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Volvimos a Berkeley y fuimos al Ski Shop, y cuando entramos y el empleado vino a atendernos, Japhy dijo con su voz de leñador:

– Aquí equipando a unos amigos para el Apocalipsis.

Y me llevó a la parte trasera de la tienda y cogió una especie de impermeable de nailon con capucha, que se puede poner por encima cubriendo incluso la mochila (dando el aspecto de un monje jorobado) y que te protege por completo de la lluvia. También puede hacerse con él una pequeña tienda de campaña y usarlo como aislante del suelo colocado debajo del saco de dormir. Compré un bote de plástico blando con tapa de rosca que podía utilizarse (me dije) para llevar miel al monte. Pero posteriormente lo usé para llevar vino más que para otra cosa, y más tarde aún, cuando hice algún dinero, para llevar whisky. También compré una batidora de plástico que me resultó muy útil, pues con sólo una cucharada de leche en polvo y un poco de agua de un arroyo permitía preparar un vaso de leche. Compré un juego de bolsas para comida como el de Japhy. Quedé verdaderamente equipado para el Apocalipsis, y no estoy bromeando; si cayera una bomba atómica sobre San Francisco aquella misma noche todo lo que tenía que hacer era largarme de allí, lo más lejos posible, con mi comida empaquetada y mi dormitorio y mi cocina encima, sin ningún problema en el mundo. La gran adquisición final fue una batería de cocina: dos cacharros grandes metidos uno dentro de otro, con una tapadera que era también sartén, y vasos de estaño y unos pequeños cubiertos de aluminio que encajaban unos en otros. Japhy me regaló otra cosa de su propio equipo: una cuchara normal y corriente. Pero sacó unos alicates y la dobló por el mango, y dijo:

– ¿Ves? Cuando tengas que sacar un cacharro de una hoguera demasiado grande, no tienes más que usar esto. Y me sentí un hombre nuevo.

15

Me puse la camisa de franela nueva y los calcetines y una camiseta de las recién adquiridas, y unos pantalones vaqueros, preparé la mochila con todas las cosas muy bien guardadas dentro de ella, me la eché a la espalda y me fui aquella misma noche a San Francisco sólo con objeto de callejear por la ciudad con todo el equipo encima. Bajé por la calle Mission cantando alegremente. Fui a la calle Tercera del barrio chino para degustar mis donuts favoritos y café, y los vagabundos de por allí se quedaron fascinados y querían saber si andaba buscando uranio. No quería ponerme a soltar discursos sobre lo que me proponía encontrar y que era infinitamente más valioso para la humanidad que cualquier mineral, y dejé que dijeran:

– Chico, todo lo que tienes que hacer es ir a Colorado y andar por allí con uno de esos pequeños contadores Geiger y te harás millonario.

– En el barrio chino todo el mundo quiere ser millonario.

– Gracias, muchachos -respondí-, a lo mejor lo hago.

– También hay montones de uranio en la región del Yukón.

– Y en Chihuahua -dijo un viejo-. Apostaría lo que fuera a que en Chihuahua hay uranio.

Me alejé y paseé por San Francisco con mi enorme mochila, feliz. Fui hasta casa de Rosie para verla a ella y a Cody. Quedé muy asombrado cuando la vi. Había cambiado de repente. Estaba delgadísima, era puro hueso, y tenia los ojos dilatados de miedo y saliéndosele de las órbitas.

– ¿Qué es lo que le pasa?

Cody me llevó a la otra habitación y me dijo que no hablara con ella.

– Se ha puesto así en las últimas cuarenta y ocho horas.

– Pero ¿qué le pasa?

– Dice que escribió una lista con todos nuestros nombres y todos nuestros pecados, o eso dice, y luego trató de tirarla por el retrete del sitio donde trabaja, y la lista era tan grande que atascó el retrete y tuvieron que llamar a alguien de sanidad para que lo desatascara y asegura que el tipo llevaba uniforme y que era de la bofia y que se llevó la lista a la comisaría y que nos van a detener a todos. Ha flipado, eso es todo. -Cody era un viejo amigo mío que había vivido conmigo en aquella buhardilla de San Francisco años atrás. Un buen amigo de verdad-. ¿Y no te has fijado en las señales que tiene en los brazos?

