La siguiente noticia fue que había estallado una pelea espantosa entre la señorita Shaw y la señorita Stevens, que normalmente eran muy amigas. Tras enterarse de las peripecias de la noche anterior, la señorita Shaw había acusado a la señorita Stevens de haber asustado a la señorita Newland, que por eso había caído al río, y la señorita Stevens acusó a su vez a la señorita Shaw de haberse aprovechado de los sentimientos de la chica hasta el extremo de haberle provocado un ataque de nervios.
La siguiente alteración del orden corrió a cargo de la señorita Allison. Harriet ya lo había descubierto el trimestre anterior. La señorita Allison tenía la manía de contarle a todo el mundo lo que otros habían dicho de ellos. Candorosa, se le ocurrió contarle a la señora Goodwin las insinuaciones que había dejado caer la señorita Hillyard. La señora Goodwin se enfrentó a la señorita Hillyard, y hubo una escena sumamente desagradable, en la que la señorita Allison, la decana y la pobre señorita Chilperic, que tuvo que participar en la discusión por una desdichada casualidad, se pusieron de parte de la señora Goodwin y en contra de la señorita Pyke y la señorita Burrows, a quienes, aunque pensaban que los comentarios de la señorita Hillyard eran desafortunados, les molestaba que se pusiera en entredicho la soltería como tal. Este desagradable incidente tuvo lugar en el jardín de las profesoras.
Por último, la señorita Allison contribuyó a exacerbar los ánimos al contarle la historia con todo lujo de detalles a la señorita Barton, que fue toda indignada a decirles a la señorita Lydgate y a la señorita De Vine lo que pensaba de la psicología de la señorita Hillyard y la señorita Allison.
No resultó una mañana placentera.
Entre las casadas (o a punto de casarse) y las solteras, Harriet se sentía como el murciélago de Esopo entre las aves y las bestias, extraña consecuencia de que sus correrías se hubieran hecho públicas, pensó. La comida fue muy tensa. Al llegar al comedor, bastante tarde, vio que la mesa de autoridades se había dividido en bandos opuestos, con la señorita Hillyard en un extremo y la señora Goodwin en otro. Encontró una silla vacía entre la señorita De Vine y la señorita Stevens y se divirtió arrastrándolas, a ellas y a la señorita Allison, que estaba al otro lado de la señorita De Vine, a una conversación sobre moneda e inflación. Harriet no sabía nada sobre ese tema, pero naturalmente ellas sabían mucho, y su diplomacia tuvo recompensa. Empezaron a participar más personas en la conversación; la mesa presentaba un aspecto menos sombrío ante las alumnas allí reunidas, y la señorita Lydgate sonreía con satisfacción. Todo iba bien cuando una criada, inclinándose entre la señorita Allison y la señorita De Vine, murmuró un recado.
– ¿De Roma? -dijo la señorita De Vine-. ¿Quién será?
– ¿Que llaman de Roma? -dijo la señorita Allison con voz estridente-. Ah, supongo que uno de sus corresponsales. Debe de tener mejor posición económica que la mayoría de los historiadores.
– Creo que es para mí -dijo Harriet, y añadió, dirigiéndose a la criada-: ¿Está segura de que han dicho De Vine y no Vane?
La criada no estaba segura.
– Si la está esperando, será para usted -dijo la señorita De Vine.
La señorita Allison hizo un comentario mordaz sobre los escritores de fama internacional, y Harriet abandonó la mesa, ruborizándose terriblemente y enfadada consigo misma por ello.
Mientras se dirigía a la cabina pública del Queen Elizabeth, adonde habían derivado la conferencia, intentó preparar mentalmente lo que iba a decir. Unas breves palabras de disculpa; unas breves palabras más a modo de explicación y a continuación, pedir consejo: ¿en manos de quién debía ponerse el caso? Sin duda, no presentaba ninguna dificultad.
La voz de Roma hablaba muy bien en inglés. No creía que lord Peter Wimsey se encontrara en el hotel, pero se informaría. Una pausa, durante la cual Harriet oyó pasos yendo y viniendo al otro lado del continente. Después, de nuevo la voz, melosa y contrita.
