– ¿Qué?
– Niebla. Estos bosques de Marin son maravillosos; hoy te enseñaré el bosque Muir, aunque allá en el Norte esté toda esa auténtica zona montañosa del Pacífico, el futuro hogar de la encarnación del Dharma. ¿Sabes lo que voy a hacer? Escribiré un poema muy largo que se titule "Ríos y montañas sin fin", y lo escribiré todo en un rollo que se desenrollará sin parar lleno de nuevas sorpresas con las que se olvide totalmente lo que hay escrito antes, algo así como un río, ¿entiendes? O como una de esas pinturas chinas en seda tan largas con un par de hombrecillos que caminan por un paisaje sin fin con viejos árboles retorcidos y montañas tan altas que se funden con la niebla del vacío de la parte superior de la seda. Me pasaré tres mil años escribiéndolo; contendrá información sobre la conservación del suelo, las autoridades forestales del valle del Tennessee, la astronomía, la geología, los viajes de Hsuan Tsung, la teoría de la pintura china, la repoblación forestal, la ecología oceánica y las cadenas de supermercados.
– Adelante, chico.
Como siempre, yo iba detrás de él y, cuando empezamos a escalar con las mochilas bien sujetas a la espalda como si fuéramos animales de carga y no nos encontráramos bien sin llevar peso, de nuevo empezó el viejo y solitario y agradable zap zap por el sendero, muy despacio, a un kilómetro y pico por hora. Llegamos al final de una carretera empinada donde tuvimos que pasar por delante de unas cuantas casas que se levantaban junto a unos farallones cubiertos de monte bajo con cascadas que se dividían en hilos de agua. Subimos luego por un empinado prado lleno de mariposas y heno y un poco de rocío: eran las siete de la mañana. Luego bajamos por una carretera polvorienta, y después, al final de esta polvorienta carretera que subía y subía, divisamos un hermoso panorama: Corte Madera y Mill Valley estaban allá lejos y, al fondo, distinguimos la roja parte alta del puente de Golden Gate.
– Mañana por la tarde, cuando vayamos camino de Stimson Beach -dijo Japhy-, verás toda la blanca ciudad de San Francisco a muchos kilómetros de distancia, en la bahía azul. Ray, por Dios, en nuestra vida futura tendremos una hermosa tribu libre en estos montes californianos, con mujeres y docenas de radiantes hijos iluminados; viviremos como los indios, en tiendas, y comeremos bayas y brotes.
– ¿Y judías no?
– Escribiremos poemas, tendremos una imprenta y publicaremos nuestros propios poemas; será la Editorial Dharma. Lo poetizaremos todo y haremos un libro muy gordo de bombas heladas para la gente ignorante.
– No. La gente no está tan mal, también sufren. Siempre estamos leyendo que se quemó una chabola en algún lugar del Medio Oeste y que murieron tres niños pequeños y hay fotos de los padres llorando. Hasta se quemó el gato. Japhy, ¿crees que Dios creó el mundo para divertirse un día en que estaba aburrido? Porque si fuera así, sería un ser mezquino.
– Pero ¿qué entiendes tú por Dios?
– Simplemente Tathagata, si quieres.
– Bueno, pues en los sutras dice que Dios, o Tathagata, no creó el mundo a partir de sus entrañas, sino que apareció debido a la ignorancia de los seres vivos.
– Pero él también creó a esos seres vivos y a su ignorancia. Es una pena todo esto. No descansaré hasta que averigüe por qué, Japhy, por qué.
– ¡Oye! ¡No inquietes tanto la esencia de tu mente! Recuerda que en la pura esencia mental, Tathagata nunca se hace la pregunta por qué; ni tan siquiera le proporciona sentido.
– Bien, entonces en realidad nunca pasa nada. Me tiró un palo y me dio en un pie.
– Bien, eso no ha pasado -dije.
– En realidad, no lo sé, Ray, pero comprendo que te entristezca el mundo. Sin duda es muy triste. Fíjate en la fiesta de la otra noche. Todos querían pasarlo bien e hicieron esfuerzos para conseguirlo, y, sin embargo, al día siguiente nos despertamos bastante tristes y alejados unos de otros. ¿Qué piensas de la muerte, Ray?
– Creo que la muerte es nuestra recompensa. Cuando uno muere va directamente al Cielo del nirvana, y se acabó lo que se daba.
– Pero supón que renacieras en el infierno y que los demonios te meten bolas de acero al rojo vivo por la boca. -La vida ya me ha metido mucho acero por la boca. Pero creo que eso sólo es un sueño preparado por unos cuantos monjes histéricos que no entendían la serenidad del Buda bajo el Árbol Bo, o ni siquiera la de Cristo mirando desde lo alto a sus torturadores y perdonándolos.
– ¿De verdad que te gusta Cristo?
– Claro que sí. Y, a fin de cuentas, hay un montón de gente que dice que es Maitreya, el Buda que se había profetizado que aparecería después de Sakyamuni. ¿Sabes? Maitre va en sánscrito significa "Amor", y Cristo todo el tiempo habla de amor.
– ¡No empieces a predicar el cristianismo! Ya te estoy viendo en tu lecho de muerte besando un crucifijo lo mismo que el viejo Karamazov o como nuestro viejo amigo Dwight Goddard que fue budista toda su vida y de repente, en sus últimos días, volvió al cristianismo. ¡Nunca me pasará una cosa así! Quiero estar todas las horas del día en un templo solitario meditando delante de una estatua de Kwannon que está encerrada porque no la puede ver nadie: es demasiado poderosa. ¡Dale duro, viejo diamante!
– Ya verás lo que pasa cuando baje la marea.
– ¿Te acuerdas de Rol Sturlason, aquel amigo mío que fue a Japón a estudiar las rocas de Ryoanji? Fue en un mercante que se llamaba Serpiente Marina, así que pintó una serpiente marina con sirenas en una mampara del comedor y la tripulación quedó encantada y todos querían convertirse en Vagabundos del Dharma inmediatamente. Ahora anda subiendo el sagrado monte Hiei, de Kioto, seguramente con medio metro de nieve, pero sigue sin desviarse por donde no hay senderos, paso a paso, atravesando espesos bambúes y pinos retorcidos como los de los dibujos. Los pies húmedos y sin acordarse de comer. Así es como hay que escalar.
– Por cierto, ¿qué ropa vas a llevar en el monasterio? -¡Hombre! Lo adecuado. Prendas al estilo de la Dinastía Tang. Un largo hábito negro con amplias mangas y extraños pliegues. Para sentirme así oriental de verdad.
– Alvah dice que mientras hay gente como nosotros que anda muy excitada queriendo parecer orientales, ahora los orientales se dedican a leer a los surrealistas y a Charles Darwin, y que están locos por vestirse a la moda occidental.
– En cualquier caso, Oriente se funde con Occidente. Piensa en la gran revolución mundial que se producirá cuando el Oriente se funda de verdad con el Occidente. Y son los tipos como nosotros los que inician el proceso. Piensa en los millones de tipos del mundo entero que andan por ahí con mochilas a la espalda en sitios apartados, o viajando en autostop.
– Eso suena a los primeros días de las Cruzadas, con Walter el Mendigo y Pedro el Ermitaño encabezando grupos harapientos de creyentes camino de Tierra Santa.
– Sí, pero aquello tenía la siniestrez y miseria europeas. Quiero que mis Vagabundos del Dharma lleven la primavera en el corazón con todo él florecido y los pájaros dejando caer sus pequeños excrementos y sorprendiendo a los gatos que hace un momento querían comerlos.