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Se lo conté a Japhy. Ya estaba preparando el fuego y silbando.

– Bueno, no te quedes ahí metido en el saco de dormir. Levántate y trae un poco de agua. ¡Yodelayji, ju! Ray, te traeré unas barritas de incienso del templo de Kiyomizu. Las iré poniendo una a una en un gran incensario de bronce y haré el ritual adecuado. ¿Qué opinas de eso? Sólo es un sueño que tuviste. Si el tipo era yo, pues bien, era yo, ¿y qué? Siempre quejándome, siempre joven, ¡viva! -Sacó su pequeña hacha de la mochila y anduvo a hachazo limpio entre los arbustos y preparó una buena hoguera. Había neblina en los árboles y niebla en el suelo-. Vamos a recoger las cosas. Iremos hasta Laurel Dell. Luego seguiremos por las pistas forestales y bajaremos hasta el mar para nadar un poco.

– Maravilloso.

Para aquella excursión, Japhy había traído una mezcla deliciosa y muy energética; galletas Ry-Krisp, un queso Cheddar curado y un salchichón. Desayunamos todo eso con té recién hecho y nos sentimos maravillosamente bien. Dos hombres pueden vivir durante dos días a base de pan concentrado y salchichón (carne concentrada) y queso, y el conjunto no pesa más de kilo y medio. Japhy estaba lleno de ideas de ese tipo. ¡Qué esperanza, qué energía humana, qué auténtico optimismo norteamericano encerraba su pequeña estructura física! Allí iba delante de mí por la senda y se volvía y gritaba:

– Intenta meditar mientras caminas. Limítate a andar mirando al suelo y sin mirar a los lados, y abandónate mientras el suelo desfila a tus pies.

Llegamos a Laurel Dell hacia las diez. También había allí hogares de piedras, parrillas y mesas, pero los alrededores eran infinitamente más hermosos que en Potrero Meadows. Había auténticos prados. Una belleza de ensueño con suave hierba alrededor y un linde de frondosos árboles. Hierba ondulante y arroyos y nadie a la vista.

– Dios mío, voy a volver aquí y traeré comida y gasolina y un hornillo y prepararé la comida sin hacer humo y así los del Servicio Forestal no vendrán a molestarme.

– Sí, pero si te encuentran cocinando fuera de estos hogares te echarán, Smith.

– Pero ¿qué voy a hacer si no los fines de semana? ¿Unirme a los que vienen de excursión? Me esconderé por ahí, junto a ese hermoso prado. Me quedaré aquí para siempre.

– Y sólo hay tres kilómetros cuesta abajo hasta Stimson Beach y la tienda de comestibles que hay allí.

A mediodía nos pusimos en marcha hacia la playa. Fue una marcha tremendamente agotadora. Subimos hasta los prados más altos, desde donde pudimos ver otra vez San Francisco en la lejanía, y luego bajamos por una senda muy empinada que parecía caer directamente en el mar; a veces había que bajar corriendo y, en una ocasión, casi sentados de culo. Un torrente de agua corría al lado de la senda. Adelanté a Japhy y, mientras cantaba alegremente, empecé a bajar tan deprisa por la senda, que lo dejé casi un par de kilómetros atrás y tuve que esperarle al pie de la cuesta. Japhy se lo tomaba con más calma disfrutando de los helechos y las flores. Dejamos las mochilas encima de unas hojas secas que había junto a los árboles y caminamos libres del peso hasta los prados que caían sobre el mar pasando junto a varias granjas con vacas pastando. Llegamos al pueblo donde compramos vino en la tienda, y en seguida estábamos en la arena y entre las olas. Era un día fresco con momentos ocasionales de sol. Pero no nos importaba. Nos tiramos al agua y nadamos enérgicamente un rato y luego salimos y sacamos el salchichón y los Ry-Krisp y el queso, lo pusimos todo encima de un papel y, sentados en la arena, comimos y bebimos vino y charlamos. Hasta me eché una siestecita. Japhy se sentía muy bien.

– ¡Maldita sea, Ray! Nunca sabrás lo contento que estoy de haber decidido pasarnos estos dos días en el monte. Me siento como nuevo. ¡Sé que de esto tiene que salir algo bueno!

– ¿De esto?

– Bueno, de lo que sea, no lo sé… Del modo en que aceptamos nuestras vidas. Ni tú ni yo vamos a romperle la cara a nadie ni a ahogar a ninguna persona, en sentido económico. Nos dedicamos a rezar por todos los seres vivos, y cuando seamos lo bastante fuertes seremos capaces de hacer las cosas de verdad, como los antiguos santos. ¿Quién sabe? El mundo podría despertarse y abrirse por todas partes en una hermosa flor del Dharma.

Dormitó un poco, se despertó y miró y dijo:

– Fíjate en toda esa extensión de agua que llega hasta Japón.

Cada vez se sentía más triste por tener que marcharse.

30

Iniciamos el regreso y recogimos las mochilas y seguimos subiendo por aquel sendero que casi llegaba hasta el nivel del mar. Fue una ascensión dificil, ayudándonos con las manos entre rocas y arbustos, y nos dejó exhaustos, pero al final llegamos a un hermoso prado desde el que vimos de nuevo San Francisco en la distancia.

– Jack London solía andar por este sendero -dijo Japhy. Seguimos por la ladera sur de una hermosa montaña desde donde, a lo largo de kilómetros y durante horas, tuvimos vistas constantes del Golden Gate, e incluso de Oakland. Había bellos parques naturales de robles serenos, todos dorados y verdes al caer la tarde, y muchas flores silvestres. Una vez vimos a un cervatillo encima de un montículo cubierto de hierba que nos miraba asombrado. Bajamos por el prado hasta un bosque de pinos y luego subimos y subimos por una cuesta tan empinada que empezamos a maldecir y a sudar entre el polvo. Las sendas son así: uno se siente flotar en el paraíso shakespeariano de Arden y cree que va a ver ninfas y pastores tocando el camarillo, cuando de repente se encuentra bajo un sol abrasador en un infierno de polvo y espinos y ortigas…, exactamente igual que la vida.

– El mal karma produce automáticamente buen karma -dijo Japhy-. No te quejes tanto y sigue, pronto estaremos cómodamente sentados en una cumbre llana.

Los últimos tres kilómetros del monte fueron terribles y dije:

– Japhy, hay una cosa que en este momento deseo más que cualquier otra en el mundo…, más que cualquiera de las que he deseado en toda mi vida. -Soplaba el frío viento del atardecer y apresurábamos el paso inclinados bajo las mochilas por aquel sendero interminable.

– ¿Cuál?

– Una de esas tabletas de chocolate Hershey tan maravillosas. Hasta me contentaría con una de las más pequeñas. Por el motivo que sea, una de esas tabletas sería mi salvación en este preciso instante.