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– ¡Oh, van a destruirte, Ray, lo veo perfectamente, van a perseguir también a todos los grupos religiosos y acabarán con ellos. Es sólo el comienzo. Todo está relacionado con Rusia, pero no lo dirán… y hay algo que oí de los rayos del sol y de algo que pasa mientras se duerme. ¡Ray, el mundo no volverá a ser el mismo!

– ¿Qué mundo? ¿Qué te importa todo eso? Haz el favor de callarte, me estás asustando. ¡No! Por Dios, no me estás asustando y no quiero seguir escuchándote. -Me fui muy enfadado, compré una botella de vino y corrí en busca de Cowboy y de otros músicos y regresé con todo el grupo para seguir cuidándola-. Toma un poco de vino, eso te hará ser sensata.

– No, no beberé alcohol, todo ese vino que bebéis es veneno, quema el estómago y embota el cerebro. ¿Qué es lo que no te funciona bien? ¿No te das cuenta de lo que está pasando?

– Vamos, vamos.

– Es mi última noche en la tierra -añadió.

Los músicos y yo bebimos el vino y hablamos hasta cerca de medianoche y Rosie parecía estar mejor, tendida en el sofá, hablando, incluso riendo un poco, comiendo los bocadillos y bebiendo el té que le preparé. Los músicos se fueron y yo me quedé dormido sobre el suelo de la cocina metido en mi saco de dormir nuevo. Pero cuando Cody volvió aquella noche y yo me había ido ya, Rosie subió al tejado mientras él estaba durmiendo y rompió el tragaluz para tener unos trozos de cristal con los que cortarse las venas, y allí estaba sentada desangrándose al amanecer cuando la vio un vecino y llamó a la policía y cuando la pasma subió al tejado para ayudarla pasó lo que tenía que pasar: Rosie vio a los de la bofia y creyendo que iban a detenernos a todos, echó a correr por el borde del tejado. Un joven agente irlandés se lanzó como un jugador de rugby para sujetarla y consiguió agarrarla por la bata, pero ella se soltó y cayó desnuda a la acera, seis pisos debajo. Los músicos que vivían en el piso bajo y que habían pasado la noche entera hablando y poniendo discos, oyeron el golpe sordo. Miraron por la ventana y vieron un espectáculo horrible.

– Tío, nos dejó destrozados, no vamos a poder tocar esta noche, Ray.

Corrieron las cortinas de la ventana temblorosos. Cody seguía dormido… Cuando me lo contaron al día siguiente, cuando vi en el periódico una X señalando el sitio de la acera donde había caído, pensé: "¿Por qué no quiso escucharme? ¿Acaso le estaba diciendo tonterías? ¿Es que mis ideas son estúpidas e infantiles? ¿No es ya hora de que empiece a seguir lo que sé que es verdadero?"

Y eso hice. La semana siguiente recogí mis cosas decidido a lanzarme a la carretera y a dejar esta ciudad de la ignorancia que es la ciudad moderna. Dije adiós a Japhy y a los demás, y salté a mi tren de carga en dirección a la costa, a Los Ángeles. ¡Pobre Rosie! Estaba absolutamente segura de que el mundo era real y que el miedo era real, y ¿qué es real?

"Por lo menos -pensé- está en el Cielo, y lo sabe."

16

Y esto fue lo que me dije: "Ahora sigo el camino que lleva al Cielo."

De pronto, me di cuenta de que tendría que enseñar un montón de cosas en el transcurso de mi vida. Como digo, estuve con Japhy antes de irme, paseamos tristemente por el parque de Chinatown, comimos en el Nan Yuen, salimos, nos sentamos en la hierba, era domingo, y súbitamente había un grupo de predicadores negros que se dirigían a grupos dispersos de familias chinas que no mostraban ningún interés hacia lo que decían dejando que sus hijos corretearan por la hierba, y también a vagabundos que no se preocupaban de esos predicadores mucho más que los chinos. Una mujer grande y gorda, como Ma Rainey, soltaba un sermón a voz en grito, con las piernas muy abiertas y fijas en el suelo, y tan pronto hablaba como cantaba un blues. Era hermoso y el motivo por el que esta mujer, que era una magnífica predicadora, no estuviera predicando en una iglesia, era que de vez en cuando tenía que despejarse la garganta y, isplash!, escupía con toda su fuerza contra la hierba.

