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Recibieron la bendición; los solos fueron estirándose, en una especie de fuga prebachiana; el cortejo volvió a agruparse y a deshacerse, hacia aquí y hacia allá; los fieles se pusieron en pie y empezaron a salir en metódico desorden. La decana, muy aficionada a las fugas antiguas, se quedó discretamente en su asiento junto a Harriet, que tenía una soñadora mirada clavada en los santos delicadamente coloreados del trascoro. Al fin se levantaron las dos y se dirigieron a la puerta. Cuando pasaban por entre las columnas retorcidas del porche del doctor Owen les salió al encuentro una ligera ráfaga de viento que obligó a la decana a aferrar su rebelde birrete e infló sus togas con amplios arcos y volutas. Entre almohadón y almohadón de nubes redondeadas, el cielo era de un azul pálido y transparente, aguamarina.

En la esquina de Cat Street había un grupo de togados en animada charla, dos profesores de All Souls y un personaje majestuoso que Harriet reconoció: el director de Balliol. A su lado había otro hombre, que al pasar Harriet y la decana, que iban hablando del contrapunto, se dio la vuelta bruscamente y se levantó el birrete.

Harriet no pudo dar crédito a sus ojos durante unos momentos. Peter Wimsey. Peter, ni más ni menos. Peter, que en teoría estaba en Varsovia, tan tranquilamente allí plantado, casi como si allí hubiera nacido. Peter, con birrete y toga como cualquier licenciado ortodoxo, con toda la pinta de haber asistido con fervor al sermón, hablando tranquilamente de cuestiones de trabajo con dos profesores del All Souls y el director del Balliol.

¿Y por qué no?, pensó Harriet al recobrarse de la sorpresa. Es licenciado. Estudió en el Balliol. ¿Por qué no iba a hablar con el director si le apetece? Pero ¿cómo había llegado hasta allí? ¿Y por qué? ¿Y cuándo había llegado? ¿Y por qué no me lo ha dicho?

De repente empezaron las confusas presentaciones, y ella presentó a lord Peter a la decana.

– Llamé ayer desde Londres -decía Wimsey-, pero habías salido. -Y a continuación más explicaciones, algo sobre el vuelo desde Varsovia, y que si «mi sobrino, que está en Oxford» y «la amable hospitalidad del director» y que si había enviado una nota al college. Por último, entre tantas naderías de simple cortesía, una frase que Harriet entendió perfectamente.

– Si vas a estar en el college y estás libre durante la próxima media hora, ¿puedo pasar a verte?

– Sí, será un placer -contestó Harriet no muy convencida. Se calmó un poco y añadió-: Supongo que no podría invitarte a comer, ¿no?

Al parecer Peter iba a comer con el director, y al almuerzo también iba a asistir uno de los miembros de All Souls. En definitiva, según dedujo Harriet, iba a ser una pequeña celebración, con una especie de base histórica, para hablar del artículo de alguien sobre las actas de esto o lo otro, para lo cual Wimsey iba «a pasar un momento al All Souls, nada, ni diez minutos», y para una consulta sobre la impresión y distribución de unos polémicos opúsculos sobre la Reforma (tema en el que Wimsey era experto) con otro experto y con un historiador de otra universidad, inexperto pero con ciertas pretensiones.

El grupo se deshizo. El director levantó su birrete y se alejó, no sin antes recordarles a Wimsey y al historiador que el almuerzo sería a la una y cuarto; Peter le dijo a Harriet algo así como que estaría allí «dentro de unos veinte minutos», desapareció con los dos profesores en el All Souls, y Harriet y la decana reanudaron el paseo.

– ¡Vaya! Conque este es el hombre en cuestión -dijo la señorita Martin.

– Sí, es él -repuso Harriet débilmente.

– Querida mía, es encantador. No nos había dicho usted que fuera a venir a Oxford.

– No lo sabía. Yo creía que estaba en Varsovia. Sabía que vendría este trimestre, tarde o temprano, a ver a su sobrino, pero no tenía ni idea de que fuera a llegar tan pronto. La verdad es que quería preguntarle… pero no creo que haya recibido mi carta…

Le dio la impresión de que sus esfuerzos por explicarse solo contribuían a complicar las cosas. Acabó por confesárselo todo a la decana.

– No sé si recibió mi carta y ya lo sabe todo, o si, si no lo sabe, debería contárselo. Sé que es absolutamente de fiar, pero si la rectora y los demás miembros del claustro… No esperaba que se presentase así.

– Yo diría que es lo mejor que podría usted haber hecho -replicó la señorita Martin-. No debemos contar demasiadas cosas en el college. Si viene, tráigalo, y que nos ponga patas arriba. Un hombre con esos modales sería capaz de meterse en el bolsillo al claustro entero. Qué suerte que sea historiador… Así se ganará las simpatías de la señorita Hillyard.

– Yo no lo consideraba historiador.

– Bueno, y con sobresaliente… ¿No lo sabía?

Harriet no lo sabía. Ni siquiera se había molestado en pensarlo. Nunca había relacionado conscientemente a Wimsey con Oxford. Otra vez la historia del Ministerio de Asuntos Exteriores. Si Peter se hubiera dado cuenta de su falta de consideración, le habría hecho daño. Harriet se vio como un monstruo insensible, una ingrata.

– Según me han contado, lo consideraban uno de los mejores estudiantes de su época -añadió la decana-. A. L. Smith lo tenía en muy alto concepto. En cierto modo, es una lástima que no se haya dedicado a la historia, pero naturalmente, lo que más le interesa no es lo estrictamente académico.

– No -dijo Harriet.

De modo que la decana había indagado. Normal. Probablemente, todo el claustro podría darle detalles de la trayectoria académica de Wimsey. Era comprensible: ellas pensaban de esa manera, pero ella podría haber dedicado al menos un par de, minutos a consultar el anuario.

– ¿Y dónde lo meto cuando venga? Porque supongo que si lo llevo a mi habitación será un mal ejemplo para las alumnas. Y además, casi no hay sitio.

– Pueden quedarse en mi salón. Mucho mejor que ninguna de las salas públicas, si van a hablar de este espantoso asunto. Me pregunto si habrá recibido esa carta. Quizá el interés que ocultaba esa penetrante mirada era que sospechaba de mí. ¡Y yo que lo había atribuido a mi fascinación personal! Ese hombre es peligroso, aunque no lo parezca.

– Precisamente por eso es peligroso, pero si leyó mi carta, sabrá que no es usted.

Cuando llegaron al college y encontraron una nota de Peter en el casillero de Harriet, se aclararon ciertas confusiones. La nota de Wimsey explicaba que había llegado a Londres el sábado por la tarde y que la carta de Harriet estaba en el Ministerio de Asuntos Exteriores. «Intenté llamarte, pero no di mi nombre, porque no sabía si querías que yo interviniera personalmente en este asunto.» Aquella tarde tenía compromisos en Londres, lo llevaron en coche hasta Oxford para cenar, unos amigos del Balliol lo liaron un poco y el director tuvo la amabilidad de invitarlo a pasar allí la noche, y pensó en «llamarte mañana» con la esperanza de encontrarla.