– Su señoría se marchó de Roma hace tres días.
¡Ah! ¿Sabían con qué destino?
Iría a informarse. Otra pausa, y voces hablando en italiano. Después, la misma voz:
– Su señoría se dirigía a Varsovia.
– ¡Ah! Muchísimas gracias.
Y eso fue todo.
Ante la idea de llamar a la embajada británica en Varsovia, a Harriet le faltó valor. Colgó el auricular y volvió a subir. No parecía que hubiera ganado mucho adoptando una postura firme.
Viernes por la tarde. Las crisis siempre se producían durante el fin de semana, cuando no había correo. Si escribía entonces a Londres y contestaban a vuelta de correo, lo más probable era que no pudiera actuar hasta el lunes. Si escribía a Peter, podía haber servicio de correo aéreo, pero ¿y si no estaba en Varsovia? A lo mejor ya se había ido a Bucarest o a Berlín. ¿Podía llamar al Ministerio de Asuntos Exteriores y preguntar por su paradero? Porque si la carta le llegaba el fin de semana y él enviaba un telegrama, no perdería tanto tiempo. No estaba muy segura de ser capaz de tratar con Asuntos Exteriores. ¿Había alguien que pudiera hacerlo? ¿Y el honorable Freddy?
Tardó un poco en localizar al honorable Freddy Arbuthnot, pero finalmente dio con él, por teléfono, en unas oficinas de Throgmorton Street. Le resultó de enorme ayuda. El honorable Freddy no tenía ni idea de dónde estaba el bueno de Peter, pero daría todos los pasos necesarios para averiguarlo, y si Harriet quería enviarle una carta a su casa (a la de Freddy), él se encargaría de que se la remitieran a Peter a la mayor brevedad posible. Ninguna molestia. Encantado de poder ser útil.
Así que Harriet escribió la carta y la despachó inmediatamente, con el fin de que llegara a Londres con el primer reparto el sábado por la mañana. Era un breve resumen del caso y acababa de la siguiente manera:
¿Puedes decirme sí crees que podrían hacerse cargo las ayudantes de la señorita Climpson, y en su ausencia, quién es la persona más competente? Si no, ¿puedes recomendarme a alguien? Quizá debería ser un psicólogo, no un detective. Sé que cualquiera que recomiendes será de fiar. ¿Te importaría enviarme un telegrama en cuanto recibas esta nota? Te quedaría eternamente agradecida. Estamos todas muy nerviosas, y mucho me temo que pueda ocurrir algo grave si no hacemos frente a la situación rápidamente.
Esperaba que la última frase no revelara tan a las claras lo desesperada que estaba.
He llamado a tu hotel en Roma y me han dicho que te habías ido a Varsovia. Como no sé dónde podrías estar ahora, le he pedido al señor Arbuthnot que te remita esta carta por mediación del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Sonaba un poco a reproche, pero no podía evitarlo. Lo que realmente quería decir era: «Ojalá estuvieras aquí y me dijeras qué tengo que hacer», pero pensó que eso le haría sentirse incómodo, ya que, evidentemente, no podía estar allí. Sin embargo, no pasaría nada por preguntarle: «¿Cuándo crees que volverás a Inglaterra?». Y con esta frase terminó la carta y la envió.
– Y para colmo de males, viene ese hombre a cenar -dijo la decana.
«Ese hombre» era el doctor Noel Threep, persona muy respetable e importante, profesor de un distinguido college y miembro del consejo por el que se regía Shrewsbury. No era infrecuente recibir amigos y benefactores de este porte en el colegio, y por lo general en la mesa de autoridades se alegraban de su presencia, pero el momento no era precisamente el más favorable. Sin embargo, el compromiso se había contraído a principios del trimestre y era imposible aplazar la visita del doctor Threep. Harriet dijo que podía ser algo bueno, porque contribuiría a que profesoras y autoridades se distrajeran de sus problemas.