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– Eso es demasiado pesimista y como un mal sueño -dijo Alvah-, aunque el sentido es puro, como el de Melville. -Tendremos un zendo flotante para los jóvenes del Amigo empapados en vino. Vendrán a él y se instalarán y aprenderán a tomar el té lo mismo que aprendió Ray, y también a meditar como debería hacerlo Alvah, y yo seré el monje que está al frente del zendo con una gran tinaja llena de grillos.

– ¿Grillos?

– Eso es, una serie de monasterios para que vayan los amigos y se recluyan y mediten dentro de ellos, podemos instalar grupos de cabañas en la Sierra o en las Altas Casca das o como dice Ray allá en México y tener enormes grupos de hombres santos y puros que se reúnen para beber y hablar y rezar y pensar en que las ondas de la salvación fluyen en noches como ésta, y además tener mujeres, pequeñas chozas con familias religiosas, como en los viejos tiempos de los puritanos. ¿Quién dice que la policía norteamericana y los republicanos y los demócratas tienen que decirnos lo que tenemos que hacer?

– ¿Y qué pasa con los grillos?

– Una gran tinaja llena de grillos, dame otro trago, Coughlin, grillos de un par de milímetros de largo con grandes antenas blancas a los que criaré yo mismo; peque ños seres sensibles dentro de una botella que cantarán realmente bien en cuanto crezcan. Quiero nadar en los ríos y beber leche de cabra y hablar con monjes y leer únicamente libros chinos y deambular por los valles hablando con los campesinos y sus hijos. Tenemos que organizar semanas de recogimiento colectivo en nuestros zendos donde nuestras mentes traten de volar y salir despedidas como resortes y entonces como buenos soldados volveremos a reunirlo todo con los ojos cerrados, exceptuando, claro, lo que está equivocado. ¿Has oído mi último poema, Goldbook?

– No, ¿cómo es?

– "Madre de hijos, hermana, hija del anciano enfermo, virgen, tu blusa está rota, y tienes hambre y estás desnuda, yo también tengo hambre, toma estos poemas."

– Bonito, bonito…

– Quiero ir en bicicleta bajo el calor de la tarde, llevar sandalias de cuero del Pakistán, hablar en voz alta a monjes zen amigos envueltos en delgadas túnicas de verano y con la cabeza rapada. Quiero vivir en templos de oro, beber cerveza, decir adiós, ir a Yokohama, al tumultuoso puerto de Asia lleno de siervos y bajeles, esperar, trabajar, regresar, ir, ir a Japón, volver a Estados Unidos, leer a Hakuin, limpiarme los dientes con arena y disciplinarme todo el tiempo mientras sigo sin llegar a ningún sitio, y aprender así… aprender que mi cuerpo y todo se cansa y enferma y desaparece y así averiguar todas las cosas de Hakuyu.

– ¿Quién es Hakuyu?

– Su nombre significa Blanca Oscuridad, su nombre significa el que vive en las montañas de regreso del Agua Blanca del Norte adonde iré caminando, ¡por Dios! tiene que estar lleno de empinadas gargantas cubiertas de pinos y valles de bambú y riscos.

– ¡Iré contigo! -(Era yo).

– Quiero leer cosas sobre Hakuin que fue a ver al anciano que vivía en una cueva, dormía con ciervos y comía castañas, y el viejo le dijo que dejase de meditar y dejase de pensar en los koans, como Ray dice, y que en lugar de eso aprendiera a dormir y despertar, le dijo, y cuando te acuestes debes doblar las piernas y respirar profundamente y después concentrar la mente en un punto que esté cinco centímetros por debajo del ombligo hasta que te sientas como una bola de energía y entonces empiezas a respirar desde los talones y te concentras diciéndote que el centro está justo aquí, y es La Tierra Pura de Amida, el centro de la mente, y cuando despiertas debes empezar a respirar conscientemente y estirarte un poco y pensar en lo mismo el resto del tiempo.

– Mira, eso me gusta -dice Alvah-, esas señales indicadoras que llevan a alguna parte. ¿Y qué más?

– El resto del tiempo, le dijo, no debes esforzarte por pensar en nada, simplemente come bien, no demasiado, y duerme bien, y el viejo Hakuyu dijo que entonces tenía trescientos años y que imaginaba que viviría otros quinientos más. ¡Oye! Eso me hace pensar que a lo mejor anda todavía por allí, si es que queda alguien.

– ¡O el pastor le dio una patada a su perro! -cortó Coughlin.

– Espero encontrar esa cueva en Japón.

– No se puede vivir en este mundo, pero no hay otro sitio adonde ir -dijo riendo Coughlin.

– ¿Qué significa eso? -pregunté.

– Significa que la silla donde estoy sentado es el trono de un león y que el león se mueve, ruge.

– ¿Y qué dice?

– Dice: "¡Rajula! ¡Rajula! ¡Cara de la Gloria! ¡Universo masticado y tragado!"

– ¡Valiente chorrada! -protesté yo.

– Me voy a Marin County dentro de unas semanas -dijo Japhy-. Pasaré cientos de veces alrededor del Tamalpais y contribuiré a purificar la atmósfera y a que los espíritus locales se acostumbren al sonido de un sutra. ¿Qué piensas de eso, Alvah?

– Pienso que es una alucinación maravillosa y que me gustan esas cosas.

– El problema contigo, Alvah, es que no haces bastante zazen por la noche, en especial cuando hace frío afuera, que es cuando sienta mejor, además deberías casarte y tener hijos mestizos, manuscritos, mantas hechas en casa y leche materna sobre el suelo feliz de una casa como ésta. Consíguete una cabaña que no esté excesivamente lejos de la ciudad, vive modestamente, vete a ligar a los bares de vez en cuando, escribe y piensa encima de las colinas y aprende a cortar leña y a hablar con las abuelas, tonto del culo, coge cargas de leña y dáselas, bate palmas, consigue favores sobrenaturales, aprende el arte de las flores y cultiva crisantemos junto a la puerta, y cásate, por el amor de Dios, consíguete una chica sensible y lista que mande a la mierda los martinis y todas esas estupideces de la cocina.

– ¡Hombre! -dice Alvah, sentándose muy derecho y alegre-, ¿y qué más?

– Piensa en las golondrinas y en las chotacabras que llenan los campos. ¿Sabes, Ray? Ayer traduje otra estrofa de Han Chan, escucha: "Montaña Fría es una casa, carece de vigas y paredes, a derecha e izquierda están abiertas las seis puertas, el vestíbulo es el cielo azul, las habitaciones están desocupadas y vacías, la pared del este choca contra la del oeste, en el centro no hay nada. Nadie me inquieta, cuando hace frío, enciendo una pequeña hoguera, cuando tengo hambre preparo unas verduras, nada tengo que ver con el kulak, con su granero y sus pastizales… levanta una prisión para sí mismo y una vez dentro de ella, no puede salir, piensa en ello, podría sucederte a ti."

Después, Japhy cogió su guitarra y se puso a cantar, finalmente también yo cogí la guitarra y compuse una canción a partir de las notas que obtenía pulsando las cuerdas con los dedos, rasgueándolas, dram, dram, dram, y canté la canción del Fantasma de Medianoche, el tren de mercancías.