a pasar por el puente que habíamos tendido sobre el Vecera, y que los Sswis habían respetado y utilizaban. Por la noche llegamos a las cavernas. Se abrían sobre un alto acantilado, orientado hacia el Oeste, sobre el pico de una pendiente abrupta. Abajo corría un pequeño riachuelo. Los Sswis, avisados por Vzlik, nos aguardaban. Fuimos conducidos a la presencia del jefe, un Sswis muy viejo, cuya piel descolorida era de un gris verdoso. Estaba recostado sobre una gruesa litera de hierbas secas, en una gruta cuyas paredes estaban cubiertas de notables pinturas, que representaban Goliats o tigrosauros atravesados por flechas. Parecían haber sido utilizadas para ritos mágicos. Tuvimos la satisfacción de vernos representados con el camión, en forma bastante parecida; pero en este caso las flechas rituales habían sido cuidadosamente borradas. Quedé sorprendido por la limpieza de estas residencias troglodíticas. Las aberturas estaban casi enteramente cerradas por pieles tendidas sobre marcos de madera. Lámparas de aceite, un aceite vegetal, iluminaban las grutas.

— Su civilización es notablemente humana — dijo Martina.

— Sí. Tengo la impresión de que entre sus formas de vida y las de nuestros antepasados paleolíticos no debe existir otra diferencia que la de su limpieza.

El viejo Sliouk — tal era el nombre del jefe— se levantó al vernos. Nos dio la bienvenida, por medio de Vzlik. Detrás suyo, contra la pared rocosa, estaban sus armas: un gran arco, flechas, venablos. Salvo un gran collar de piedras relucientes, iba completamente desnudo. Yo le entregué un cuchillo, unas puntas de flecha de acero y un espejo. Quedó fascinado por este último, y durante la comida que siguió —entonces ya sabíamos que podíamos comer la carne teluriana— no cesó de manipularlo. Su hija estaba presente. Los Sswis son muy corteses con sus mujeres, y para un pueblo primitivo las tratan muy bien. Son más pequeñas que los machos, regordetas y de piel más clara. Tuve la impresión de que Vzlik y Ssonai se entendían muy bien, lo cual me alegró, pues si Vzlik, a la muerto de su suegro, llegaba a ser jefe de la tribu, nuestra posición resultaría reforzada.

Permanecimos ocho días con ellos. Tuve largas conversaciones con Vzlik, y le pregunté muchas cosas que hasta aquel momento ignoraba. Pude así hacerme una idea de su organización social. Los Sswis son monóganos, contrariamente a sus enemigos, los Sswis negros o Slwips. La tribu comprendía cuatro clanes, cada uno de ellos gobernado por un jefe secundario, que no se unían estrechamente más que en tiempos de guerra o caza. La tribu cuenta con ocho mil individuos, comprendidas las «mujeres» y los niños. En un grado más elevado, once de estas tribus estaban confederadas, pero su solidaridad estaba en función de una amenaza grave. Además de la caza, los Sswis tienen como recursos alimenticios un cereal que «cultivan», si es que puede emplearse esta palabra para designar un trabajo consistente en sembrar y cosechar dos veces por año. Conocen el arte de ahumar la carne, con lo cual pueden hacer provisiones.

Los Sswis están rodeados, excepto por el Norte, por sus enemigos negros. Otras de estas tribus viven más lejos hacia el Sur, donde la leyenda sitúa su origen.

Son ovíparos. Las hembras ponen dos huevos por año, del tamaño de un huevo de avestruz terrestre. Los hijos aparecen después de treinta días de incubación y son capaces de alimentarse inmediatamente. Los lazos familiares son muy relativos a partir del segundo grado de parentesco. Los Sswis viven bastante tiempo, entre 90 y 110 años terrestres, cuando no mueren en combate, lo cual no es frecuente. Generalmente son de una bravura extraordinaria y muy agresivos. Respetuosos de las alianzas, matan al enemigo por este solo hecho. El robo dentro de la tribu es desconocido. ¡Fuera, es otro asunto! Casi todos poseen una inteligencia semejante a la de los hombres y están bien dotados para el progreso.

Me doy cuenta de que estoy divagando al hablaros de cosas que todos conocéis. Ya que hoy muchos de ellos se han mezclado en nuestra vida, ¡hasta el extremo de trabajar como obreros o matemáticos!

A la vuelta, en lugar de regresar directamente, pasamos por Puerto-León. El Conquistador acababa de llegar de su último viaje, cargado de tejas, ladrillos, y con el telescopio de 1,80 m. Nos traía también a mi tío y a Menard.

II — EL AVIÓN

Pasó más de un año, según la medida terrestre. Desde nuestra llegada a Telus habían ya transcurrido cuatro de nuestros antiguos años. Según los cálculos de Menard, esto correspondía a tres años telurianos. Cobalt-City tomaba forma. Era ya una animada población de más de 2.000 habitantes, con su central eléctrica, su fundición, su fábrica metalúrgica, rodeada de campos de labranza, donde crecían el trigo y el Skin, el cereal Sswis. Poseía un pequeño hospital, donde Massacre formaba a sus alumnos, una escuela e incluso un embrión de Universidad, en la que yo, por mi parte, enseñaba cinco horas semanales. El ganado pacía por las vecinas colinas, en las que la vegetación terrestre aumentaba de día en día entre las hierbas telurianas. Las minas de carbón, de hierro y otros metales eran explotadas de acuerdo con nuestras necesidades. Una vía férrea nos comunicaba con el caserío de Alumina, a 55 kilómetros al Norte, donde cuarenta hombres formaban el personal de la mina de tauxita. Puerto-León agrupaba a 600 habitantes. Animado por mis proyectos de exploración, mandé instalar un astillero naval, que estaba terminando un navío más rápido que el Conquistador. El primer esfuerzo de los ingenieros había sido para fabricar utilaje con el material de base que poseíamos.

Cada tres semanas partían hacia los pozos de petróleo dos camiones cisternas por una autopista de 700 kilómetros. El yacimiento se agotaba rápidamente y llegaba el momento de hacer regresar a los, sesenta hombres que permanecían allí. Teníamos decenas de millares de litros de combustible en reserva y ya había encontrado otros puntos petrolíferos a 100 kilómetros tan sólo.

En resumen, si de vez en cuando no hubiéramos encontrado a los Sswis, que se paseaban por nuestras calles, y sin los dos soles y las tres lunas, hubiéramos podido afirmar que estábamos de regreso en la Tierra. Fue entonces cuando aconteció el hecho más importante de nuestra historia después de la proyección sobre Telus.