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Más tarde, al escribir El libro de la risa y del olvido, me sumergí en el personaje de Tamina, que perdió a su marido e intenta desesperadamente reencontrar, reunir recuerdos dispersos para reconstruir a un ser desaparecido, un pasado que ya pasó; entonces empecé a entender que, en ese recuerdo, no encuentra uno la presencia del muerto; los recuerdos no son más que la confirmación de su ausencia; en los recuerdos, el muerto no es más que un pasado que palidece, que se aleja, inaccesible.

Sin embargo, si me resulta imposible considerar muerto al ser a quien amo, ¿cómo se manifestará su presencia?

En su voluntad, que conozco y a la que permaneceré fiel. Pienso en el viejo peral que permanecerá delante de la ventana mientras viva el hijo del campesino.

Milan Kundera

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