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Henry James dijo que tomarse a Edgar Allan Poe con algo más que un mínimo de seriedad denota falta de seriedad. Dorothy L. Sayers se tomaba sus novelas policíacas con cierto grado de seriedad, y seguramente le habría hecho gracia la cantidad de críticas que ha merecido su obra, el análisis del tratamiento que da en sus novelas a la justicia, la culpa, el castigo y los imperativos de la responsabilidad personal, la influencia de Wilkie Collins, la base moral de sus tramas, el tema que unifica toda su obra en cuanto a la importancia, poco menos que sagrada, de la actividad creativa del ser humano. Por una parte, todo eso es importante para la comprensión de las novelas y, por otra parte, nos resulta fascinante, pero no cabe duda de que la fuerza imperecedera de las novelas consiste en que fueron escritas para el ocio, y que aún sigue siendo esa su función. Están destinadas al disfrute, y ellas y sus protagonistas poseen la vitalidad creativa que garantiza la supervivencia.

P. D. JAMES

La universidad es un Paraíso, los Ríos del Saber allí están, de allí fluyen las Artes y las Ciencias. Las mesas del Consejo son Horta conclusi (como se dice en el Cantar de los cantares), Jardines que están vallados, y son Fontes signati, Fuentes selladas, insondables profundidades de Consejos inextricables.

JOHN DONNE

Prefacio

Sería ocioso negar que la ciudad y la Universidad de Oxford (in aeternum floreant) existen de verdad y que albergan una serie de colleges y otros edificios, algunos de cuyos nombres se mencionan en el presente libro. Por consiguiente, se impone subrayar que ninguno de los personajes que he situado en este escenario público tiene equivalente en la vida real. En particular Shrewsbury College, con sus profesoras, estudiantes y criadas, es totalmente imaginario, y ninguno de los angustiosos acontecimientos que tienen lugar entre sus muros está basado en sucesos ocurridos en ningún otro lugar. Por su antipática profesión, los escritores de novelas policíacas están obligados a inventar situaciones y personas desagradables y asombrosas, y supongo que también son libres de imaginar qué ocurriría si tales situaciones y tales personas irrumpieran en la vida de una comunidad inocente y ordenada, pero no por ello ha de suponerse que deban dar a entender que tales alteraciones han ocurrido o pueden ocurrir en una comunidad de la vida real.

Sin embargo, he de pedir excusas por ciertas cosas. En primer lugar, a la Universidad de Oxford, por haberle endosado un rector y un vicerrector de mi invención y un college de ciento cincuenta mujeres estudiantes, que sobrepasan los límites ordenados por los estatutos. En segundo lugar, y con suma humildad, al Balliol College, no solo por haberlo cargado con un alumno tan díscolo como Peter Wimsey, sino por la espantosa impertinencia de haber erigido Shrewsbury College en el espacioso y sagrado campo de críquet. Pido asimismo disculpas a New College, Christ Church y sobre todo al Queen's, por las locuras de ciertos jóvenes, al Brasenose por la jocosidad de un caballero de mediana edad y al Magdalen por la embarazosa situación en la que pongo a un imaginario ayudante de supervisor. Por otra parte, el vertedero es, o era, un hecho, y no debo ninguna excusa en este sentido.

A la directora y las profesoras de Somerville College, en el que cursé mis estudios, mis sinceras gracias por la generosa ayuda que me ofrecieron en cuestiones relacionadas con las normas disciplinarias y el orden del college en general, si bien no hay que considerarlas responsables de los detalles de la disciplina en Shrewsbury College, muchos de los cuales he inventado para que se adaptaran al propósito del libro.

Quienes tengan interés por la cronología, podrán calcular, si lo desean, que la acción del presente libro se desarrolla en 1935, basándose en lo que ya saben sobre la familia Wimsey, mas en tal caso, que no se quejen ni se indignen por que no se mencione el aniversario del rey, ni por que haya adaptado las condiciones del tiempo y los cambios de la luna a mi capricho. Porque, por realista que sea el escenario, el único país, la única tierra natal del novelista es la «Ciudad de las Nubes y los Cucos», donde todo lo que hacen es bromear y enredar, sin ánimo de ofender.

