Выбрать главу

– Hasta que demuestran ser Salomones. Usted la ha superado airosamente.

– ¡Christ! Solo hay una clase de sabiduría con cierto valor social, y es conocer las propias limitaciones.

– Ya han tenido que sacar a jóvenes profesores y alumnos presa de convulsiones nerviosas por miedo a reconocer abiertamente su falta de conocimientos.

– Demostrando que eran menos sabios que Sócrates. Podríamos volver a empezar -dijo Wimsey.

– Ahora no -dijo la decana-. Ya no hará más preguntas, salvo para ilustrase.

– Hay un tema sobre el que estoy deseando ilustrarme, si no le parece a usted inoportuno -dijo la señorita Pyke.

Naturalmente, seguía preocupada por la pechera de la camisa del doctor Threep, y decidida a informarse. Harriet confiaba en que Wimsey se tomase su curiosidad como lo que realmente era: no un capricho, sino la embarazosa voracidad por la información exacta que caracteriza al erudito.

– Ese fenómeno forma parte de mi esfera de conocimientos -contestó Wimsey de buen grado-. Se produce porque el torso humano posee un grado de variabilidad superior al de la camisa de confección. El estallido al que usted se refiere se produce cuando la pechera es demasiado larga para quien la lleva. Al separarse ligeramente debido a la inclinación del cuerpo, los bordes rígidos vuelven a unirse con un fuerte chasquido, semejante al que emiten los élitros de ciertos escarabajos. Sin embargo, no hay que confundirlo con el tictac de la carcoma, que lo produce golpeando las mandíbulas y se considera un reclamo amoroso. El chasquido de la pechera de una camisa no tiene ningún significado amoroso, e incluso abochorna al insecto. Puede evitarse con una selección más meticulosa o, en casos extremos, encargando la prenda a medida.

– Muchísimas gracias -dijo la señorita Pyke-. Es una explicación sumamente convincente. A estas horas, quizá no sea indecoroso aducir el ejemplo paralelo del anticuado corsé, sujeto a los mismos inconvenientes.

– Aún mayores eran los inconvenientes de la armadura de placas, que debía confeccionarse muy bien para poder moverse.

En ese momento a Harriet le llamó la atención cierto comentario de la señorita Barton y perdió el hilo de la conversación que mantenían al otro lado de la mesa. Cuando lo recuperó, la señorita Pyke estaba explicando algunos detalles curiosos de la civilización minoica, y al parecer la rectora esperaba a que terminase para abalanzarse de nuevo sobre Wimsey. Al volverse hacia la derecha, Harriet vio que la señorita Hillyard observaba al grupo con una extraña expresión, como reconcentrada. Harriet le pidió que le pasara el azúcar, y ella bajó de las nubes con un ligero sobresalto.

– Parece que ahí se llevan muy bien -dijo Harriet.

– A la señorita Pyke le gusta tener público -replicó la señorita Hillyard con tal malevolencia que Harriet se quedó atónita.

– A un hombre también le viene bien limitarse a escuchar de vez en cuando -apuntó.

La señorita Hillyard asintió con aire ausente. Tras un breve silencio, durante el cual la cena prosiguió sin incidentes, dijo:

– Me ha dicho su amigo que puede proporcionarme acceso a ciertas colecciones privadas de documentos históricos en Florencia ¿Cree que tiene intención de hacerlo?

– Si él lo dice, tenga por seguro que puede hacerlo y lo hará.

– Es toda una recomendación -repuso la señorita Hillyard-. Me alegro.

Mientras tanto, la rectora había efectuado la captura y le hablaba a Peter en voz baja y con cierta gravedad. Él le prestaba atención mientras pelaba una manzana, cuya piel se deslizaba lentamente entre sus dedos en estrechas espirales. La rectora concluyó con una pregunta, y Wimsey negó con la cabeza.

– Es muy improbable. Yo diría que no había la mínima esperanza.

Harriet pensó si al fin habría salido a la luz el asunto de los anónimos, pero en aquel mismo instante Wimsey dijo:

– Hace trescientos años tenía una importancia relativamente pequeña, pero después de la época de la reafirmación nacional, la época de la expansión colonial, la época de las invasiones bárbaras y la época de la decadencia, todas ellas como uña y carne en el tiempo y el espacio, todos armados por igual con gas venenoso y dando los pasos finales hacia una civilización avanzada, los principios son más peligrosos que las pasiones. Resulta extraordinariamente fácil matar a un gran número de personas, y lo primero que hace un principio, si realmente es un principio, es matar a alguien.

– «La verdadera tragedia no consiste en el conflicto entre el bien y el mal, sino entre el bien y el bien», lo cual equivale a un problema sin solución.

– Sí, y que naturalmente afecta a las mentes ordenadas. Puedes aceptar lo inevitable y que te llamen progresista sanguinario o intentar ganar tiempo y que te llamen reaccionario sanguinario, pero cuando el argumento que esgrimen es la sangre, todo argumento tiende a ser… simplemente sanguinario.

La rectora tomó el adjetivo en el sentido literal [2].

– A veces me planteo si ganamos algo ganando tiempo

– Bueno…, si dejas cartas sin contestar mucho tiempo, se contestan por sí solas. Nadie puede evitar la caída de Troya, pero una persona gris y minuciosa podría pasar clandestinamente los lares y los penates, aun a riesgo de que la tildaran de pius.

– A las universidades siempre las empujan a ir a la vanguardia del progreso.

– Pero quien realiza los actos épicos es siempre la retaguardia… en Roncesvalles en las Termópilas.

– Muy bien. Entonces, vamos a morir sin haber conseguido más que un poema épico -replicó la rectora riendo.

Recorrió la mesa con la mirada, se levantó y salió con andares majestuosos. Peter se pegó cortésmente a los paneles de la pared mientras las profesoras desfilaban ante él y llegó al borde de la tarima justo a tiempo de recoger el chal de la señorita Shaw, que se le había caído de los hombros. Harriet se vio entre la señorita Martín y la señorita De Vine, que comentó mientras bajaban las escaleras:

– Es usted una mujer muy valiente.

– ¿Por qué? -replicó Harriet como sin darle importancia-. ¿Por traer a mis amigos para que los sometan a un interrogatorio?

– ¡Que tontería! -interrumpió la decana-. Nos hemos portado todas divinamente. Daniel aún no ha sido devorado, es más, en cierto momento incluso ha mordido al león. Por cierto, ¿iba en serio?

– ¿Lo de no tener oído? Más en serio de lo que ha dado a entender.

– ¿Va a pasarse toda la noche tendiéndonos trampas para que caigamos en ellas?

Harriet se dio cuenta de lo extraño de la situación. Una vez más, Wimsey le parecía un extraño peligroso, y que ella había tomado partido por aquellas mujeres que acogían al inquisidor con sorprendente generosidad. No obstante, dijo:

– Si lo hace, colocará el mecanismo con suma amabilidad.

– Cuando ya esté una dentro. Eso es un consuelo.

– Eso es un hombre capaz de doblegarse ante sus propios fines -dijo la señorita De Vine, despreciando los comentarios superficiales-. Compadezco a quien choque con sus principios, sean los que sean, y si es que los tiene.

Se apartó de las otras dos mujeres y entró en la sala del profesorado con expresión sombría.

– Es curioso -dijo Harriet-. Acaba de decir sobre Peter Wimsey exactamente lo mismo que siempre he pensado yo de ella.

– Quizá haya encontrado un alma gemela.

– O un adversario digno de… No debería hablar así.

Allí las alcanzaron Peter y su acompañante, y la decana entró con Harriet y la señorita Shaw. Wimsey le dirigió a Harriet una sonrisa rara, como interrogante.

– ¿Qué te pasa?

– Peter, me siento como Judas.

– Siempre un Judas forma parte del trabajo, que no es muy adecuado para un caballero. ¿Nos lavamos las manos como Pilatos y somos absolutamente respetables?

вернуться

[2] Bloody significa «sangriento», «sanguinario», y también «puñetero», «jodido». (N. de la T.)