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Levantó el encerado, en el cual solo había unas fórmulas químicas escritas con tiza, con la letra de la señorita Edwards, y volvió a colocarlo en el caballete, al otro extremo de la ventana.

– ¡Un momento! -exclamó Harriet de repente-. Ya sé por qué se marchó por ahí. Tenía intención de salir por la ventana del aula, pero se olvidó de los barrotes, y cuando corrió la cortina y los vio se acordó del cuarto oscuro y salió corriendo, tiró la pizarra y chocó con las sillas. Debía de estar entre la ventana y el caballete, porque la pizarra y el caballete se cayeron hacia delante y no hacia atrás, hacia la pared.

Peter la miró pensativo; después volvió al cuarto oscuro y bajó y subió el marco, que se deslizó con suavidad, casi en silencio.

– Si este edificio no tuviera tan buena construcción -le dijo a la decana, casi con tono acusador-, alguien habría oído esta ventana y habría salido corriendo para pillar a tiempo a la buena señora, pero lo que me extraña es que Annie no oyera el ruido del vaso al caer al fregadero…, aunque si lo oyó probablemente pensaría que era algo en el aula, una de las cajas de cristal o vaya usted a saber qué. ¿Usted no oyó nada al llegar?

– Absolutamente nada.

– Entonces debió de salir mientras Carrie la sacaba a usted de la cama. Y supongo que nadie la vio salir.

– He preguntado a las tres alumnas cuyas ventanas dan a esa pared, y no vieron nada -dijo Harriet.

– Bueno, podría preguntarle a Annie por el vaso de precipitados, y también preguntarles a las dos si al pasar vieron si la ventana del cuarto oscuro estaba abierta o cerrada. Supongo que no se fijarían, pero nunca se sabe.

– ¿Y eso qué importancia tiene? -preguntó la decana.

– No demasiada, pero si estaba cerrada, corroboraría la idea de la señorita Vane sobre la pizarra. Si estaba abierta, eso nos daría a entender que tenía planeada la retirada en esa dirección. Se trata de saber si nos encontramos ante una persona miope o hipermétrope… mentalmente, quiero decir. Y también podría preguntar si alguna de las otras mujeres del ala del servicio vio la luz en el aula, y en ese caso, cuándo.

Harriet se rió.

– Eso lo puedo contestar yo ahora mismo. Ninguna. Si la hubieran visto, habrían venido corriendo a contárnoslo. Estoy completamente segura de que la aventura de Annie y Carrie ha sido la comidilla del ala de servicio esta mañana.

– Totalmente cierto -replicó su señoría.

Se hizo un silencio. El aula no parecía ofrecer más campo de investigación. Harriet propuso a Wimsey dar una vuelta por el college.

– Estaba yo a punto de decirlo, si tiene tiempo.

– La señorita Lydgate me espera dentro de media hora para atacar de nuevo la Prosodia -dijo Harriet-. No puedo dejarlo, porque la pobrecilla anda muy agobiada de tiempo y de repente se le ha ocurrido añadir otro apéndice.

– ¡Oh, no! -exclamó la decana.

– ¡Oh, sí! Pero podríamos echar un vistazo a los campos de batalla más importantes.

– Lo que más me gustaría ver son el comedor, la biblioteca y el paso de uno a otra, la entrada del edificio Tudor, con la antigua habitación de la señorita Barton, la situación de la capilla con respecto a la entrada trasera y el sitio donde, con la ayuda de Dios, se puede saltar el muro, y el paso desde el Queen Elizabeth hasta el patio nuevo.

– ¡Dios santo! -exclamó Harriet-. ¿Se ha pasado toda la noche leyendo el informe?

– ¡Chitón! Lo que pasa es que me he despertado muy temprano, pero que no se entere Bunter, porque si no, se va a preocupar. «Hombres hay que han muerto, y se los han comido los gusanos», pero no por madrugar. Como se suele decir, no por mucho madrugar amanece más temprano.

– Eso me recuerda que tengo unos cuantos casos esperando en mi habitación en estos momentos, y no creo que Dios los ayude -dijo la decana-. Tres que han llegado tarde sin permiso, dos con gramófonos en los jardines y un vehículo contrario a las normas. Volveremos a vernos en la cena, lord Peter.