– Y os digo que el Señor cuida de vosotros si reconocéis que tenéis un nuevo país… Sí. -Y lanzaba un escupitajo a cinco metros de distancia.

– ¿Lo. ves? -le dije a Japhy-. Eso no lo podría hacer dentro de una iglesia, pero ¿has oído alguna vez a un predicador mejor?

– Tienes razón -dice Japhy-. Pero no me gustan todas esas cosas que está contando de Jesucristo.

– ¿Qué hay de malo en Jesucristo? ¿Acaso no habló del Cielo? ¿Es que el Cielo no es lo mismo que el Nirvana de Buda?

– Eso, según tu interpretación, Smith.

– Japhy, había cosas que traté de contarle a Rosie y encontré que no podía decírselas debido al cisma que separa el budismo del cristianismo, Oriente de Occidente. ¿Qué coño importa eso? ¿No estamos ahora todos en el Cielo?

– ¿Quién dijo eso?

– ¿Es esto el nirvana o no?

– Ahora estamos tanto en el nirvana como en el samsara. -Palabras, palabras, ¿qué hay en una palabra? Nirvana. Y, además, ¿no oyes cómo te llama esa mujer y te dice que

tienes una nueva patria, un nuevo país de Buda? -Japhv parecía contento y sonrió-. Países budistas en todas partes para cada uno de nosotros, y Rosie era una flor y dejamos que se marchitara.

– Nunca has dicho nada más cierto, Ray.

La mujer se nos acercó, y se fijó en nosotros, además, y de modo especial en mí. Hasta me llamó querido.

– Puedo ver en tus ojos que entiendes todo lo que estoy diciendo, querido. Quiero que sepas que quiero que vayas al Cielo y seas feliz. Quiero que entiendas todas las cosas que estoy diciendo.

– Oigo y entiendo.

Al otro lado de la calle estaba el nuevo templo budista que trataban de construir unos cuantos jóvenes de la Cámara de Comercio China de Chinatown, y una noche yo había pasado por allí y, borracho, me había unido a ellos y transportado arena en una carretilla. Eran jóvenes Sinclair Lewis idealistas y lanzados que vivían en buenas casas y se ponían pantalones vaqueros para trabajar en la construcción de la iglesia, del mismo modo que hacen en las ciudades del Medio Oeste los chicos del Medio Oeste con un Richard Nixon de rostro radiante como capataz y la pradera alrededor. Aquí, en el corazón de la pequeña y sofisticada zona de San Francisco conocida por Chinatown, hacían lo mismo aunque su iglesia fuera la de Buda. Era extraño, pero a Japhy no le interesaba el budismo de Chinatown porque era un budismo tradicional, y prefería el budismo intelectual y artístico del zen -y eso que yo intentaba conseguir que viera que eran la misma cosa-. En el restaurante habíamos comido con palillos y nos gustó. Ahora me despedía y no sabía cuándo lo volvería a ver.

Detrás de la mujer negra había un predicador que se balanceaba con los ojos cerrados diciendo:

– Así es, así es. Ella nos dijo:

– Que Dios os bendiga, muchachos, por escuchar lo que os tengo que decir. No olvidéis que, para el que ama a Dios, todas las cosas se juntan en el bien, para quienes son llamados de acuerdo con Sus objetivos. Romanos, ocho, dieciocho, chicos. Y hay una nueva patria esperándoos, y estad seguros de manteneros a la altura de vuestras obligaciones. ¿Me oís?

– Sí, señora, estamos atentos. Dije adiós a Japhy.

Pasé unos cuantos días en casa de Cody, en las colinas. Cody estaba tremendamente impresionado por el suicidio de Rosie y decía sin parar que tenía que rezar por ella noche y día en un momento tan concreto como éste cuando, como se había suicidado, su alma andaba en pena por la superficie de la tierra esperando ir al infierno o al purgatorio. -Tenemos que meterla en el purgatorio, tío.