– Sí. -Había visto sus brazos, que estaban todos llenos de cortes.

– Intentó cortarse las venas con un viejo cuchillo que no cortaba bien. Estoy muy preocupado por ella. ¿Podrías quedarte a hacerle compañía mientras voy a trabajar?

– Verás, tío…

– Hombre, no seas así. Ya sabes lo que dice la Biblia: "Hasta el más pequeño de estos… "

– Sí, muy bien, pero planeaba divertirme un poco esta noche.

– No todo es diversión en la vida. A veces uno tiene ciertas responsabilidades, ¿no te parece?

No iba a tener ocasión de lucir mi nuevo equipo en The Place. Cody me llevó en coche hasta la cafetería de Van Ness, donde con el dinero que me dio, le compré un par de bocadillos a Rosie y volví solo y traté de que comiera. Estaba sentada en la cocina y me miraba fijamente.

– Pero ¿es que no te das cuenta de lo que significa? -repetía-. Ahora lo saben todo de ti.

– ¿De quién?

– De ti.

– ¿De mí?

– De ti, y de Alvah y de Cody, y de ese Japhy Ryder, de todos vosotros, y de mí. De todos los que andan por The Place. Nos van a detener a todos mañana, si no es antes. -Y miraba a la puerta aterrorizada.

– ¿Por qué intentaste cortarte las venas? ¿No es lo peor que uno puede hacerse a sí mismo?

– Porque ya no quiero vivir. Te estoy diciendo que va a haber una gran redada de la policía.

– No, lo que va a haber es una gran revolución de mochilas -dije riendo sin darme cuenta de lo grave que era la situación; de hecho, Cody y yo ni nos habíamos enterado, aunque debiéramos habernos dado cuenta viendo los cortes que se había hecho de lo lejos que quería ir-. Escúchame -empecé, pero no me escuchaba.

– ¿Es que no te das cuenta de lo que está pasando? -gritaba ella, mirándome con ojos desorbitados y sinceros, tratando de que, por una loca telepatía, creyera que todo lo que decía era verdad. De pie, en la cocina del pequeño apartamento, con los esqueléticos brazos levantados suplicando y tratando de explicarse, las piernas rígidas, el rojo cabello encrespado, temblaba y se estremecía y se llevaba las manos a la cabeza de vez en cuando.

– ¡Todo eso es un disparate! -le grité, y de pronto sentí lo que siempre siento cuando trato de explicar el Dharma a la gente, a Alvah, a mi madre, a mis parientes, a mis novias, a todo el mundo: nunca escuchan, siempre quieren que yo les escuche a ellos, porque ellos saben y yo no sé nada, sólo soy un inútil y un idiota que no entiende el auténtico significado y la gran importancia de este mundo tan real.

– La policía va a hacer una redada y nos detendrán a todos, y no sólo eso, sino que nos van a interrogar semanas y semanas y quizá hasta años para que confesemos todos los delitos y pecados que hemos cometido, es una red, se extiende en todas direcciones, terminarán por detener a todos los de North Beach y hasta a todos los de Greenwich Village, y llegarán a París y al final el mundo entero estará en la cárcel, ¿no te das cuenta de que esto es sólo el comienzo? -Saltaba ante cualquier ruido pensando que era la pasma que venía a detenernos.

– ¿Por qué no me escuchas? -repetía yo, pero cada vez que lo decía ella me hipnotizaba con sus ojos desorbitados, y estuvo a punto de hacerme creer en lo que ella creía a fuerza de entregarse por completo a las locas lucubraciones de su mente-. Rosie, estás creando todas esas ideas a partir de nada, ¿acaso no te das cuenta de que esta vida es sólo un sueño? ¿Por qué no te calmas y disfrutas del amor de Dios? ¡Dios eres tú, maniática!