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Aquel día, una docena de Sswis quisieron, usando la facultad que les reconocía el tratado, atravesar la punta del sector Este de Nueva América, situada en su propio territorio. Se dirigían a nuestro puerto de los montes de Beaulieu para intercambiar productos de caza por puntas de flecha de acero. Penetraron, pues, en América, y cuando estaban ya a la vista de nuestro puerto, a la otra orilla del alto Dron, fueron detenidos por tres americanos armados con ametralladoras, quienes les interpelaron brutalmente, ordenándoles volverse atrás, cosa perfectamente absurda, pues estaban a cien metros de vuelo de pájaro de Beaulieu, y a quince kilómetros de la frontera en sentido inverso. En francés, el jefe de los Sswis, Awithz, se lo hizo observar. Furiosos, dispararon tres ráfagas, matando a dos Sswis e hiriendo a dos, uno de ellos, Awithz, que fueron hechos prisioneros. Los demás atravesaron el Dron bajo una lluvia de balas. Comunicaron lo ocurrido al jefe de nuestro puesto, Pedro. Lefranc, el cual para percatarse mayormente de la situación, fue con ellos hasta la orilla. Una ráfaga desde el otro lado mató a otro Sswis e hirió a Lefranc. Fuera de sí los hombres del pueblo respondieron con una decena de granadas que demolieron e incendiaron una granja del sector americano. Quiso el azar que yo pasara por allí acompañado de Miguel, instantes más tarde. Montando a Lefranc y a los Sswis heridos en mi camión, corrí hacia Cobalt. Allí me personé rápidamente en la residencia del Consejo, quien convocó el Parlamento, que votó el estado de urgencia. Lefranc, acostado en una camilla, hizo su declaración corroborada por la de los Sswis. Estábamos dudando sobre qué decisión tomar cuando nos llegó un radiomensaje desde el puente de los Sswis sobre el Vecera. Desde el puesto se oían con claridad los tambores de guerra y se observaban numerosas columnas de humo en territorio Sswis. Por un procedimiento desconocido, Vzlik estaba ya al corriente y reunía a sus tribus. No cabía duda que ante tal circunstancia las tribus confederadas marcharían con él. Conociendo el carácter vindicativo y absolutamente despiadado de nuestros aliados, pensé inmediatamente en las granjas americanas existentes a lo largo de la frontera, y en lo que podría ocurrir dentro de pocas horas. Por helicóptero mandé un mensajero a Vzlik, rogándole que esperara un día, y, rodeado del Consejo, fui a la emisora de radio para tomar contacto con New-Washington.

Los acontecimientos se precipitaron. Cuando llegamos, el encargado de la radio me tendió un mensaje: El destructor americano bombardeaba Puerto del Oeste. El Temerario y el Surcouf respondían. Para estar dispuestos para cualquier eventualidad, se lanzó la orden de movilización. Los aviones debían estar atentos para despegar, con las armas cargadas y los depósitos llenos. Por radio suplicamos al gobierno americano suspender las hostilidades y aguardar la llegada de plenipotenciarios. Aceptaron, y nos enteramos que el bombardeo de nuestro puerto había cesado. Por otra parte el destructor había quedado maltrecho a causa de una granada teledirigida desde el Surcouf que lo había alcanzado a proa.

Miguel, mi tío y yo partimos inmediatamente por avión. Media hora después estábamos en New-Washington. La entrevista fue al principio tempestuosa. Los americanos adoptaron una arrogancia tal que Miguel tuvo que recordarles que sin nosotros a aquellas horas habrían sido presa de los monstruos marinos o derivarían, muertos de hambre, en sus navíos sin carburante. Finalmente se designó una comisión de encuesta, compuesta por Jeans, Smith, mi tío, yo y el hermano de Vzlik, Isszi. Los dos americanos jugaron con limpieza y reconocieron los errores de sus compatriotas. Los culpables fueron condenados a diez años de prisión. Los Sswis fueron indemnizados con 10.000 puntas de flecha.

