– Ya me imagino. ¡Otra nochecita de fiesta! Supongo que no habrán averiguado quién es la culpable, ¿no?
– No tuvimos tiempo de pensar en ese detalle durante un buen rato, y cuando empezábamos a calmarnos un poco, vuelve a empezar el lío con Annie.
– ¿Annie? ¿Qué le ha pasado?
– ¡Ah! ¿No lo sabía? La encontramos en la carbonera, hija mía, y en qué estado, toda llena de polvo de carbón y dando puñetazos a la puerta, y lo que no sé es cómo no se ha vuelto loca la pobrecilla, allí encerrada durante tanto tiempo. Y si no hubiera sido por lord Peter, a lo mejor no habríamos empezado a buscarla hasta la mañana siguiente, con toda esta barahúnda.
– Sí… lord Peter la advirtió de que podían agredirla… ¿Cómo se enteró? ¿Lo llamó por teléfono o…?
– Sí, sí. Verá, después de llevarlas a usted y a la señorita De Vine a la cama y ya seguras de que no iban ustedes a irse al otro barrio, a alguien se le encendió la bombilla y recordó que lo primero que usted había dicho cuando la recogimos fue: «Dígaselo a Peter». Así que llamamos al Mitre, pero no estaba allí, y la señorita Hillyard dijo que sabía dónde estaba y llamó. Esto fue después de medianoche. Afortunadamente aún no se había acostado, y dijo que vendría enseguida, y después preguntó qué le había pasado a Annie Wilson. Yo creo que la señorita Hillyard pensó que había perdido la cabeza del susto, pero él insistió en que había que inspeccionar, así que todas nos pusimos a buscarla. Y en fin, usted sabe lo difícil que es encontrar a la gente aquí, y por mucho que registramos, nadie dio con ella, hasta que justo antes de las dos llegó lord Peter, completamente desencajado, y dijo que teníamos que poner el colegio patas arriba si no queríamos encontrarnos con un cadáver ¿Menudos ánimos nos dio!
– Ojalá no me lo hubiera perdido -dijo Harriet-. Peter debió de pensar que soy una perfecta imbécil por haber consentido que me dejaran fuera de combate así como así.
– No fue eso lo que dijo -replicó la decana secamente-. Entro a verla, pero por supuesto, usted no estaba en condiciones. Y por supuesto, nos explicó lo del collar de perro, que nos tenía perplejas y preocupadas.
– Sí. Esa mujer me agarró por el cuello, eso sí lo recuerdo, y supongo que en realidad iba a por la señorita De Vine.
– Evidentemente. Y con lo mal que tiene el corazón y sin un collar de perro, no habría vivido para contarlo, según el médico. Fue una suerte para ella que usted entrara por casualidad en su habitación. ¿O es que lo sabía?
– Creo que fui a advertirle de lo que había dicho Peter -contestó Harriet, todavía un tanto confusa-, y… ¡ah, sí!, vi que pasaba algo raro con las cortinas, y que no se podía encender la luz.
– Habían quitado las bombillas. Bueno, en fin, a eso de las cuatro Padgett encontró a Annie. Estaba encerrada en la carbonera, debajo del edificio del comedor, en el extremo de la sala de calderas. Se habían llevado la llave y Padgett tuvo que derribar la puerta. Annie estaba gritando y dando golpes… pero claro, si no la hubiéramos buscado, podría haber chillado hasta el día del Juicio, teniendo en cuenta además que los radiadores están cerrados y que no utilizamos la caldera. Se encontraba en lo que se llama estado de shock y no fue capaz de explicarse con coherencia durante un buen rato, pero no le pasa nada grave, salvo la impresión y las magulladuras, porque la tiraron sobre el montón de carbón. Y además tiene las manos y los brazos despellejados de tanto dar golpes en la puerta e intentar salir por el respiradero.
– ¿Y qué dice que ocurrió?
– Pues que estaba retirando las sillas de la galería, como a las nueve y media, cuando alguien la agarró desde atrás por el cuello y la arrastró hasta la carbonera. Dice que era una mujer, muy fuerte…
– Y tanto. Doy fe de ello. Con unas manos de hierro y un vocabulario nada femenino -replicó Harriet.