Wimsey, Peter Death Bredon, Orden del Servicio Distinguido, nació en 1890, segundo hijo de Mortimer Gerald Bredon Wimsey, decimoquinto duque de Denver, y de Honoria Lucasta, hija de Francis Delagardie de la casa de Bellingham, Hants.

Estudios: Eton College y Balliol College, Oxford (matrícula de honor, Facultad de Historia Contemporánea, 1912); sirvió en las Fuerzas Armadas de Su Majestad, 1914-1918 (comandante, Brigada de Fusileros). Autor de Apuntes sobre la recolección de incunables, El vademécum del asesino, etc. Aficiones: criminología, bibliofilia, música, críquet.

Clubes: Marlborough; Egotists. Residencias: 110A Piccadilly, W.; Bredon Hall, ducado de Denver, Norfolk.

Escudo: en sable, tres ratones de plata corriendo; frente: gato doméstico rampante, en su color; lema: As my Whimsy takes me, «Según mi capricho».

Capítulo 1

Tú, ciega marca del hombre, tú, trampa que el necio elige,

vana escoria del capricho y poso del pensamiento disperso,

veta de todos los males, cuna de cuidados sin motivo,

tú, maraña de empeños cuyo fin jamás se cumple:

¡deseo, deseo! He pagado demasiado caro,

al precio de mi espíritu, tu despreciable mercancía.

Sir PHILIP SIDNEY

Harriet Vane estaba sentada a su mesa, mirando por la ventana a Mecklenburg Square. Los tardíos tulipanes ofrecían un espléndido espectáculo en el jardín de la plaza, mientras un cuarteto de tenistas concluía con todas sus fuerzas un partido desigual y desmañado, pero Harriet no veía ni los tulipanes ni a los tenistas. Tenía una carta abierta en la carpeta, si bien su imagen se había desvanecido para dar paso a otra. Veía un patio de piedra, construido por un arquitecto moderno en un estilo ni nuevo ni antiguo, sino que tendía una mano de reconciliación entre el pasado y el presente. Recoleta entre sus muros había una cuidada parcela de césped salpicada de parterres en los extremos y rodeada por un ancho estrado de piedra. Tras los tejados planos de pizarra se erigían las chimeneas de ladrillo de varios edificios más antiguos y de perfil menos severo, que también formaban una especie de patio, pero que mantenían la remembranza doméstica de las moradas victorianas que en principio habían albergado a las primeras y tímidas estudiantes de Shrewsbury College. Enfrente estaban los árboles de Jowett Walk, y detrás, un revoltijo de aguilones antiguos y la torre de New College, con sus grajillas revoloteando por el cielo ventoso.

La memoria pobló el patio de figuras en movimiento: estudiantes que paseaban de dos en dos, estudiantes que corrían hacia sus clases, con las togas de cualquier manera sobre los ligeros vestidos veraniegos mientras el viento aplastaba aún más los birretes, dándoles el absurdo aspecto de otros tantos gorros de bufón. Las bicicletas amontonadas junto a la conserjería, con las cestas llenas de libros y togas enredadas entre los manillares. Una profesora de pelo entrecano que cruzaba el césped con mirada perdida, absorta en ciertos aspectos de la filosofía del siglo XVI, con las mangas flotantes y los hombros erguidos con la postura académica que compensaba automáticamente el tirón hacia atrás de los pliegues de popelín. Dos alumnos sin beca en busca de un profesor, con la cabeza descubierta y las manos en los bolsillos de los pantalones, hablando a grandes voces sobre barcos. La rectora -gris y majestuosa- y la decana -robusta, enérgica, con aspecto de pájaro, como un pardillo- en animada conversación en el pasadizo que llevaba al patio viejo. Altas espigas de delfinio recortadas contra el gris, temblorosas llamas azuladas, si acaso las llamas pueden ser tan azules. El gato del college, ensimismado y distante, dirigiéndose hacia la despensa con la cola erguida.