De toda desgracia que ahuyentar pueda
vuestro placentero sueño de noche,
piadosamente os protege y de vosotros
aleja el trasgo, mientras dormís.
ROBERT HERRICK
– ¡Ay, señorita!
– Sentimos molestarla, señora.
– Por Dios, Canje, ¿qué pasa?
Cuando llevas despierta en la cama más de una hora pensando en cómo reconstruir un Wilfrid sin infligir una feroz mutilación a la trama de tu novela y acabas de sumirte en un agitado sueño poblado de duques embalsamados, resulta muy desagradable que te devuelvan bruscamente a la vigilia dos criadas en bata, nerviosas y medio histéricas.
– Ay, señorita, la decana nos ha dicho que viniéramos a contárselo. Menudo susto nos hemos llevado Annie y yo. Por poco lo pillamos.
– ¿Qué?
– Lo que sea, señorita. En el aula de ciencias, señorita. Lo vimos allí. Es horrible.
Harriet se incorporó aturdida.
– Y se ha ido, señorita, y el destrozo que ha hecho, y a saber qué andará tramando, así que teníamos que contárselo a alguien.
– Por lo que más quiera, Canje, cuéntemelo. Siéntense, las dos, y empiecen por el principio.
– Pero señorita, ¿no deberíamos ir a ver qué ha pasado? Por la ventana del cuarto oscuro, por ahí ha salido, y en este mismo momento igual está matando gente. Y la habitación cerrada, con la llave dentro… podría haber un cadáver, y todo lleno de sangre.
– No digan tonterías -replicó Harriet, pero de todos modos se levantó de la cama y buscó sus zapatillas-. Si alguien está gastando otra broma, tenemos que intentar detenerlo, pero no hablemos de sangre y cadáveres. ¿Adónde ha ido?
– No lo sabemos, señorita.
Harriet miró a la corpulenta Carde, que tenía la cara contraída y los ojos desorbitados, como a punto de un ataque de histeria. Harriet nunca había considerado a la jefa de criadas demasiado digna de confianza y atribuía su rebosante energía al hipertiroidismo.
– ¿Y dónde está la decana?
– Esperando a la puerta del aula de ciencias, señorita. Dijo que viniéramos a por usted…
– Está bien.
Harriet se guardó la linterna en el bolsillo de la bata y echó bruscamente a las criadas.
– Ahora cuéntenme rápidamente qué ha pasado y no hagan ruido.
– Pues, señorita, viene Annie y me dice…
– ¿Cuándo fue eso?
– Pues hace como un cuarto de hora, señorita, más o menos.
– Sí, aproximadamente, señora.
– Yo estaba en la cama, durmiendo, sin imaginarme nada ni nada, cuando viene Annie y me dice: «¿Tienes las llaves, Carrie? Pasa algo raro en el aula de ciencias». Así que voy y le digo a Annie…
– Un momento. Deje que Annie cuente lo suyo primero.
– Bueno, señora, conoce el aula de ciencias, en la parte trasera del patio nuevo, y sabrá que se puede ver desde nuestra ala. Me desperté como a la una y media, miré por la ventana y vi luz en el aula. Así que pensé, qué raro, con lo tarde que es. Y vi una sombra en la cortina, como si alguien anduviera allí dentro.
– Entonces, ¿las cortinas estaban echadas?
– Sí, señora, pero son unas cortinas beis, y vi la sombra con toda claridad. Así que me quedé mirando un rato, la sombra desapareció pero seguía la luz encendida, y pensé que era raro. De modo que fui a despertar a Canje y le dije que me diera las llaves para ir a ver, por si acaso algo andaba mal. Y ella también vio la luz, y le dije: «Ay, Carrie, vente conmigo, que no quiero ir sola». Así que Carric se vino conmigo.
– ¿Fueron por el comedor o por el patio?
– Por el patio, señora. Pensamos que sería más rápido. Pasamos por el patio y por la verja de hierro, intentamos mirar por la ventana, pero estaba cerrada y con las cortinas echadas.
Ya habían salido del edificio Tudor; a su paso por los corredores, les dio la impresión de que todo estaba tranquilo, y tampoco parecía que ocurriera nada raro en el patio viejo. El ala de la biblioteca estaba a oscuras, salvo una lámpara encendida, la ventana de la señorita De Vine, y la débil iluminación del pasadizo.
