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– Bueno, es que hace bien.

– ¡No eres una mujer normal! El tío Peter tendría que estar aquí, llorando a mares, y que la situación internacional se fuera al diablo. -Lord Saint-George soltó una risita-. Ojalá hubiera estado con él en el coche el lunes por la mañana. Nada menos que cinco citaciones en el viaje entre Warwickshire, Oxford y Londres. A mi madre le va a encantar. ¿Qué tal tu cabeza?

– Bastante bien. Creo que ha sido peor la herida que el golpe.

– ¿A que sangran las heridas en la cabeza? Como si fueras un cerdo, pero menos mal que no eres «un cadáver en la caja de cara triste e hinchada». En cuanto te quiten los puntos, estarás bien, solo con cierto aire de presidiaria por ese lado de la cabeza. Tendrán que cortarte un poco el pelo, y el tío Peter podrá llevar tus mechones junto al corazón.

– Vamos, vamos, ni que fuera de los años setenta -dijo Harriet.

– Está envejeciendo por días. Yo diría que ya ha llegado a los años sesenta, con aquellas patillas doradas tan bonitas. En serio, creo que deberías rescatarlo antes de que empiecen a crujirle los huesos y de que le salgan telarañas en los ojos.

– Tu tío y tú deberíais ganaros la vida con vuestras frasecitas -dijo Harriet.

Capítulo 22

No, no existe un finaclass="underline" ¡el final es la muerte y la locura! Como jamás estoy mejor que cuando estoy loco, a mi parecer soy un individuo valiente, y entonces obro maravillas, pero cuando la razón de mí se aprovecha, llegan los tormentos y el mismo infierno. Al menos, señor, traedme a uno de los asesinos, que aun si fuera tan fuerte como Héctor, yo lo haría pedazos.

BEN JONSON

Jueves, un jueves sombrío y deprimente, con una lluvia anodina que caía de un cielo encapotado, como un cubierto por una tapa gris. La rectora había convocado una reunión del claustro a las dos y media, una hora francamente desoladora. Las tres convalecientes ya podían valerse por sí mismas. A Harriet le habían cambiado las vendas por unos esparadrapos nada favorecedores y mucho menos románticos, y no es que realmente le doliera la cabeza, sino que tenía la sensación de que podía empezar a dolerle de un momento a otro. La señorita De Vine parecía recién salida de la tumba. Aunque menos afectada físicamente, Annie seguía presa de miedos y nervios y realizaba sus tareas a duras penas, siempre asistida por la otra doncella de la sala del profesorado.

Se había dado a entender que lord Peter Wimsey asistiría a la reunión del claustro para aportar ciertos datos. Harriet había recibido una breve nota, muy del estilo de Peter, que decía: «Enhorabuena por no haberte muerto todavía. Me he llevado el collar para que le pongan mi nombre». Ya había echado en falta el collar, y con lo que le había contado la señorita Hillyard, revivió una imagen de Peter junto a su cama, entre la noche y el amanecer, en silencio y dándole vueltas a la correa entre las manos.

Llevaba toda la mañana deseando verlo, pero Peter llegó en el último momento, de modo que su encuentro tuvo lugar en la sala del profesorado, a la vista de todas las allí presentes. Peter había salido de Londres sin siquiera cambiarse de traje, y por encima de la tela oscura su cabeza parecía una acuarela, o más bien una aguada. Presentó sus respetos a la rectora y a las profesoras y a continuación se acerco a Harriet y la tomó de la mano.

– A ver, ¿qué tal estás?

– Dadas las circunstancias, no demasiado mal.

– Qué bien.

Peter sonrió y fue a sentarse al lado de la rectora. Harriet se sentó discretamente al otro lado de la mesa, junto a la decana. Todo lo que aún seguía vivo en Peter, Harriet lo tenía en la palma de la mano, como una manzana madura. La doctora Baring le había pedido que comenzara, y eso estaba haciendo él, con la voz impersonal del secretario que lee las actas de una reunión de empresa. Tenía varios papeles ante él, entre otros, según observó Harriet, su informe, que debía de haberse llevado el lunes por la mañana, pero empezó a hablar sin consultar ni una sola nota, dirigiéndose a un jarrón lleno de caléndulas que había en la mesa enfrente de él.

