– No, ¿cómo es?
– "Madre de hijos, hermana, hija del anciano enfermo, virgen, tu blusa está rota, y tienes hambre y estás desnuda, yo también tengo hambre, toma estos poemas."
– Bonito, bonito…
– Quiero ir en bicicleta bajo el calor de la tarde, llevar sandalias de cuero del Pakistán, hablar en voz alta a monjes zen amigos envueltos en delgadas túnicas de verano y con la cabeza rapada. Quiero vivir en templos de oro, beber cerveza, decir adiós, ir a Yokohama, al tumultuoso puerto de Asia lleno de siervos y bajeles, esperar, trabajar, regresar, ir, ir a Japón, volver a Estados Unidos, leer a Hakuin, limpiarme los dientes con arena y disciplinarme todo el tiempo mientras sigo sin llegar a ningún sitio, y aprender así… aprender que mi cuerpo y todo se cansa y enferma y desaparece y así averiguar todas las cosas de Hakuyu.
– ¿Quién es Hakuyu?
– Su nombre significa Blanca Oscuridad, su nombre significa el que vive en las montañas de regreso del Agua Blanca del Norte adonde iré caminando, ¡por Dios! tiene que estar lleno de empinadas gargantas cubiertas de pinos y valles de bambú y riscos.
– ¡Iré contigo! -(Era yo).
– Quiero leer cosas sobre Hakuin que fue a ver al anciano que vivía en una cueva, dormía con ciervos y comía castañas, y el viejo le dijo que dejase de meditar y dejase de pensar en los koans, como Ray dice, y que en lugar de eso aprendiera a dormir y despertar, le dijo, y cuando te acuestes debes doblar las piernas y respirar profundamente y después concentrar la mente en un punto que esté cinco centímetros por debajo del ombligo hasta que te sientas como una bola de energía y entonces empiezas a respirar desde los talones y te concentras diciéndote que el centro está justo aquí, y es La Tierra Pura de Amida, el centro de la mente, y cuando despiertas debes empezar a respirar conscientemente y estirarte un poco y pensar en lo mismo el resto del tiempo.
– Mira, eso me gusta -dice Alvah-, esas señales indicadoras que llevan a alguna parte. ¿Y qué más?
– El resto del tiempo, le dijo, no debes esforzarte por pensar en nada, simplemente come bien, no demasiado, y duerme bien, y el viejo Hakuyu dijo que entonces tenía trescientos años y que imaginaba que viviría otros quinientos más. ¡Oye! Eso me hace pensar que a lo mejor anda todavía por allí, si es que queda alguien.
– ¡O el pastor le dio una patada a su perro! -cortó Coughlin.
– Espero encontrar esa cueva en Japón.
– No se puede vivir en este mundo, pero no hay otro sitio adonde ir -dijo riendo Coughlin.
– ¿Qué significa eso? -pregunté.
– Significa que la silla donde estoy sentado es el trono de un león y que el león se mueve, ruge.
– ¿Y qué dice?
– Dice: "¡Rajula! ¡Rajula! ¡Cara de la Gloria! ¡Universo masticado y tragado!"
– ¡Valiente chorrada! -protesté yo.
– Me voy a Marin County dentro de unas semanas -dijo Japhy-. Pasaré cientos de veces alrededor del Tamalpais y contribuiré a purificar la atmósfera y a que los espíritus locales se acostumbren al sonido de un sutra. ¿Qué piensas de eso, Alvah?
– Pienso que es una alucinación maravillosa y que me gustan esas cosas.
– El problema contigo, Alvah, es que no haces bastante zazen por la noche, en especial cuando hace frío afuera, que es cuando sienta mejor, además deberías casarte y tener hijos mestizos, manuscritos, mantas hechas en casa y leche materna sobre el suelo feliz de una casa como ésta. Consíguete una cabaña que no esté excesivamente lejos de la ciudad, vive modestamente, vete a ligar a los bares de vez en cuando, escribe y piensa encima de las colinas y aprende a cortar leña y a hablar con las abuelas, tonto del culo, coge cargas de leña y dáselas, bate palmas, consigue favores sobrenaturales, aprende el arte de las flores y cultiva crisantemos junto a la puerta, y cásate, por el amor de Dios, consíguete una chica sensible y lista que mande a la mierda los martinis y todas esas estupideces de la cocina.
– ¡Hombre! -dice Alvah, sentándose muy derecho y alegre-, ¿y qué más?