– Annie dice que no pudo verla, pero piensa que el brazo que le rodeó el cuello iba envuelto en una manga de color oscuro. Le pareció que era la señorita Hillyard, pero resulta que estaba con la administradora y conmigo. Sin embargo, muchos de nuestros ejemplares más robustos no tienen coartada, sobre todo la señorita Pyke, que dice que estaba en su habitación, y la señorita Barton, quien asegura que estaba en la biblioteca de narrativa buscando «un buen libro para leer». Y tampoco sabemos mucho de lo que hicieron la señora Goodwin y la señorita Burrows, porque según ellas, de repente sintieron un irrefrenable deseo de salir a pasear, cada una por su lado. La señorita Burrows fue a unirse en íntima comunión con la naturaleza en el jardín de las profesoras y la señora Goodwin con una autoridad superior en la capilla. Y hoy todas nos miramos con cierto recelo.
– Ojalá hubiera reaccionado mejor, quiero decir, yo. No entiendo porqué no acabó conmigo -dijo Harriet.
– Eso mismo dijo lord Peter. Piensa que creyó que usted estaba muerta o que se asustó con la sangre al darse cuenta de que se había equivocado de persona. Cuando usted se desplomó, probablemente se puso a palpar y comprendió que no era la señorita De Vine… o sea, usted no lleva gafas y tiene el pelo corto… y entonces se fue corriendo a limpiarse las manchas de sangre. Al menos, esa es la teoría de lord Peter, y me dio la impresión de que se sentía muy raro.
– ¿Está aquí?
– No, ha tenido que volver… Tenía que coger un avión a primera hora en Croydon o algo… Llamó por teléfono y les montó una buena, pero al parecer estaba ya todo preparado y no le quedó más remedio que marcharse. Si por él hubiera sido, no habría quedado en pie ni un solo miembro del gobierno, así que intenté animarlo con un café calentito, y se marchó dejando muy claro que ni usted ni la señorita De Vine ni Annie debían quedarse solas un solo momento. Y ha llamado una vez desde Londres y tres veces desde París.
– ¡Pobre Peter! -exclamó Harriet-. Es que no lo dejan descansar.
– Y ahora la rectora, muy valiente, va a dar un comunicado, que no va a convencer a nadie, al efecto de que alguien le ha gastado una absurda broma a Annie y que usted resbaló y se hizo una herida en la cabeza y que la vista de la sangre impresionó a la señorita De Vine. Y se han cerrado las puertas del college para todo el mundo, por temor a que aparezcan periodistas, pero a las criadas no se les puede cerrar la boca… Dios sabe qué estarán contando en la entrada de servicio. Pero en fin, lo importante es que nadie ha muerto. Bueno, mejor me marcho, porque en otro caso la enfermera se me tirará a la yugular, y entonces si habrá un investigación judicial.
Al día siguiente apareció lord Saint-George.
– Ahora me toca a mí visitar a los enfermos -dijo-. Para mí que no eres una tía para adoptarte. ¿Te das cuenta de que por tu culpa no he podido asistir a una cena?
– Sí -contestó Harriet-. Es una lástima… A lo mejor debería decírselo a la decana. Quizá podrías reconocer…
– No empieces a inventarte historias, no vaya a ser que te suba la fiebre -dijo el chico-. Déjalo en las manos del tío Peter. Por cierto, dice que volverá mañana, que todo va divinamente y que te quedes tranquilita y no te preocupes. Nobleza obliga. He hablado con él por teléfono esta mañana, y estaba atacado, diciendo que cualquiera podría haber ido en su lugar a París, pero que se les ha metido en la cabeza que él es la única persona capaz de caerle en gracia a no sé qué imbécil al que hay que apaciguar o conciliar o vaya usted a saber qué. Por lo poco que le he podido sacar, resulta que han asesinado a un periodista prácticamente desconocido y están intentando convertirlo en un incidente de carácter internacional. Y de ahí los líos. Ya te había dicho que el tío Peter tiene un profundo sentido de la responsabilidad pública, y ahora puedes verlo en la práctica.