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Y después de haber recorrido el Jardín Botánico, cuando estaban sentados a orillas del río, Peter, volviendo desgarradoramente al sórdido presente dijo:

– Me parece que voy a tener que hacerle una visita al un viejo amigo tuyo. ¿Sabes cómo pillaron a Jukes con todo el equipo encima?

– Ni idea.

– La policía tiene un anónimo.

– ¡No!

– Pues sí. Uno de esos que recibís allí. Por cierto ¿has intentado averiguar cuál era la última palabra del que iba dirigido a ti, el que encontramos en el aula de ciencias?

– No, y no podría haberlo terminado. No quedaba ni una sola vocal, como para haber puesto h… de…

– Eso fue un descuido tremendo. Es lo que yo pensaba. Bueno, Harriet, la persona que buscamos, sabemos cómo se llama, ¿no?, pero otra cosa es probarlo. El incidente del aula tenía que ser la última jugarreta nocturna, y probablemente lo será, y la mejor prueba estará en el fondo del río a estas alturas. Es demasiado tarde para cerrar las puertas herméticamente y poner a alguien a vigilar.

– ¿Vigilar a quién?

– ¿Es que no lo sabes ya? Harriet, seguro que tienes que saberlo, si es que te has tomado alguna molestia por todo esto. La ocasión, los medios, el móvil… si es que salta a la vista. Olvídate de los prejuicios y piensa un poco, por lo que más quieras. ¿Qué te pasa, que no eres capaz de atar cabos?

– No lo sé.

– Pues si no los sabes, no voy a ser yo quien te lo diga -replicó Peter secamente-. Pero si prestas atención unos momentos al asunto que nos traemos entre manos y revisas tu informe debidamente…

– ¿Sin dejarme intimidar por algún soneto que me encuentre por casualidad?

– Sin dejarte intimidar por ningún motivo de tipo personal -soltó Wimsey casi con enfado-. No, tienes razón. Eso fue una estupidez. Mi habilidad para hacerme sombra a mi mismo es casi genial, ¿no?, pero cuando llegues a una conclusión sobre todo esto, ¿te acordarás de que fui yo quien te pidió que adoptaras una actitud desapasionada y que fui yo quien te dijo que el peor de los males posibles es el amor incondicional…? No me refiero a la pasión. La pasión es como un caballo dócil y estúpido, que tirará del arado seis días a la semana si lo dejas en paz los domingos, pero el amor es una bestia nerviosa, insoportable y torpe, y si no le pones freno, lo mejor es no tener trato con él.

– Es como ponerlo todo patas arriba -repuso Harriet con dulzura.

Pero la inusitada vehemencia de Peter ya empezaba a apagarse.

– Como yo, que parezco un payaso haciendo el pino. Si vamos a Shrewsbury, ¿crees que la rectora querrá verme?

Un poco más tarde, la doctora Baring avisó a Harriet.

– Ha venido a verme lord Peter Wimsey, con una extraña propuesta que, tras larga reflexión, he rechazado -dijo-. Me ha dicho que está prácticamente convencido de la identidad del… de la malhechora, pero que de momento no se encontraba en situación de presentar pruebas concluyentes. También me ha dicho que, en su opinión, esa persona está atemorizada, y que a partir de ahora tendrá mucho más cuidado para que no la descubran. Es posible que ese temor sea suficiente para evitar más incidentes hasta el final del trimestre, pero en cuanto bajemos la guardia, es probable que el problema vuelva a desencadenarse de una forma incluso más virulenta. Le he dicho que resultaría muy perjudicial, y él coincidió conmigo. Me preguntó si quería que me diera el nombre de la persona en cuestión, con el fin de vigilar estrechamente sus movimientos, y yo objeté dos cosas: en primer lugar, que esa persona podría sospechar que la están observando, en cuyo caso simplemente tomaría más precauciones, y en segundo lugar, que si se equivocaba con respecto a la identidad de la malhechora, sobre la persona sometida a vigilancia recaerían sospechas inadmisibles. Le dije que, en el supuesto de que cesaran las hostilidades, seguiríamos sospechando de esa persona, que podría ser inocente, sin ninguna prueba. Contestó que él ponía precisamente las mismas objeciones. Señorita Vane, ¿conoce usted el nombre de la persona a la que se refiere lord Peter?

– No -contestó Harriet, que llevaba todo el rato devanándose los sesos-. Empiezo a hacerme una idea, pero no acabo de encajarla. Es que sencillamente, no me lo puedo creer.