– Piensa en las golondrinas y en las chotacabras que llenan los campos. ¿Sabes, Ray? Ayer traduje otra estrofa de Han Chan, escucha: "Montaña Fría es una casa, carece de vigas y paredes, a derecha e izquierda están abiertas las seis puertas, el vestíbulo es el cielo azul, las habitaciones están desocupadas y vacías, la pared del este choca contra la del oeste, en el centro no hay nada. Nadie me inquieta, cuando hace frío, enciendo una pequeña hoguera, cuando tengo hambre preparo unas verduras, nada tengo que ver con el kulak, con su granero y sus pastizales… levanta una prisión para sí mismo y una vez dentro de ella, no puede salir, piensa en ello, podría sucederte a ti."
Después, Japhy cogió su guitarra y se puso a cantar, finalmente también yo cogí la guitarra y compuse una canción a partir de las notas que obtenía pulsando las cuerdas con los dedos, rasgueándolas, dram, dram, dram, y canté la canción del Fantasma de Medianoche, el tren de mercancías.
– Cuando hablas del Fantasma de Medianoche de California, ¿sabes en qué pienso, Smith? En calor, mucho calor, y en bambú creciendo más de diez metros v balanceándose en la brisa y más calor y un montón de monjes alborotando con sus flautas en algún sitio y cuando recitan sutras con redobles de tambor y ruido de campanillas y ruido de bastones es como oír a un enorme coyote prehistórico cantando… Las cosas que residen en vosotros, locos, se remontan a los días en que los hombres se casaban con osos y hablaban al búfalo ante Dios. Pásame otro trago. Tened siempre los calcetines remendados y las botas engrasadas.
Pero como si eso no fuera bastante, Coughlin dice con toda tranquilidad:
– Sacad punta a vuestros lápices, arreglaos la corbata, sacad brillo a los zapatos y cerraos la bragueta, limpiaos los dientes, peinaos, fregad el suelo, comed pasteles de fresa, abrid los ojos…
– Peinad el suelo y comed los ojos, eso está bien -dice Alvah, pellizcándose muy serio el labio de abajo. -Recordando todo el tiempo en que he hecho cuanto he podido, pero el rododendro sólo está iluminado a medias, y las hormigas y las abejas son comunistas y los tranvías están aburridos.
– Y japonesitos en el tren F cantando Inky Dinky Parly Vu -grité yo.
– Y las montañas viven en la ignorancia total así que por eso abandono; por tanto, quitaos los zapatos y metéoslos en el bolsillo. Acabo de contestar a todas vuestras preguntas, venga un trago, mauvais sujet.
– No pises al tonto del culo -grité borracho.
– Trata de hacerlo sin pisar al armadillo -dice Coughlin-. No seas mamón toda la vida, estúpido de mierda.
¿No ves lo que quiero decir? Mi león ha comido bastante v yo duermo al lado de él.
– ;Oh! -dice Alvah-. Me gustaría entender todo eso.
Y yo estaba asombrado, MUY asombrado, por el rápido maravilloso golpeteo en mi cerebro dormido. Todos estábamos superpasados v borrachos. Fue una noche loca. Terminó con Coughlin y yo peleándonos v haciendo agujeros en las paredes y a punto de derribar la,casa: Alvah estaba muv enfadado al día siguiente. Durante la lucha casi le rompo la pierna al pobre Coughlin; incluso yo mismo terminé con una astilla clavada varios centímetros en la piel que sólo saldría casi un año después. Entretanto, en determinado momento, Morlev apareció en la puerta como un espectro llevando un par de litros de yogur y preguntando si queríamos un poco. Japhy se fue a las donde la madrugada diciendo que vendría a recogerme por la mañana para iniciar el gran día destinado a la compra de mi equipo. Todo anduvo muy bien con los lunáticos zen; el furgón del manicomio estaba demasiado lejos para oírnos. Pero hay una enseñanza en todo esto, como se comprueba al pasear de noche por una calle de los alrededores y hay una casa v otra a ambos lados de la calle, todas ellas con' la lámpara del cuarto de estar encendida v dentro el cuadrado azulado de la televisión, cada familia concentrando su atención en el mismo espectáculo v nadie habla; silencio también en los alrededores; perros que te ladran porque pasas sobre pies humanos v no sobre ruedas. Se comprende lo que quiero decir: uno empieza a parecerse a todo el mundo y piensa también como todos, v los lunáticos zen hace tiempo que han vuelto al polvo, con la risa en el polvo de sus labios. Sólo se puede decir una cosa de la gente que mira la televisión, de los millones v millones clavados en el Ojo único: no hacen daño a nadie mientras están ahí sentados delante del Ojo. Pero tampoco hace daño Japhy… lo veo en los años venideros caminando sigilosamente con la mochila a la espalda, por calles de las afueras, pasando junto a las azules ventanas de la televisión, solo, dueño de los únicos pensamientos no electrificados por el Amo de la Conexión. En lo que a mí respecta, quizá la respuesta esté en mi poema del Amigo que dice: