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Se acostó pensando en otra persona más que en sí misma, lo cual viene a demostrar que incluso la poesía menor puede tener su utilidad.

La noche siguiente ocurrió algo tan extraño como siniestro. A Harriet la había invitado a cenar su amiga de Somerville, para conocer a un distinguido escritor especializado en la época victoriana de quien esperaba obtener datos útiles sobre Le Fanu. Estaba en las habitaciones de su amiga, donde se habían reunido unas seis o siete personas más para hacerle los honores al distinguido escritor, cuando sonó el teléfono.

– Señorita Vane, la llaman desde Shrewsbury -dijo su anfitriona.

Harriet se excusó ante el distinguido invitado y salió a un pequeño vestíbulo donde estaba instalado el teléfono. Una voz que no reconoció respondió de la siguiente manera a su «¿Diga?»:

– ¿Es la señorita Vane?

– Sí… ¿Quién es?

– Es de Shrewsbury College. ¿Podría venir inmediatamente, por favor? Ha habido otro incidente.

– ¡Dios mío! ¿Qué ha ocurrido? ¿Podría decirme quién es?

– Es de parte de la rectora. Por favor, ¿podría usted…?

– ¿Es usted la señorita Parsons?

– No, señorita. Soy la doncella de la doctora Baring.

– Pero ¿qué ha ocurrido?

– No lo sé, señorita. La rectora me ha dicho que le pidiera que venga usted enseguida.

– Muy bien. Estaré allí dentro de diez o quince minutos. No me he traído el coche, o sea que llegaré alrededor de las once.

– Muy bien, señorita. Gracias

Se cortó la comunicación. Harriet fue a ver apresuradamente a su amiga, le explicó que la habían llamado con urgencia, se despidió y se marchó.

Había atravesado el jardín y se encontraba entre el comedor viejo y los edificios de Maitland cuando la asaltó un recuerdo absurdo. Se acordó de que Peter le había dicho en una ocasión: «Las protagonistas de las novelas policíacas se tienen merecido lo que les pasa. Cuando alguien misterioso las llama por teléfono y dice que es de Scotland Yard, nunca se le ocurre comprobar la llamada. De ahí el creciente número de secuestros».

Harriet sabía dónde estaba la cabina pública de Somerville y que probablemente podría llamar desde allí. Entró y marcó; vio que era la centralita; marcó el número de Shrewsbury, y cuando contestaron pidió que la pusieran con las habitaciones de la rectora.

Quien contestó no era la misma persona que la había telefoneado.

– ¿Es la doncella de la doctora Baring?

– Sí, señora. ¿Quién es, por favor?

«Señora»… La otra persona había dicho «señorita». Harriet comprendió por qué se había sentido un tanto inquieta por la llamada: recordó que la doncella de la rectora había dicho «señora».

– Soy la señorita Vane, desde Somerville. ¿Ha sido usted quien me ha llamado hace unos momentos?

– No, señora.

– Alguien me ha llamado en nombre de la rectora. ¿Era la cocinera o alguien de la casa?

– Creo que nadie ha llamado desde aquí, señora.

Una equivocación. A lo mejor la rectora había dejado el recado en el college y Harriet había entendido mal a la interlocutora o la interlocutora a ella.

– ¿Podría hablar con la rectora?

– La rectora no se encuentra en el colegio, señora. Ha ido al teatro con la señorita Martin. Supongo que estarán a punto de volver.

– Ya. Gracias. No tiene importancia. Debe de haber sido un error. ¿Podría devolverme la comunicación con la conserjería?

Cuando oyó la voz de Padgett preguntó por la señorita Edwards, y mientras la conectaban pensó a toda velocidad.

Todo empezaba a indicar que había sido una llamada con trampa. Pero ¿por qué demonios? ¿Qué habría ocurrido si hubiera ido inmediatamente a Shrewsbury? Como no se había llevado el coche, habría tenido que pasar por la puerta trasera, después por entre los frondosos arbustos del jardín de las profesoras… el jardín por donde la gente paseaba de noche…

– La señorita Edwards no está en su habitación, señorita Vane.