– Al llegar a la puerta del aula de ciencias, resulta que estaba cerrada, con la llave puesta, porque me agaché a mirar por la cerradura y no vi nada. Y entonces me di cuenta de que la cortina no estaba echada del todo sobre la puerta… es que tiene paneles de cristal, ¿sabe usted, señora?, así que miré por la abertura y vi algo todo de negro, señora. Y dije: «¡Ah, ahí está!», y Carrie dice: «Déjame ver», y me dio un empujón, así que me di un golpe contra la puerta, y se conoce que quien andaba por allí se asustó, porque se apagó la luz.
– Sí, señorita -confirmó Carrie, angustiada-. Y le dije: «¡Cuidado!», y de repente se oyó un golpetazo espantoso…, una cosa horrorosa, y más golpes, y yo me puse a gritar: «¡Ay, que viene a por nosotras!».
– Y le dije a Carrie: «¡Vete corriendo a por la decana! ¡Lo tenemos aquí dentro!». Así que Canje se fue a por la decana y oí a quien estuviera allí dentro moviéndose un poco y después ya no pude aguantar más.
– Y entonces vino la decana y estuvimos esperando un poco, y dije: «¡Aay! ¿Creen que estará ahí con el cuello cortado?», y dice la decana: «¡Si seremos tontas! Se habrá ido por la ventana». Y yo digo: «Pero si todas las ventanas tienen barrotes». Y la decana dice: «La ventana del cuarto oscuro, por ahí habrá salido». La puerta del cuarto oscuro también estaba cerrada con llave, así que salimos corriendo y vaya si la ventana no estaba abierta de par en par. Así que dice la decana: «Vayan a buscar a la señorita Vane». Y aquí que hemos venido, señorita.
Habían llegado al extremo oriental del patio nuevo, donde las esperaba la señorita Martin.
– Lo siento, pero nuestra amiga ha desaparecido -dijo la decana-. Tendríamos que habernos dado más prisa y pensar en esa ventana. Yo he dado una vuelta por este patio, y no veo que pase nada. Esperemos que ese ser haya vuelto a la cama.
Harriet examinó la puerta. Efectivamente, estaba cerrada por dentro, y la cortina no cubría por completo los paneles de cristal, pero dentro todo estaba oscuro y en silencio.
– ¿Y qué hace ahora Sherlock Holmes? -preguntó la decana.
– Creo que deberíamos entrar -contestó Harriet-. Supongo que no tendrán unos alicates, ¿no? Bueno, es igual. Rompemos el cristal, y punto.
– No vaya a cortarse.
¿Cuántas veces su detective, Robert Templeton, habría destrozado puertas para descubrir el cadáver del financiero asesinado? Con la ridícula sensación de estar representando un papel, Harriet apoyó un pliegue de su bata contra el panel y le asestó un fuerte puñetazo. Se quedó atónita al comprobar que el cristal se rompía hacia dentro, como era lo normal, con el acompañamiento de un leve tintineo. Y además… un pañuelo o una bufanda alrededor de la mano y la muñeca para protegerlas y no dejar más huellas dactilares en la llave y el picaporte. La decana fue solicita a buscarle tan útiles prendas, y al fin abrieron la puerta.
Lo primero que buscó Harriet a la luz de la linterna fue el interruptor. Estaba en la posición de apagado, y lo accionó con el asa de la linterna. Ante sus ojos apareció toda la habitación.
Era un espacio casi vacío, incómodo, con un par de mesas alargadas, varias sillas y una pizarra. La denominaban el aula de ciencias en parte porque la señorita Edwards daba clases allí de vez en cuando sin necesidad de gran aparato, pero fundamentalmente porque un benefactor, ya muerto y bien muerto, había dejado al college cierta cantidad de dinero, además de libros científicos, moldes de anatomías, retratos de científicos difuntos y cajas de cristal llenas de muestras geológicas, añadiendo al legado, ya de por sí molesto, la condición de que todos aquellos chismes se guardaran en una sola habitación. Por lo demás no había nada en la estancia especialmente indicado para el estudio científico, salvo que comunicaba con un retrete que tenía fregadero. De vez en cuando lo usaban las aficionadas a la fotografía como cuarto oscuro, y así lo llamaban.