»A continuación, y pasando por alto el incidente de la quema de togas en el patio, llegamos a la cuestión del manuscrito de la señorita Lydgate, mucho más grave. No creo que sea una coincidencia que las partes más dañadas y las destruidas por completo fueran aquellas en las que la señorita Lydgate rebatía las conclusiones de otros eruditos, hombres todos ellos. Si no me equivoco, vemos que X es una persona que sabe leer y que, hasta cierto punto, es capaz de comprender un trabajo académico. Junto a este atropello podemos colocar la mutilación de la novela. La búsqueda en el punto exacto en el que el autor defiende, o parece defender en ese momento, la doctrina de que la lealtad a la verdad abstracta debe prevalecer sobre toda consideración personal, y también la quema del libro de la señorita Burton, en el que ataca la doctrina nazi según la cual el lugar de la mujer en el Estado debe limitarse a las tareas de «femeninas» de Kinder, Kirche, Kuche.
»Aparte de estas agresiones personales contra individuos, tenemos el incidente de la hoguera y las esporádicas manifestaciones obscenas de las paredes. Cuando llegamos a los destrozos de la biblioteca, vemos una agresión generalizada de una forma más espectacular, y empieza ponerse claramente de manifiesto el objeto de la campaña. El resentimiento de X pasa de una sola persona a todo el college, y la intención consiste en provocar un escándalo que desacredite la institución como tal.
Al llegar aquí, el orador apartó por primera vez la mirada del jarrón de caléndulas, la paseó lentamente por la mesa y la fijó en el atento rostro de la directora.
– Permítanme que les diga, aquí y ahora, que lo único que ha frustrado la agresión definitiva ha sido la excepcional solidaridad y el espíritu público de que ha hecho gala el college en su totalidad. Creo que ese era el último obstáculo que esperaba encontrarse X en una comunidad de mujeres. Nada sino la gran lealtad del claustro hacia el college y el respeto de las alumnas por el claustro se ha interpuesto entre ustedes y una publicidad sumamente desagradable. Es una osadía por mi parte decirles lo que ustedes saben mejor que yo, pero lo digo no solo por mi propia satisfacción, sino porque esta clase de lealtad constituye al tiempo la excusa psicológica para las agresiones y la única defensa posible contra ellas.
– Gracias -dijo la rectora-. Estoy segura de que todas las aquí presentes sabrán apreciarlo.
– A continuación llegamos al incidente de la muñeca en la capilla -prosiguió Wimsey, de nuevo con la mirada clavada en las caléndulas-. Simplemente repite el tema de los primeros dibujos, pero con miras a crear un efecto más dramático. Su importancia radica en la cita de la arpía prendida a la muñeca, en la misteriosa aparición de un vestido negro que nadie pudo reconocer, en la posterior condena por robo del antiguo conserje, Jukes, y en el hallazgo del periódico mutilado en la habitación de la señorita De Vine, que cierra la sucesión de acontecimientos. Volveré a estos puntos más adelante.
»Fue más o menos por entonces cuando la señorita Vane conoció a mi sobrino Saint -George, y él le contó que, bajo circunstancias en las que quizá no sea necesario indagar, una noche había visto a una misteriosa mujer en el jardín, y que ella le dijo dos cosas. En primer lugar, que en Shrewsbury College mataban a los chicos guapos como él, les arrancaban el corazón y se lo comían, y en segundo lugar, que «el otro también era rubio».
Este dato era desconocido para la mayoría de los miembros del claustro, y causó cierta sensación.
– Aquí tenemos realzado el «motivo del asesinato», con un pequeño detalle sobre la víctima. Es un hombre, rubio, guapo y relativamente joven. Mi sobrino dijo entonces que no podía comprometerse a reconocer a la mujer, pero en una ocasión posterior la vio y sí la reconoció.
Una vez más la sala se estremeció.
– El siguiente incidente importante fue el asunto de los fusibles desaparecidos.
Al llegar a este punto la decana no pudo contenerse y exclamó:
– ¡Qué título tan bonito para una novela de misterio!
Los ojos velados se alzaron al instante y en las comisuras de los párpados se marcaron las arrugas de expresión.
