Выбрать главу

Abrió la puerta y miró dentro.

– Saca una fotografía de esto, Bunter. Tienen unas puertas muy bonitas en este edificio, y encajan bien. Roble, sin pintura ni cera.

Sacó una lupa del bolsillo y examinó concienzudamente el interruptor de la luz y el picaporte.

– ¿De verdad va a descubrir huellas dactilares?

– Claro que sí -contestó Wimsey-. No nos servirán de nada, pero impresionan al espectador e inspiran confianza. El aislante, Bunter. Ahora comprobará qué arraigada está la costumbre de sujetar las puertas para abrirlas -añadió mientras echaba rápidamente el polvo blanco sobre el marco de la puerta y el picaporte. Apareció una sorprendente cantidad de huellas superpuestas por encima de la cerradura cuando sopló sobre el polvo sobrante-; De ahí la magnífica y anticuada institución de la chapa de protección. ¿Puedo coger una silla del cuarto de baño? Ah, gracias, señorita Vane, pero no quería decir que la trajera usted.

Prosiguió con los soplidos hasta la parte de arriba de la puerta y el borde superior del marco.

– No esperará encontrar huellas dactilares ahí arriba, ¿no? -preguntó la decana.

– Nada me sorprendería más, pero se trata de un simple despliegue de eficacia y meticulosidad. Pura cuestión de rutina, como dicen los policías. La felicito: este college no tiene ni una mota de polvo. Bueno, ya está. Ahora tendremos que forzar la vista con la puerta del cuarto oscuro y hacer lo mismo que aquí. ¿La llave? Gracias. ¿Lo ven? Aquí hay menos huellas. De esto deduzco que normalmente se llega a la habitación por el aula, lo que probable, mente explica también el polvo en la parte superior de la puertas Siempre se descuida uno con alguna cosilla, ¿no? Sin embargo, el linóleo está honorablemente limpio y abrillantado. ¿Debo ponerme de rodillas y andar por el suelo en busca de huellas de pies? Es fatal para los pantalones y raramente resulta útil. Mejor examinemos la ventana. Sí… salta a la vista que alguien ha salido por ahí, pero eso ya lo sabíamos. Se encaramó al fregadero y tiró ese vaso de precipitados sobre el escurridero.

– Pisó el fregadero y dejó una mancha húmeda en el alféizar de la ventana, pero ahora está seca, claro -dijo Harriet.

– Sí, pero eso demuestra que salió por aquí y en ese momento, aunque prácticamente no hace falta demostrarlo. Otra salida no hay. No es como el problema de la habitación herméticamente cerrada y un cadáver. ¿Has acabado ahí, Bunter?

– Sí, milord. He tomado tres fotografías.

– Con eso debería ser suficiente. No estaría de más que limpiaran esas puertas -añadió, dirigiéndose sonriente a la decana-. Es que, verá, aunque identificáramos todas las huellas dactilares, serían de personas que estaban en su perfecto derecho de haber pasado por aquí. Y además, nuestra posible culpable es lo suficientemente lista, como todo el mundo hoy en día, para haberse puesto guantes.

Examinó el aula con ojo crítico.

– ¡Señorita Vane!

– ¿Sí?

– En esta habitación hay algo que la ha inquietado. ¿Qué es?

– No hace falta que lo diga.

– No; estoy seguro de que pensamos lo mismo, pero dígaselo a la señorita Martin.

– Cuando la autora de los anónimos apagó la luz, debía de estar cerca de la puerta y salió por el cuarto oscuro. Entonces, ¿por qué tiró la pizarra, que no está entre las dos puertas?

– Exactamente.

– ¡Ah, pero eso no es nada! -exclamó la decana-. En una habitación a oscuras te puedes despistar. Una noche se me fundió el flexo y al intentar buscar el interruptor de la pared, me di de narices contra el armario.

– ¡Eso es! -dijo Wimsey-. La gélida voz del sentido común cae sobre nuestras conjeturas como agua fría sobre cristal caliente y las hace añicos. Simplemente fue a tientas junto a la pared. Debía de tener alguna razón para volver al centro de la habitación.

– Se habría dejado algo en una de las mesas.

