Un poco de cansancio cambia muchas cosas. Eternidades de rocas iluminadas por la luna y matorrales y rocas e hitos y aquel terrorífico valle con las dos murallas de monte y finalmente parecía que todo había terminado, pero nada, todavía quedaba… Y mis piernas pedían a gritos un alto, y yo maldecía y daba patadas a las ramas y acabé tirándome al suelo para descansar un minuto.
– Vamos, Ray, que todo termina. -De hecho comprendí que lo que me faltaba eran ánimos, y que lo sabía desde hacía tiempo. Pero estaba gozoso. Y cuando llegamos al prado alpino me tumbé boca abajo y bebí agua y disfruté pacíficamente en silencio mientras Japhy y Morley hablaban y se preocupaban por recorrer el resto del camino a tiempo.
– No os preocupéis de eso, es una noche hermosísima y hemos caminado mucho. Bebed un poco de agua y tumbaos por aquí unos cinco o diez minutos, y todo se arreglará por sí mismo.
Ahora el filósofo era yo. Y de hecho, Japhy se mostró de acuerdo conmigo y descansamos pacíficamente. Aquel largo y maravilloso descanso proporcionó a mis huesos la seguridad de que me llevarían perfectamente hasta el lago. Era maravilloso bajar por el sendero. La luz de la luna se filtraba a través del follaje y moteaba las espaldas de Japhy y Morley que caminaban delante de mí. Adoptamos con nuestras mochilas una buena marcha rítmica y disfrutábamos mientras bajábamos en zigzag por el sendero, siempre con una marcha rítmica. Y aquel rumoroso arroyo era bellísimo a la luz de la luna, aquellos destellos de luna en el agua, aquella espuma blanca como la nieve, aquellos árboles negrísimos, propios de un paraíso mágico de sombra y luna. El aire empezó a ser más cálido y agradable y de hecho pensé que ya podía oler de nuevo a seres humanos. Sentíamos ya el agradable y rancio olor de las aguas del lago, y de las flores, y del polvo blando del llano. Allí arriba sólo olía a nieve y a hielo y a roca muerta. Aquí, en cambio, estaba el olor a madera calentada por el sol, a polvo soleado que descansaba a la luz de la luna, a barro del lago, a flores, a paja, a todas esas cosas buenas de la tierra. Era agradable bajar por el sendero. Hubo un momento en que me sentí más cansado que nunca, mucho más que en aquel interminable valle de piedra, pero ya se podía ver allí abajo el refugio del lago, una agradable luz, v por lo tanto ya no me importaba nada. Morley y Japhy hablaban sin parar y sólo nos quedaba llegar hasta el coche. De pronto, como en un sueño agradable, despertando súbitamente de una pesadilla interminable que se acabó, estábamos caminando por la carretera y había casas y había automóviles aparcados bajo los árboles y el coche de Morley estaba también allí.
– Por la tibieza del aire -dijo Morley, inclinándose sobre el coche una vez que dejamos las mochilas en el suelo-, deduzco que la noche pasada no ha helado. Volví a vaciar el cárter para nada.
– Bueno, a lo mejor heló…
Morley entró en el albergue a comprar aceite y le dijeron que no había helado nada, que había sido una de las noches más calientes del año.
– Tanta molestia para nada -dije. Pero ya no nos preocupaba nada. Estábamos hambrientos y añadí-: Vayamos hasta Bridgeport y tomemos una buena hamburguesa con patatas fritas y café muy caliente en cualquier sitio.
Seguimos la polvorienta carretera que bordeaba el lago bajo la luz de la luna, nos paramos en el albergue y Morley devolvió las mantas, y llegamos a un pueblecito y aparcamos. ¡Pobre Japhy! Fue entonces cuando descubrí su talón de Aquiles. Este hombre duro y pequeño que no se asustaba de nada y podía andar solo por el monte durante semanas enteras y dominar montañas, tenía miedo a entrar en un restaurante porque la gente que había dentro iba demasiado bien vestida. Morley y yo nos reímos y dijimos:
– ¿Qué importa eso? Vamos a entrar y comeremos ahí. Pero Japhy pensaba que el sitio que habíamos elegido parecía demasiado burgués e insistió en que fuéramos a un restaurante con pinta proletaria que había al otro lado de la carretera. Entramos allí y resultó ser un lugar improvisado con camareras perezosas que tardaron más de cinco minutos en venir a atendernos. Me enfadé y dije:
– Vamos al otro sitio. ¿De qué tienes miedo, Japhy? ¿Qué más te da? Quizá sepas muchas cosas de las montañas, pero de comer no tienes ni idea.