– Perfecto. Y eso era precisamente. X abandonó, sin haber conseguido más que una novela de misterio con buena publicidad.
– Y fue después de eso cuando encontraron el periódico en mi habitación -dijo la señorita De Vine.
– Sí -convino Wimsey-. He hecho una exposición racional, no cronológica… y así llegamos al final del segundo trimestre. Las vacaciones transcurrieron sin incidentes. En el trimestre de verano nos enfrentamos con el efecto acumulativo de un acoso largo e insidioso a una estudiante de temperamento sensible. Esa fue la fase más peligrosa de las actividades de X. Sabemos que, además de la señorita Newland, otras alumnas habían recibido cartas en que les deseaban mala suerte en los exámenes para la especialidad; por suerte, la señorita Layton y las demás son de carácter más fuerte, pero me gustaría que prestaran especial atención al hecho de que, con unas cuantas excepciones sin importancia, la animosidad iba dirigida contra las profesoras.
Al llegar aquí, intervino la administradora, que llevaba un rato manifestando irritación.
– No comprendo por qué están haciendo tanto ruido debajo de este edificio. ¿Le importa que vaya a ponerle remedio, rectora?
– Lo siento -dijo Wimsey-. Yo soy el responsable. Le he insinuado a Padgett que un registro de la carbonera podría resultar fructífero.
– Entonces, me temo que tendremos que aguantarnos, administradora -sentenció la rectora.
– Esto es un resumen de los acontecimientos tal y como me los presentó la señorita Vane cuando, con su consentimiento, rectora, me expuso el caso. Deduje -la mano derecha parecía inquieta y empezó a tamborilear un silencioso tatuaje sobre el tablero de la mesa- que ella y algunas de ustedes se inclinaban a considerar esas atrocidades consecuencia de las represiones que en ocasiones acompañan a la vida célibe y que derivan en una maldad obscena e irracional que se ceba en parte en las condiciones de esa vida y en parte en las personas que disfrutan, han disfrutado o supuestamente han disfrutado de una experiencia más amplia. No cabe duda de que esa clase de maldad existe, pero a mí me pareció que la historia de este caso ofrecía un perfil psicológico completamente distinto. En este claustro hay una mujer que ha estado casada y otra que está prometida, y ninguna de ellas, que deberían haber sido las primeras víctimas, ha sufrido acoso alguno, que yo sepa. También es muy significativa la actitud dominante de la figura femenina desnuda del primer dibujo, así como la destrucción del libro de la señorita Barton. Además, los prejuicios que muestra X parecen centrarse en lo académico, y tener un motivo más o menos racional, basado en una afrenta equivalente para ella al asesinato, infligida a una persona del sexo masculino por una académica. A mi entender, el resentimiento iba dirigido fundamentalmente contra la señorita De Vine, y por extensión, contra todo el college y posiblemente contra todas las mujeres con estudios. Por consiguiente, pensé que deberíamos buscar una mujer casada o con experiencia sexual, de educación limitada pero familiarizada con lo académico, cuyo pasado estuviera vinculado de alguna manera al de la señorita De Vine y que probablemente hubiera empezado a residir en el college después del pasado diciembre, si bien esto era una suposición.
Harriet apartó la mirada de la mano de Peter, que había dejado de tamborilear y descansaba sobre la mesa, para estimar la reacción de las oyentes ante sus palabras. La señorita De Vine tenía el ceño fruncido, como si volviendo mentalmente a los años anteriores considerase sin pasión sus posibilidades de haber cometido un asesinato; el rostro de la señorita Chilperic estaba sonrojado, con expresión atribulada, y la señorita Goodwin parecía disgustada, los ojos de la señorita Hillyard reflejaban una extraordinaria mezcla de triunfo y bochorno; la señorita Barton asentía en silencio, la señorita Allison sonreía, la señorita Shaw parecía ligeramente ofendida, la señorita Edwards miraba a Peter con ojos que decían claramente: «Es usted la clase de persona con la que yo puedo tratar». El grave semblante de la rectora estaba inexpresivo, la decana, de perfil, no daba muestra alguna de sus sentimientos, pero emitió un breve suspiro, como aliviada.