– No considero necesario que perdamos el tiempo revisando todos los detalles de esta situación, que es sumamente confusa. En primer lugar, expondré los puntos más destacados tal y como se me explicaron cuando vine a Oxford el pasado domingo, con el fin de mostrarles la base sobre la que construí mi teoría. A continuación formularé dicha teoría y aduciré las pruebas que espero y creo que considerarán concluyentes. He de decir que prácticamente todos los datos necesarios para el establecimiento de mi teoría están contenidos en el valiosísimo resumen que preparó la señorita Vane y que me entregó a mi llegada. El resto de las pruebas son simplemente lo que la policía denomina trabajo de rutina.

Esto sí que es adaptar tu estilo a tus oyentes, pensó Harriet. Miró a su alrededor. Los miembros del claustro guardaban un respetuoso silencio, como feligreses a punto de escuchar un sermón, pero notó la tensión nerviosa en el aire. No sabían qué iban a oír.

– Lo primero que sorprende a alguien de fuera es el hecho de que los incidentes comenzaran en las celebraciones de fin de curso. Yo diría que ese fue el primer error que cometió su autora. Por cierto; nos ahorrará tiempo y problemas si me refiero a dicha autora con el tradicional término de X. Si X hubiera esperado al comienzo del trimestre, se habría multiplicado el número de posibles sospechosas. Por consiguiente, me planteé qué incitaría a X a no esperar hasta un momento conveniente.

»No parece muy probable que ninguna de las alumnas que ya residían el college pudiera provocar la animosidad de X, porque los incidentes siguieron produciéndose en el siguiente trimestre, pero no durante las vacaciones de verano, de modo que me dediqué a averiguar qué personas habían llegado en la fiesta de fin de curso y residían aquí el bimestre siguiente. Solo una cumplía tales requisitos, y era la señorita De Vine.

La sala se alborotó, como un maizal cuando sopla el viento.

– Las dos primeras pruebas cayeron en manos de la señorita Vane. Una de ellas, que equivalía a una acusación de asesinato, la encontró en una manga de su toga y, quizá por una coincidencia, podría ir dirigida a ella, pero es posible que la señorita Martin recuerde que había dejado la toga de la señorita Vane en la sala del profesorado junto a la de la señorita De Vine. Yo creo que X, confundiendo «H.D.Vane» con «H. De Vine», puso la nota en la toga que no debía. Por supuesto, no puedo probarlo, pero la posibilidad da que pensar. El error, si fue tal, desvió la atención del objeto central de la campaña desde el principio.

El tono desapasionado de la voz de Peter no se alteró lo más mínimo al exponer aquella vieja ignominia para a renglón seguido relegarla al olvido, pero la mano que había sujetado la de Harriet se tensó unos segundos y después se relajó. Harriet contempló aquella mano mientras se movía entre los papeles.

– La segunda nota, que por casualidad recogió la señorita Vane en el patio, fue destruida, como la anterior, pero por la descripción, deduzco que era un dibujo similar a este. -Desprendió un papel del clip y se lo dio a la rectora-. Representa un castigo infligido por una figura femenina desnuda a otra asexuada, vestida con ropajes académicos. Esta parece ser la clave simbólica de la situación. En el trimestre de otoño aparecen más dibujos parecidos, junto con el ahorcamiento de un personaje académico, tema que se repite en el incidente de la muñeca colgada que se encontró más adelante en la capilla. También se enviaron notas de carácter vagamente obsceno y amenazador que no nos detendremos a considerar. Quizá la más importante e interesante sea el mensaje dirigido, según creo, a la señorita Hillyard: «Ningún hombre está a salvo con mujeres como usted», y el otro, enviado a la señorita Flaxman, en el que le exigen que deje en paz al prometido de otra alumna. Ambas notas insinuaban que el motivo de agravio de X eran celos sexuales normales y corrientes, insinuación que, en mi opinión, es completamente errónea y contribuyó a oscurecer el asunto de una forma extraordinaria.