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En cuanto encendieron la luz quedó a la vista la causa de los golpetazos. Habían tirado la pizarra al suelo y desplazado unas cuantas sillas, como si alguien, abriéndose paso precipitadamente en la oscuridad, se hubiera tropezado con los muebles. Lo más interesante de la habitación era una serie de objetos sobre una de las mesas. Había una página de periódico desplegada, con un bote de pegamento y un pincel dentro, parte de un bloc y la tapa de una caja de cartón llena de letras recortadas, además de varios mensajes formulados en el estilo ya conocido de la autora de los anónimos y pegados de la forma habitual, mientras que una obra artística a medio terminar había caído al suelo, lo que venía a demostrar que a la autora la habían interrumpido en plena faena.

– ¡Así que aquí es donde lo hace! -exclamó la decana.

– Sí -dijo Harriet-. Y me pregunto por qué, aquí tan a la vista. ¿Por qué no en su habitación? Oiga, decana, no toque eso, si no le importa. Será mejor que lo dejemos todo como está.

La puerta del cuarto oscuro estaba abierta. Harriet entró y examinó el fregadero y la ventana de arriba, también abierta. Las huellas en el polvo mostraban claramente que alguien se había encaramado al alféizar.

– ¿Qué hay fuera, debajo de esta ventana?

– Un sendero de piedra. No creo que vaya a encontrar gran cosa ahí.

– No, y da la casualidad de que únicamente se puede ver algo desde esas ventanas del cuarto de baño del corredor. Es prácticamente imposible que nadie viera salir a la persona en cuestión. Si tenía que preparar las cartas en un aula, este es el mejor sitio. ¡En fin! Me parece que de momento no podemos hacer más. -Harriet se volvió bruscamente hacia las dos criadas-. Annie, usted dice que vio a esa persona.

– No es que la viera, señora, no es que la reconociera. Llevaba algo negro y estaba en la mesa al otro lado de la habitación, de espaldas a la puerta. Pensé que estaba escribiendo.

– ¿No le vio la cara cuando se levantó y atravesó la habitación para apagar la luz?

– No, señora. Le dije a Carrie lo que estaba viendo y Canje también quiso verlo y le dio un golpe a la puerta, y justo cuando le estaba diciendo que no hiciera ruido, se apagó la luz.

– ¿Y usted no vio nada, Carrie?

– Pues es que ni lo sé, señorita, de lo aturullada que estaba. La luz sí que la vi, pero después no vi nada más.

– A lo mejor fue a gatas hasta la luz -terció la decana.

– Así debió de ser, decana. ¿Podría sentarse a la mesa en la silla que está un poco retirada para que compruebe qué se ve desde la puerta? Después, cuando llame al cristal, ¿puede levantarse y quitarse de mi vista lo más rápido posible, ir hasta el interruptor y apagar la luz? Annie, ¿la cortina está más o menos como estaba o la he descolocado al romper el cristal?

– Creo que está igual, señora.

La decana entró y se sentó. Harriet cerró la puerta y miró por la abertura de la cortina, por el lado de los goznes, lo que le permitió ver la ventana, los extremos de las dos mesas y el sitio donde antes estaba la pizarra, bajo la ventana.

– Eche un vistazo, Annie ¿Estaba así?

– Sí, señora, solo que la pizarra estaba en su sitio, claro.

– Bien… Haga lo mismo que hizo entonces. Dígale a Carrie lo que le dijo, y Canje, llame usted a la puerta y haga lo que hizo antes.

– Sí, señora. Dije: «¡Ahí está! ¡Ya la tenemos!», y me eché atrás así.

– Sí, y yo dije: «¡Ay, Dios! ¡Vamos a echar un vistazo!», y después tropecé con Annie y di un golpe… así.

– Y yo dije: «Cuidado… La has fastidiado».

– Y yo: «Vaya» o algo parecido, y me asomé pero no vi a nadie.

– ¿Ahora sí ve a alguien?

– No, señorita, y estaba intentando ver algo cuando de repente se apagó la luz.

Se apagó la luz.

– ¿Cómo se ha apagado? -preguntó la decana con desconfianza, con la boca casi pegada al agujero del cristal.

– Una actuación perfecta. Justo a tiempo -dijo Harriet.