– Eso es más probable, pero ¿qué? Algo reconocible.

– Un pañuelo o lo que hubiera usado para aplastar las letras al pegarlas.

– Vamos a suponer que fuera eso. Me imagino que estos papeles siguen tal y como los encontraron. ¿Han comprobado si el pegamento estaba húmedo?

– Solo he tocado este que está sin terminar en el suelo, y se ve cómo lo hizo. Puso una línea de pegamento de un extremo a otro del papel y pegó las letras. El renglón sin terminar estaba pegajoso; pero no húmedo, y es que no entramos hasta cinco o diez minutos después de que ella se marchara.

– ¿No han tocado ninguno más?

– Pues no.

– Me pregunto cuánto tiempo estaría aquí. Había terminado buena parte, pero a lo mejor podemos averiguarlo de otra manera. -Cogió la tapa de la caja que contenía las letras sueltas-. Cartón basto. No creo que tengamos que molestamos en buscar huellas dactilares en esto, ni en averiguar de dónde ha salido: podría ser de cualquier sitio. Casi había terminado la faena; solo quedan un par de docenas de letras, y muchas son «q», «z», «k» y otras consonantes poco útiles. Me pregunto cómo tendría que terminar este mensaje.

Recogió el papel del suelo y le dio la vuelta.

– Dirigido a usted, señorita Vane. ¿Es esta la primera vez que recibe tal honor?

– La primera vez… desde la primera vez.

– ¡Ah! «No me haga reír si se cree que me va a pillar, usted, que es una…» Bueno, hay que añadir el epíteto, con las letras de la caja. Si tiene un vocabulario suficientemente amplio, quizá descubra cuál iba a ser.

– Pero lord Peter… -Hacía tanto tiempo que Harriet no lo llamaba por su título que le dio vergüenza, pero agradeció el trato de cortesía de Peter-. Lo que me gustaría saber es por qué vino a esta habitación.

– Ahí está el misterio, ¿no?

Había una lamparita en la mesa, y Wimsey encendía y apagaba la luz despreocupadamente.

– Perdón, milord.

– Dime, Bunter.

– ¿Esto aportaría algo a la investigación?

Bunter se metió debajo de la mesa y se levantó con una horquilla negra y alargada en la mano.

– ¡Santo cielo Bunter! Si esto parece sacado de un libro de historia. ¿Cuántas personas utilizan estos chismes?

– Unas cuantas, en los días que corren -dijo la decana-. Se han vuelto a poner de moda los moños. Yo me las pongo, pero son de bronce. Y también algunas alumnas, y la señorita Lydgate… pero creo que las suyas también son de bronce.

– Yo sé quién las usa negras y con esta forma -dijo Harriet-. Una vez tuve el honor de ponerle una.

– La señorita De Vine, por supuesto. Siempre la Reina Blanca. Y por supuesto, las va dejando caer por todas partes, pero yo diría que ella es precisamente la única persona de todo el college que ni por casualidad entraría en esta habitación. No da clases ni conferencias y jamás utiliza el cuarto oscuro ni consulta libros científicos.

– Cuando la vi anoche estaba trabajando -dijo Harriet.

– Pero ¿la vio? -se apresuró a replicar Wimsey.

– Lo siento, qué tonta soy. Lo que quería decir es que tenía encendido el flexo, junto a la ventana.

– No se puede establecer una coartada basándose en un flexo -dijo Wimsey-. En fin, voy a tener que ponerme a cuatro manos, o eso parece.

Fue la decana quien recogió una segunda horquilla, en el sitio donde te puedes esperar encontrarla: en un rincón junto al fregadero del cuarto oscuro. Se sentía tan satisfecha de su labor detectivesca que casi se olvidó de lo que suponía aquel descubrimiento, hasta que la angustiada exclamación de Harriet se lo hizo comprender de golpe.

– Todavía no hemos identificado con toda seguridad las horquillas -dijo Peter para animarla-. Es una pequeña tarea para la señorita Vane. -Recogió los papeles-. Me los voy a llevar para completar el informe. Supongo que no habrá un mensaje para nosotros en la pizarra, ¿no?