– Y ahora pasemos a las pruebas materiales. En primer lugar, los mensajes impresos. Me parecía inverosímil que hubieran podido confeccionarse en tales cantidades dentro de los muros del colegio sin haber dejado rastros de su procedencia. Más bien pensaba que todo tenía que proceder del exterior, y también en el caso del vestido que se encontró en la muñeca; parecía muy extraño que nadie lo hubiera visto jamás, a pesar de que era de varias temporadas anteriores. En tercer lugar, la curiosa circunstancia de que las cartas que llegaban por correo siempre se recibieran un lunes o un jueves, como si domingo y miércoles fueran los únicos días en los que se pudieran echar al correo, desde una sucursal o un buzón lejos de aquí. Estos tres factores podrían inducir a pensar en alguien que viviera lejos y que viniera a Oxford solamente dos veces a la semana, pero los incidentes nocturnos indicaban claramente que la persona en cuestión vivía entre estos muros y tenía dos días fijos para salir y algún sitio en el exterior donde podía guardar ropa y preparar las cartas. La persona que mejor cumpliría estas condiciones sería una de las criadas.
La señorita Stevens y la señorita Barton se movieron inquietas.
– Sin embargo, la mayoría de las criadas parecían descartadas. Las que no estaban confinadas en su ala por la noche eran mujeres de confianza con muchos años de servicio aquí. La mayoría ocupaban habitaciones dobles y, por consiguiente, un sitio donde guardar la ropa y preparar las cartas.
– ¡Pero…! -empezó a decir la administradora con indignación.
– Así es el caso tal y como lo vi el pasado domingo -continuó Wimsey-. E inmediatamente se plantearon serias objeciones. El ala de las criadas quedaba aislada al cerrarse con llave puertas y verjas, pero con el incidente de la biblioteca se puso de manifiesto que el pasaplatos de la despensa se dejaba a veces abierto para comodidad de las alumnas que deseaban provisiones a última hora de la noche. La señorita Hudson esperaba encontrarlo abierto esa misma noche. La señorita Vane comprobó que estaba cerrado, pero eso fue después de que X hubiera salido de la biblioteca, y recordarán que la señorita Vane y la señorita Hudson por un extremo y la señorita Barton por el otro demostraron que X había quedado atrapada en el edificio del comedor. Lo que se supuso en aquel momento fue que se había escondido en el comedor.
»Tras ese incidente, se tomaron precauciones para mantener cerrado el pasaplatos de la despensa, y según tengo entendido, la llave, que antes se dejaba por dentro del pasaplatos, se quitó y ahora la lleva Carrie en su llavero, pero se puede hacer una copia de una llave en un día. En realidad, fue una semana antes de que ocurriese el siguiente incidente nocturno, que nos lleva al siguiente miércoles, cuando alguien pudo hacer fácilmente una copia de la llave sustraída a Carrie y ponerla de nuevo en sus sitio. Tengo la certeza de que ese miércoles un ferretero de la ciudad hizo una copia de una llave, aunque no he podido identificar al cliente, pero es un simple detalle de rutina. Hay un factor que predispuso a la señorita Vane a exonerar a todas las criadas: que una mujer de semejante clase social fuera capaz de expresar su resentimiento con la cita latina de La Eneida que se encontró en la muñeca.
»Esa objeción también me influyó un poco a mí, pero no demasiado. Era el único mensaje que no estaba en inglés, pero al que podría tener acceso cualquier colegial. Por otra parte, el hecho de que fuera una excepción entre los demás me convenció de que tenía un significado especial, es decir, no es que X expresara habitualmente sus sentimientos en hexámetros. Ese párrafo debía de tener algo especial aparte de su aplicación general a mujeres desnaturalizadas que les quitan el pan de la boca a los hombres. Neo saevior ulla pestis.
– La primera vez que lo oí, tuve la certeza de que había un hombre detrás de todo esto -intervino la señorita Hillyard.
– Y probablemente no se equivocó -admitió Wimsey-. Yo estoy seguro de que lo escribió un hombre… Bueno, huelga decir lo fácil que le resulta a cualquiera andar por el college de noche y gastar bromas a la gente. En una comunidad de doscientas personas, algunas de la cuales apenas se conocen de vista, es más difícil encontrar a alguien que perderlo, pero la intervención de Jukes en aquel momento puso en un aprieto a X. La señorita Vane anunció su decisión de investigar la vida familiar de Jukes. A consecuencia de eso, alguien que conocía bien las costumbres de Jukes dio cierta información y Jukes acabó en la cárcel. La señora Jukes fue acogida por sus familiares, y enviaron a las hijas de Annie a Headington. Y con el fin de que pensáramos que la casa de los Jukes no tenía nada que ver con el asunto, poco después apareció un periódico mutilado en la habitación de la señorita De Vine.
Harriet levantó los ojos.
– Eso lo comprendí… más adelante, pero lo que ocurrió la semana pasada parece invalidarlo.
– Perdone que se lo diga, pero creo que no abordó el problema con una actitud imparcial, y que no le prestó total atención -replicó Peter-. Algo se interpuso entre usted y los hechos.
– La señorita Vane me ha prestado una ayuda tan generosa con mis libros… -murmuró la señorita Lydgate-. Y además tiene su propio trabajo. No deberíamos haberle pedido que dedicara tiempo a nuestros problemas.
– Tenía tiempo de sobra, pero he sido tonta -repuso Harriet.
– De todos modos, la señorita Vane hizo lo suficiente para que X la considerase peligrosa -dijo Wimsey-. A principios de este trimestre vemos que X está más desesperada y con intenciones aún más terribles. Con las tardes más luminosas, resulta más difícil hacer trastadas por la noche. Tenemos la tentativa de acabar con la vida y la razón de la señorita Newland, y al fallar, hace un esfuerzo para montar un escándalo en la universidad enviando cartas al vicerrector. Sin embargo, la universidad demostró tanta solidez como el college: tras haber dejado entrar a las mujeres, no estaba dispuesta a defraudarlas. Eso debió de sacar de quicio a X. El doctor Threep actuó como intermediario entre ustedes y el vicerrector y seguramente se ocuparon del asunto.
– Yo le comuniqué al vicerrector que se estaban tomando medidas -dijo la rectora.
– Desde luego, y para mí fue un honor que me pidiera que tomase esas medidas. Yo tenía muy pocas dudas sobre la identidad de X desde el principio, pero una sospechosa no es una prueba, y no deseaba sembrar ninguna sospecha que no pudiera justificar. Mi primera tarea consistía, evidentemente en averiguar si la señorita De Vine había asesinado o lesionado de verdad a alguien. En el transcurso de una conversación sumamente interesante después de la cena en esta habitación, puso en mi conocimiento que, hace seis años, había desempeñado un papel decisivo en despojar a un hombre de su prestigio y sus medios de vida, y si lo recuerdan, llegamos a la conclusión de que su conducta podría haber contrariado a cualquier hombre viril o a cualquier mujer femenina.
– ¡Quiere decir que toda esa discusión estaba destinada a sacar a relucir esa historia? -preguntó la decana.
– Ofrecí una oportunidad para que la historia saliera a la luz, pero si no hubiera salido entonces, yo habría preguntado. A propósito, también me convencí de algo de lo que estaba seguro desde el principio: que no hay en este claustro ninguna mujer, casada o soltera, dispuesta a poner las lealtades personales por encima del honor profesional. Era un punto que me pareció necesario aclarar, no tanto por mí como por ustedes.