– En cuanto he oído llamar a la puerta he ido corriendo hacia la derecha y he seguido a gatas contra la pared. ¿Me han oído?

– Nada. Lleva zapatillas, ¿no?

– Tampoco oímos a la otra, señorita.

– También debía de llevar zapatillas. Bueno, supongo que eso ya está solucionado. Deberíamos dar una vuelta por el college para comprobar que todo va bien y volver a la cama. Ustedes pueden marcharse, Carrie… La señorita Martin y yo nos encargamos de todo.

– Muy bien, señorita. Vamos, Annie, aunque no sé cómo vamos a poder dormir…

– ¡Ya está bien de jaleo!

Una voz indignada anunció la llegada de una alumna en pijama, sumamente enfadada.

– A ver si se enteran de que algunas queremos descansar un rato. Este corredor es un… Ah, perdón, señorita Martin. ¿Ocurre algo?

– Nada en absoluto, señorita Perry. Lamento haberla molestado. Alguien se ha dejado encendida la luz en el aula y hemos venido a ver si todo estaba en orden.

La alumna se marchó, con una sacudida de la despeinada cabeza que daba a entender lo que pensaba del asunto. También se marcharon las dos criadas, y la decana se volvió hacia Harriet.

– ¿A qué viene lo de reconstruir el crimen?

– Quiero averiguar si Annie podía realmente haber visto lo que dice que vio. Esta gente a veces deja volar su imaginación. Si no le importa, voy a cerrar estas puertas y a llevarme las llaves. Me gustaría tener una segunda opinión.

– ¡Ajá! -exclamó la decana-. ¿El exquisito caballero que me besó los pies en Saint Cross Road, diciendo «Vera incessu patuit decana»?

– Sí, le pega mucho. En fin, decana, tiene usted unos pies muy bonitos. Yo también me he fijado.

– Sí, los alaban -dijo la decana con cierto aire de suficiencia-, pero raramente en un lugar tan público ni a los cinco minutos de conocerme. Le dije a su señoría: «Joven, es usted un hombre muy estúpido». Y él contestó: «Hombre, sin duda, y a veces lo bastante estúpido para ser joven». «Vamos, levántese, por favor; aquí no puede ser joven», le dije, y él dijo, muy cortés: «Lamento haber actuado como un farsante. No tengo ninguna excusa que ofrecerle, de modo que, ¿me perdona?». Así que lo invité a cenar.

Harriet negó con la cabeza.

– Mucho me temo que es usted demasiado sensible al cabello rubio y la delgadez. Eso, en los delgados es sentido del humor, mientras que en los corpulentos es simple impertinencia.

– Podría haber resultado sumamente impertinente, pero la verdad es que no. Me interesa saber qué opina de los acontecimientos de esta noche. Vamos a ver si han pasado más cosas raras.

Pero no observaron nada fuera de lo común.

Harriet telefoneó al Mitre antes del desayuno.

– Peter, ¿podrías venir esta mañana en lugar de a las seis?

– Dentro de cinco minutos, donde y cuando quieras. «Si ella se lo pide, irán descalzos a Jerusalén, a la gran corte de Cham, a las Indias Orientales, en busca de un pájaro para su sombrero.» ¿Ha pasado algo?

– Nada preocupante; solo unas cuantas pruebas in situ, pero puedes terminarte los huevos con beicon.

– Estaré en la conserjería de Jowett Walk dentro de media hora.

Peter llegó en compañía de Bunter y de una cámara fotográfica. Harriet los llevó a las habitaciones de la decana y les contó la historia, con ayuda de la señorita Martin, que le preguntó a Wimsey si quería entrevistar a las dos criadas.

– De momento, no. Parece que ustedes ya han hecho todas las Preguntas necesarias. Iremos a echar un vistazo a la habitación. Según tengo entendido, no se puede acceder a ella si no es por este pasillo. Dos puertas a la izquierda… habitaciones de alumnas, supongo. Y una a la derecha. Y lo demás son cuartos de bario y cosas. ¿Cuál es la puerta del cuarto oscuro? ¿Esta? A la vista de la otra Puerta… así que no hay otra posible salida que la ventana. Comprendo. ¿La llave del aula estaba dentro y la cortina tal y como está ahora? ¿Seguro? Muy bien. ¿Pueden darme la llave?