Después de esos incidentes, cosa curiosa, las relaciones se distendieron. Al terminar el año 10, eran lo bastante buenas para que pudiéramos promover la fundación de los Estados Unidos de Telus. El 7 de enero del año 11, una conferencia reunió a los representantes americanos, canadienses, argentinos, noruegos y franceses. Se adoptó una constitución federal. Esta reconocía a cada estado una amplia autonomía, pero establecía un gobierno federal situado en una ciudad que se fundó en la confluencia del Dron y el Dordoña, en el punto en que habíamos derribado el primer tigrosauro. Fue «Unión». Doscientos kilómetros cuadrados fueron declarados tierra federal. Nos fue difícil reconocer a los americanos la inviolabilidad presente y futura de los territorios Sswis. Finalmente ésta se limitó a los de nuestros aliados actuales, o la de los Sswis que lo fueran en un plazo de cien años.

Las colonias que se fundarían en el futuro serían tierras federales hasta que su población llegase a 50.000 almas. Entonces adquirirían el rango de estados, con libertad de escoger sus constituciones internas. El 25 de agosto del año 12, el Parlamento federal se reunió por vez primera, y mi tío fue elegido presidente de los Estados Unidos de Telus. La bandera federal flotó por fin, azul oscura, con cinco estrellas blancas, simbolizando los cinco estados federados: Nueva América, Nueva Francia, Argentina, Canadá de Telus y Noruega. Las dos lenguas oficiales fueron el inglés y el francés. No voy a entrar en el detalle de las leyes que se votaron, pues están vigentes todavía. El gobierno federal fue el único autorizado para poseer una flota, un ejército, una aviación y fábrica de armas. Previendo el futuro, le reconocimos también la energía atómica, que un día, sin duda, llegaremos a poseer en Telus.

VI — EL CAMINO TRAZADO

¡Han transcurrido cincuenta años! Telus ha dado muchas vueltas. La presidencia de mi tío que duró siete años fue enteramente consagrada a la organización. Ampliamos nuestras vías férreas, más de cara al futuro que para el presente, pues nuestra población total no llegaba a las veinticinco mil almas. Por otra parte, creció rápidamente. Los recursos eran sobrados, las cosechas magníficas y las familias fueron numerosas. Yo tuve once hijos, que todos han vivido. Miguel tuvo ocho. El promedio de las familias fue de seis para la primera generación y de siete la segunda. Contrariamente a nuestros temores, no hubo nuevas epidemias. Comprobamos una sorprendente elevación de la talla humana. En nuestra vieja Tierra las estadísticas situaban el promedio humano en 1 m. 65 cm. Aproximadamente era el promedio francés. En cambio, hoy, en Nueva Francia éste alcanza 1 m. 78 cm. En Nueva América es de 1 m. 82 cm. Y en Noruega 1 m. 86 cm. Únicamente los argentinos y sus descendientes puros han quedado a la zaga con 1 m. 71 cm.

Bajo los presidentes siguientes, el americano Grawford y el noruego Jansen, intensificamos especialmente nuestro esfuerzo sobre la industria. Tuvimos una fábrica de aviación, no solamente capaz de construir los tipos corrientes, sino también de estudiar nuevos modelos. El ingeniero americano Stone realizó en Telus una idea que había tenido en la Tierra, y su avión, el «Comet», batió todos los «records» de altura.

Fuimos también exploradores. El resto de mi vida ha transcurrido confeccionando mapas geológicos o topográficos, solo o con mis dos colegas americanos, y muy pronto con la ayuda de los tres mayores de mis siete hijos varones, Bernardo, Jaime y Martín. He volado sobre todo el planeta, navegado por muchos océanos, explorado islas y continentes. ¡Los grandes descubrimientos! Pero con un material en el que jamás Colón o Vasco de Gama hubieran podido soñar. He soportado el calor en el Ecuador, a sesenta grados, y me helé en los polos; he combatido a los Sswis rojos, negros o amarillos, o concluido alianzas con ellos; he afrontado a los calamares y a las hidras, no sin pánico terrible. Y siempre Miguel me acompañó y Martina me esperó, en ocasiones durante meses. Pero no quiero atribuirme la gloria de todos estos descubrimientos. Hubieran sido imposibles sin el coraje y la inteligencia de los marinos y aviadores que vinieron conmigo. Miguel me resultó incomparablemente precioso, y sin la entrega de mi mujer no hubiera podido resistir la terrible fiebre de las marismas que me tuvo en cama, al retorno de mi tercera exploración. Martina me acompañó tres veces, compartiendo, como siempre, las molestias y los peligros, sin lamentarse por ello.