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– ¿Ves? -dije-. No hubieras escrito ese poema sin el vino que te puso a tono.

– Lo habría escrito en cualquier caso. Tú eres el que bebes demasiado todo el tiempo, no sé cómo vas a llegar a la iluminación ni arreglártelas para estar en las montañas, andas todo el rato colina abajo gastando el dinero de las judías en vino. Acabarás tirado en la calle, lloviéndote encima, borracho perdido, y te llevarán a cualquier sitio. Entonces renacerás como encargado de bar abstemio para purgar tu karma. -Hablaba en serio y estaba preocupado por mí, pero seguí bebiendo.

Cuando llegamos a casa de Alvah, ya era hora de salir para la conferencia del Centro Budista. Dije:

– Me quedaré aquí emborrachándome y os esperaré.

– Muy bien -dijo Japhy, mirándome sombríamente-. Es tu vida.

Estuvo fuera unas dos horas. Me sentía triste y bebí demasiado y estaba mareado. Pero había decidido no dejarme vencer por el alcohol y resistir y demostrarle algo a Japhy. De pronto, al anochecer, Japhy entró corriendo en la casa borracho perdido y gritando:

– ¿Sabes lo que pasó, Smith? Fui a la conferencia budista y todos estaban bebiendo sake en tazas de té y todos se emborracharon. ¡Tenías razón! ¡Es todo lo mismo! ¡Todos borrachos y discutiendo del prajna! -Y después de eso Japhy y yo nunca volvimos a reñir.

28

Llegó la noche de la gran fiesta. Prácticamente podía oírse el ajetreo de la preparación colina abajo, y me sentí deprimido.

"¡Oh, Dios mío! La sociabilidad no es más que una gran sonrisa y una gran sonrisa no es más que dientes. Me gustaría quedarme aquí y descansar y ser bueno."

Pero alguien trajo vino y me puso en marcha.

Esa noche el vino corrió colina abajo como un río. Sean había reunido un montón de troncos grandes para hacer una hoguera inmensa delante de la casa. Era una noche de mayo clara, estrellada, templada y agradable. Vino todo el mundo. La fiesta se dividió en seguida en las tres partes de siempre. Pasé la mayor parte del tiempo en el cuarto de estar donde ponían discos de Cal Tjader y había un montón de chicas bailando mientras Bud y Sean y a veces Alvah y su nuevo tronco, George, tocaban el bongo en latas puestas boca abajo.

Fuera, la escena era más tranquila, con el resplandor del fuego y gente sentada en los largos troncos que Sean había situado alrededor de la hoguera, y en la mesa un banquete digno de un rey y de su hambriento séquito. Aquí, junto a la hoguera, lejos del frenesí de los bongos del cuarto de estar, Cacoethes llevaba la batuta discutiendo de poesía con los listos locales, en términos como éstos:

– Marshall Dashiell está demasiado ocupado cuidándose la barba y conduciendo su Mercedes Benz de cóctel en cóctel por Chevy Chase y la aguja de Cleopatra; O. O. Dowler se pasea en limusina por Long Island y pasa los veranos chillando en la Plaza de San Marcos; y el apodado Pequeña Camisa Recia, qué queréis, se las arregla muy bien por Savile Row,con bombín y chaleco; y Manuel Drubbing es un culo inquieto que mira sin parar las revistas minoritarias para ver a quién citan; y de Omar Tott no tengo nada que decir. Albert Law Livingston está muy ocupado firmando ejemplares de sus novelas y mandando felicitaciones de Navidad a Sarah Vaughan; a Ariadne Jones le molesta la compañía Ford; Leontine McGee dice que es vieja. Entonces, ¿quién queda?

– Ronald Firbank -dijo Coughlin.

– Creo que los únicos poetas auténticos de este país, fuera de la órbita de los que estamos aquí, son el Doctor Musial, que probablemente esté murmurando detrás de las cortinas de su cuarto de estar en este mismo momento, y Dee Sampson, que es demasiado rico. Eso hace que nos quede el querido Japhy, que se nos va a Japón, y nuestro llorón preferido, el amigo Goldbook, y el señor Coughlin que tiene una lengua viperina. ¡Dios mío, el único bueno que queda soy yo! Por lo menos tengo un honrado trasfondo anarquista. Por lo menos tengo helada la nariz, botas en los pies, y protestas en la boca. -Se retorció el bigote.