De hecho nos sentimos mutuamente un tanto molestos y me sentí mal. Pero entramos en el otro sitio, que era el mejor restaurante de los dos, con una barra a un lado y muchos cazadores bebiendo a la tenue luz del salón, y había muchas mesas con familias enteras alrededor comiendo tras haber elegido de entre una gran variedad de platos. El menú era amplio y apetitoso: había trucha de río y todo. A Japhy, me di cuenta, le asustaba además gastar diez centavos de mas en una buena comida. Fui a la barra y pedí una copa de oporto y la traje hasta donde nos habíamos sentado (y Japhy: "Ray, ¿estás seguro de que puedes permitirte este lujo?") y yo me burlé un poco de él. Ahora se sentía mejor.
– ¿Qué pasa contigo, Japhy? A lo mejor es que eres un viejo anarquista al que le asusta la sociedad. ¿Qué puede importarte todo esto? Las comparaciones son odiosas.
– Bien, Smith, sólo me pareció que este sitio estaba lleno de asquerosos ricachos de la mierda y que los precios serían demasiado altos. Te lo reconozco, me asusta todo este bienestar norteamericano. Sólo soy un viejo bikhu y no tengo nada que ver con este nivel de vida tan elevado, ¡maldita sea!, toda mi vida he sido pobre y no consigo acostumbrarme a ciertas cosas.
– Estupendo, tus debilidades son admirables. Te las compro.
Y cenamos muy bien con patatas al horno y chuletas de cerdo y ensalada y bollos y pastel de frambuesa y guarnición. Teníamos un hambre tan honrada que aquello no fue
una diversión, sino una necesidad. Después de cenar fuimos a una tienda de bebidas y compramos una botella de moscatel y el viejo propietario y un amigo suyo que estaba allí nos miraron y dijeron:
– ¿Dónde habéis estado, muchachos?
– Hemos subido al Matterhorn, hasta arriba del todo -dije orgullosamente. Se limitaron a observarnos atentamente, boquiabiertos. Me sentía muy orgulloso y compré un puro y añadí-: A más de tres mil quinientos metros, sí, señor, y hemos vuelto con tanta hambre y sintiéndonos tan bien que este vino nos va a venir de perlas.
Seguían boquiabiertos. Los tres estábamos quemados por el sol y sucios y con pinta montaraz. No dijeron nada pensando que estábamos locos.
Subimos al coche y nos dirigimos a San Francisco bebiendo y riéndonos y contando largas historias y Morley conducía realmente bien aquella noche y rodábamos en silencio y atravesamos las calles de Berkeley grises al amanecer mientras Japhy y yo dormíamos como troncos en el asiento de atrás. En un determinado momento me desperté como un niño y me dijeron que estaba en casa y me apeé del coche tambaleante y crucé la hierba de la entrada y abrí mis mantas y me acurruqué y quedé dormido hasta muy avanzada la tarde con sueños muy bellos. Cuando me desperté al día siguiente, las venas de -los pies estaban totalmente deshinchadas. Había eliminado los coágulos de sangre. Me sentí muy feliz.
13
Cuando me levanté al día siguiente no pude evitar el sonreír pensando en Japhy encogido delante de aquel llamativo restaurante preguntándose si nos dejarían entrar o no. Era la primera vez que lo había visto asustado de algo. Pensé hablarle de esas cosas aquella misma noche. Pero aquella noche pasó de todo. En primer lugar, Alvah había salido por unas horas y yo estaba solo leyendo cuando de repente oí una bicicleta delante de la casa y miré y vi que era princess.