Salió a paso vivo para encararse con las infractoras, y Peter y Harriet se quedaron a solas para hacer la visita. Por los comentarios de Peter, Harriet no pudo deducir mucho de lo que pensaba; le pareció que estaba abstraído, sin prestar demasiada atención al asunto que se traían entre manos.

– En fin, supongo que ya no tendréis demasiados problemas por la noche -dijo al fin Peter, cuando llegaron a la conserjería de Jowett Walk, donde había dejado el coche.

– ¿Por qué?

– Pues porque las noches son cada vez más cortas y los riesgos muy grandes… De todos modos… ¿te ofenderías si te pidiera… si te sugiriese que tomaras ciertas precauciones?

– ¿Qué precauciones?

– No voy a ofrecerte un revólver para que lo pongas debajo de la almohada, pero tengo la impresión de que a partir de ahora tú y al menos otra persona podríais estar en peligro. A lo mejor son imaginaciones mías, pero si esa bromista está un poco asustada y algo la ha frenado…, y creo que debe de estar asustada, el siguiente incidente, cuando se produzca, podría ser grave…

– Bueno, sabemos por ella misma que simplemente me considera rara -replicó Harriet.

Al parecer, a Wimsey le llamó la atención algo que había en el salpicadero y dijo, dirigiéndose al coche, no a Harriet:

– Sí, pero sin vanidad ninguna, ojalá fuera tu marido, tu hermano o tu amante o cualquier cosa que no soy.

– ¿Quieres decir que porque tú estés aquí representas un peligro… para mí?

– Supongo que me creo demasiado importante.

– Pero no te impediría perjudicarme a mí.

– A lo mejor ella no lo tiene muy claro.

– Bueno, no me importa correr el riesgo, si acaso lo es. Y no veo por qué sería menor si tú fueras pariente mío.

– Habría una excusa inocente para mi presencia aquí, ¿no?… No pienses que intento aprovecharme de la situación. Como habrás notado, observo las formalidades con sumo cuidado. Solo quiero advertirte de que a veces resulta peligroso conocerme.

– Vamos a aclarar esto, Peter. Piensas que el hecho de que tú estés aquí pone nerviosa a esa persona y que podría intentar tomarla conmigo. Y estás intentando decirme, con mucha delicadeza, que podría ser más seguro que disimuláramos tu interés.

– Más seguro para ti.

– Sí, aunque no sé por qué lo piensas, pero sabes perfectamente que preferiría morirme a fingir algo tan bochornoso.

– ¿Tanto?

– Y que tú preferirías verme muerta que abochornada.

– Probablemente esa es otra forma de egoísmo, pero estoy a tu entera disposición.

– Por supuesto, si eres un aliado tan peligroso, podría decirte que te marcharas.

– Puedo imaginarte rogándome que me marche y deje un trabajo sin hacer.

– Mira, Peter, te aseguro que preferiría morirme a fingir nada ante ti o sobre ti, pero creo que exageras. Normalmente no te asustas tanto.

– Sí, y con mucha frecuencia, pero si soy solo yo quien corre peligro, me lo puedo permitir. Cuando se trata de otras personas…

– Tú, por instinto, esconderías a las mujeres y los niños bajo el ala.

– Bueno, no puedes suprimir tus instintos naturales -reconoció Wimsey de mala gana-, ni siquiera si tu razón y tus intereses te dicen lo contrario.

– Es una lástima, Peter. Deja que te presente a una buena mujercita a quien le guste que la protejan.

– Perdería el tiempo conmigo. Además, me engañaría continuamente, con la mejor intención del mundo, por mi propio bien, y yo no lo soportaría. Me niego a que me maneje diplomáticamente alguien que debería ser mi igual. Si quiero alguien a mi cargo que sea diplomático, lo contrato, y lo despido si se pone demasiado diplomático. No me refiero a Bunter. Él me apoya continuamente con el jarro de agua fría de la crítica silenciosa. No lo protejo; él me protege y mantiene un criterio independiente… No obstante, sin atreverme a ser protector, ¿puedo sugerirte que actúes con cierta prudencia? Te lo digo sinceramente: no me gusta la obsesión de tu amiga por los cuchillos y los estrangulamientos.