– Muy bien. A continuación lord Peter me propuso algo extraordinario. Me preguntó si le permitiría que interrogase a esa persona en privado, con la esperanza de sorprenderla en un renuncio. Si salía bien el montaje, como él lo denomina, la culpable me confesaría a mí sus delitos y accederíamos a que abandonara el college discretamente o a que se sometiera a tratamiento médico, según lo que nos pareciera más indicado. Sin embargo, si no salía bien y la persona en cuestión lo negaba todo, podríamos vernos en una situación sumamente desagradable. Mi respuesta fue que lo comprendía y que en ningún caso podría consentir que se aplicaran tales métodos en este college, a lo que el replicó que era precisamente lo que esperaba que yo dijera.

»A continuación le pregunté qué pruebas tenía contra esta persona, si es que las tenía, y me dijo que solo eran pruebas de indicios y que esperaba recabar más en el transcurso de los próximos días, pero que en ausencia de un nuevo incidente y en el caso de coger a la culpable con las manos en la masa, dudaba que pudieran presentarse pruebas incontrovertibles a estas alturas. Le pregunté si había alguna razón para que esperásemos al menos a la presentación de las demás pruebas. -La doctora Baring hizo una pausa y miró fijamente a Harriet-. Replicó qué solo había una razón: que la culpable, en lugar de tomar más precauciones, mande a paseo toda precaución y actúe de una forma abiertamente violenta. «En cuyo caso, es muy probable que la atrapemos», dijo, «pero a costa de que alguien resulte herido o muerto.» Le pregunté qué personas estaban sujetas a tales amenazas. Dijo que las víctimas más probables eran… usted, la señorita De Vine y otra persona a la que no podía nombrar, pero cuya existencia había deducido. También me sorprendió que dijera que usted ya había sido objeto de una agresión frustrada. ¿Es cierto?

– Quizá no debería haberlo expresado en esos términos -contestó Harriet, y a continuación le explicó brevemente la historia de la llamada telefónica. Al oír el nombre de la señorita Hillyard, la directora levanto bruscamente la mirada.

– ¿He de entender que sospecha en firme de la señorita Hillyard?

– Si así fuera, no sería yo la única -repuso Harriet con prudencia-. Pero he de decir que no encaja en absoluto en la línea de investigación de lord Peter, que yo sepa.

– Me alegro de que lo diga -replicó la doctora Baring-. Me han elevado ciertas protestas que, al no existir pruebas, no estoy dispuesta a tener en cuenta.

Así que la doctora Baring estaba al corriente del sentir del claustro. La señorita Allison y la señora Goodwin probablemente habían hablado. ¡Bien!

– Al final comuniqué a lord Peter que pensaba que sería mejor esperar a tener más pruebas -añadió la rectora-. Pero naturalmente, la decisión debe someterse a que usted y la señorita De Vine estén dispuestas a correr ese riesgo. Por supuesto, no se puede determinar la disposición de la tercera persona.

– A mi no me importa en absoluto correr riesgos -dijo Harriet-. Pero supongo que habría que advertir a la señorita De Vine.

– Eso es lo que dije, y lord Peter está de acuerdo.

Así que algo lo ha decidido a absolver a la señorita De Vine, pensó Harriet. Me alegro. A no ser que sea una estratagema maquiavélica para que baje la guardia.

– ¿Le ha dicho algo a la señorita De Vine, rectora?

– La señorita De Vine está en Londres y no volverá hasta mañana por la noche. Tengo intención de hablar con ella entonces.

De modo que lo único que se podía hacer era esperar. Y mientras tanto, Harriet observó un curioso cambio en el ambiente del claustro. Era como si todas hubieran dejado de un lado su desconfianza mutua y sus temores comunes y se hubieran unido como los espectadores ante el cuadrilátero para presenciar otra clase de combate, en el que ella era una de las protagonistas. La extraña tensión que así se produjo apenas logró aliviarla la decana al anunciar a unos cuantos espíritus selectos, que en su opinión, el novio de Flaxman la había plantado como ella se tenía merecido, a lo que la tutora de Flaxman replicó con amargura que ojalá la gente no sufriera esos contratiempos en el trimestre de verano, pero que afortunadamente la señorita Flaxman no tenía los exámenes finales para la facultad hasta el año siguiente. Eso dio pie a Harriet a preguntarle a la señorita Shaw cómo le iba a la señorita Newland. Al parecer le iba bien y se había recuperado por completo del susto de la inmersión en el Cherwell, de modo que tenía muchas posibilidades de obtener sobresaliente.