– Y supongo que todas las criadas estarán acostadas.

– Sí, señorita. ¿Quiere que le pida a la señora Padgett que vaya a ver si la encuentra?

– No… A ver si puede usted encontrar a la señorita Lydgate.

Otra pausa. ¿También la señorita Lydgate estaría fuera de su habitación? ¿Estaban fuera del colegio o de sus habitaciones todas las profesoras de fiar? Sí; la señorita Lydgate también había salido, y a Harriet se le ocurrió que, por supuesto, estarían patrullando diligentemente por el colegio antes de acostarse; pero Padgett sí estaba. Le explicó la situación lo mejor que pudo.

– Muy bien, señorita -replicó Padgett-. Sí, señorita… La señora Padgett puede quedarse en la conserjería. Voy a bajar a la puerta de atrás a echar un vistazo. No se preocupe, señorita. Si hay alguien ahí acechándola, pues lo siento por ellos. No, señorita, que yo sepa no ha habido ningún incidente esta noche, pero como pille a alguien por ahí acechándola, entones sí que se va a producir un incidente, eso se lo aseguro, señorita.

– Sí, Padgett, pero no arme mucho jaleo. Baje sin hacer ruido a ver si hay alguien rondando por ahí, pero que no lo vean. Si alguien me ataca cuando entre, venga a ayudarme, pero si no, no se deje ver.

– Muy bien, señorita.

Harriet colgó y salió de la cabina. Una débil luz brillaba en el centro del vestíbulo. Miró el reloj. Las once menos siete minutos. Iba a llegar tarde, pero la agresora, si es que era tal, la esperaría. Sabía dónde estaría la trampa, dónde debía de estar. A nadie se le ocurriría formar alboroto a la puerta de la enfermería o de la casa de la rectora, donde la gente podía oírlo y salir a ver, ni nadie se escondería debajo o detrás de los muros en aquel lado del sendero. El único sitio lógico para ocultarse era los arbustos del jardín de las profesoras, junto a la verja, a la derecha del sendero.

Estaría preparada, y eso suponía una ventaja. Además, Padgett andaría por allí cerca, pero habría un momento terrible, en el que tendría que volverse de espaldas y cerrar desde dentro la puerta trasera. Se estremeció al pensar en el cuchillo clavado en la muñeca.

Si metía la pata y la mataban…, melodramático, pero posible cuando la gente no está en sus cabales. Peter tendría razón. Quizá lo correcto sería pedir disculpas antes, por si acaso. Vio un cuaderno en el asiento de la ventana, arrancó una hoja, escribió media docena de palabras con el lápiz que llevaba en el bolso, dobló la nota, puso el nombre del destinatario y la guardó junto con el lápiz. Si pasaba algo, la encontrarían.

El conserje de Somerville le abrió la verja para salir a Woodstock Road. Tomó el camino más rápido: por la iglesia de Saint Giles, Blackhall Road, Museum Road, South Parks Road, Mansfield Road, andando deprisa, casi a la carrera. Aflojó el paso al entrar en Jowett Walk. Tenía que recuperar el aliento y el juicio.

Dobló la esquina de Saint Cross Road, llegó a la verja y sacó la llave. El corazón le latía con fuerza.

Y de repente el melodrama dio paso a una amable comedia. Un coche se detuvo detrás de ella; la decana depositó a la rectora, continuó por la entrada de servicio para estacionar su Austin, y la rectora Baring dijo afablemente.

– ¡Ah, es usted, señorita Vane! Así no tendré que buscar mi llave ¿Ha pasado una tarde agradable? La decana y yo nos hemos permitido un pequeño vicio. Lo decidimos de repente después de cenar…

Siguió por el sendero junto a Harriet, charlando con gran cordialidad sobre la obra que había visto. Harriet la dejó al llegar a la verja y declinó la invitación a tomar café y emparedados. ¿Había oído algo moviéndose entre los arbustos o eran imaginaciones suyas? De todos modos, había perdido la ocasión. Se había ofrecido como cebo, pero debido al ligero retraso a la hora de tender la trampa, la rectora la había hecho saltar involuntariamente.