– ¿Y qué pasa con Smith?

– Bueno, supongo que en su aspecto más terrible es un bodhisattva. Es todo lo que puedo decir de él. -Aparte, añadió medio en broma-: Se pasa borracho el día entero.

Esa noche también vino Henry Morley, pero sólo un rato, y se comportó de un modo muy raro sentado al fondo leyendo las historietas de Mad y esa nueva revista llamada Hip. Se fue pronto, después de observar:

– Las salchichas son demasiado delgadas, ¿creéis que es un signo de los tiempos, o es que Armour y Swift usan mexicanos descarriados?

Nadie habló con él, excepto Japhy y yo. Me entristeció verle irse tan temprano; era invisible como un fantasma, igual que siempre. Con todo, estrenó un traje marrón nuevo para la ocasión, y de repente ya no estaba.

Entretanto, en la colina, donde las estrellas parpadeaban entre los árboles,. había parejas ocasionales que se revolcaban por la hierba o habían subido vino y guitarras y celebraban fiestas por su cuenta dentro de la cabaña. Fue una noche estupenda. Por fin llegó el padre de Japhy, al salir de su trabajo; era un tipo menudo, delgado, duro, justo igual que Japhy, un poco calvo, pero tan enérgico y loco como su hijo. En seguida se puso a bailar mambos con las chicas mientras yo golpeaba frenéticamente una lata.

– ¡Sigue, tío! -gritaba.

Nunca había visto a un bailarín más frenético. Movía las caderas delante de la chica hasta casi caerse, y sudaba, hacía visajes, se agitaba, se reía: era el padre más loco que ha bía visto en mi vida. Hacía poco, en la boda de su hija, había disuelto la recepción al irrumpir a cuatro patas con una piel de tigre encima y mordiendo los tobillos de las señoras y rugiendo. Ahora había cogido a una chica muy alta, de casi un metro ochenta, llamada Jane, la hacía girar en el aire y casi la estrella contra la biblioteca. Japhy andaba de un lado para otro con un garrafón en la mano, la cara resplandeciente de felicidad. Durante algún tiempo el follón del cuarto de estar casi dejó vacía la zona de alrededor de la hoguera, y Psyche y Japhy bailaron como locos; luego Sean dio un salto e hizo girar por el aire a Psyche y ésta pareció perder el equilibrio y cayó justo entre Bud y yo que estábamos sentados en el suelo tocando la percusión (Bud y yo nunca teníamos chicas y estábamos ajenos a todo) y se quedó allí tirada, dormida en nuestro regazo durante un segundo. Tiramos de nuestras pipas y seguimos tocando. Polly Whitmore andaba trajinando por la cocina, ayudaba a Christine y hasta hizo unos bollos riquísimos. Me di cuenta de que se sentía sola porque Psyche andaba por allí y Japhy ya no estaba con ella, así que me acerqué y la cogí por la cintura, pero me miró con tal miedo que no hice nada. Parecía terriblemente asustada de mí. Princess andaba también por allí con su novio nuevo, y parecía molesta.

– ¿Qué les das a todas éstas? -pregunté a Japhy-. ¿No me puedes pasar una?

– Coge a la que quieras. Esta noche no me importa.

Salí a la hoguera para escuchar las últimas agudezas de Cacoethes. Arthur Whane estaba sentado en un tronco, bien vestido, traje y corbata, y me acerqué a él y le pregunté:

– Bien, ¿y qué es el budismo? ¿Es imaginación fantástica? ¿Magia del rayo? ¿Es teatro, sueño? ¿O ni siquiera teatro, sólo sueño?

– No, para mí el budismo es conocer a la mayor cantidad de gente posible.

Y por allí andaba, realmente afable, dando la mano a todo el mundo y charlando como si se tratara de un cóctel. Dentro, la fiesta se volvía más y más frenética. Empecé a bailar con aquella chica tan alta. Era una fiera. Quise llevármela a la cima de la colina con una garrafa de vino, pero su marido andaba por allí. Esa misma noche, pero más tarde, apareció un negro y empezó a tocar el bongo en su cabeza y mejillas y boca y pecho, y al golpearse obtenía sonidos realmente potentes, y tenía un ritmo tremendo. Todo el mundo estaba encantado y dijeron que era un bodhisattva.