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– Naturalmente.

Y esa misma noche más tarde, mientras Alvah dormía, me senté bajo el árbol de la entrada y miré las estrellas y luego cerré los ojos para meditar tratando de tranquilizarme y volver a mi ser habitual.

Alvah no podía dormir y salió y se tumbó en la hierba mirando el cielo, y dijo:

– Grandes nubes de vapor cruzan la oscuridad, lo que me hace comprender que vivimos en un auténtico planeta. -Cierra los ojos y verás mucho más que eso.

– ¡Vaya, hombre! No consigo saber lo que quieres decir con todas esas cosas -añadió, enfadado.

Siempre le molestaban mis conferencias sobre el éxtasis Samadhi, que es el estado que se alcanza cuando uno lo detiene todo y detiene la mente y con los ojos cerrados ve una especie de eterna trama de energía eléctrica ululante en lugar de las tristes imágenes y formas de los objetos, que son, después de todo, imaginarios. Y quien no lo crea que vuelva dentro de un billón de años y lo niegue.

– No te parece -siguió Alvah- que resulta mucho más interesante ser como Japhy y andar con chicas y estudiar y pasarlo bien y hacer algo de verdad, en lugar de estar sentado tontamente debajo de los árboles.

– Para nada -dije, y estaba seguro de ello y sabía que Japhy estaría de acuerdo conmigo-. Lo único que hace Japhy es divertirse en el vacío.

– No lo creo.

– Te apuesto lo que quieras a que es así. La semana que viene le acompañaré a la montaña y lo averiguaré y te lo contaré.

– Muy bien -suspiró-, en cuanto a mí, me limitaré a seguir siendo Alvah Goldbook y al diablo con toda esa mierda budista.

– Algún día lo lamentarás. No entiendo por qué no consigues comprender lo que te estoy explicando: son tus seis sentidos los que te engañan y te hacen creer, no sólo que tienes seis sentidos, sino además que entras en contacto con el mundo exterior por medio de ellos. Si no fuera por tus ojos no me verías. Si no fuera por tus oídos no oirías ese avión. Si no fuera por tu nariz no olerías esta menta a medianoche. Si no fuera por tu lengua no apreciarías la diferencia de sabor entre A y B. Si no fuera por tu cuerpo, no sentirías a Princess. No hay yo, ni avión, ni mente, ni Princess, ni nada. ¡Por el amor de Dios! ¿Es que quieres vivir engañado todos y cada uno de los malditos minutos de tu vida?

– Sí, eso es lo que quiero, y doy gracias a Dios porque haya surgido algo de la nada.

– Bueno, hay algo más que quiero decirte: se trata del otro aspecto, de que la nada ha surgido de algo, y de que ese algo es Dharmakaya, el cuerpo del verdadero Significado, y que esa nada es esto, y que todo es confusión y charla. Me voy a la cama.

– Bueno, a veces veo un relámpago de iluminación en lo que intentas exponer, pero créeme, tengo más satoris con Princess que con las palabras.

– Son satoris de tu insensata carne, de tu lujuria.

– Sé que mi redentor vive.

– ¿Qué redentor y qué vive?

– Mira, dejemos esto y limitémonos a vivir.

– ¡Y un cojón! Cuando pensaba como tú, Alvah, era tan miserable y avaro corno lo eres tú ahora. Lo único que quieres es escapar y ponerte feo y que te peguen y te jodan y te volverás viejo y enfermo y te zarandeará el samsara porque estás aferrado a la jodida carne eterna del retorno, y lo tendrás merecido, te lo aseguro.

– No resulta muy agradable. Todos se angustian y tratan de vivir con lo que tienen. Tu budismo te ha vuelto misera ble, Ray, v hace que tengas miedo a quitarte la ropa para celebrar una sencilla y sana orgía.

– Bien, pero ¿al final no lo hice?

– Sí, pero después de muchos melindres… Bueno, dejémoslo.

Alvah se fue a la cama, sentado v cerrados los ojos, pensé: "Este pensar se ha detenido", pero como tenía que pensar en no pensar no se detenía, pero me invadió una oleada de alegría al comprender que toda aquella perturbación era simplemente un sueño que ya había terminado y que no tenía que preocuparme, puesto que yo no era "Yo" y rogué a Dios, o Tathagata, para que me concediera tiempo y sensatez y fuerzas suficientes para ser capaz de decirle a la gente lo que sabía (aunque no puedo hacerlo ni siquiera ahora) v así todos se enterarían de lo que sabía v no se desesperarían tanto. El viejo árbol rumiaba sobre mí, silencioso como una cosa viva. Oí a un ratón moverse entre la hierba del jardín. Los tejados de Berkeley parecían como lastimosa carne viva estremeciéndose que protegiera a dolientes fantasmas de la eternidad de los cielos a los que temían mirar. Cuando por fin me fui a la cama no me sentía engañado por ninguna Princess ni por el deseo de ninguna no Princess v nadie estaba en desacuerdo conmigo y me sentí alegre y dormí bien.

6

Y llegó el momento de nuestra gran expedición a la montaña. Japhy vino a recogerme al caer la tarde en bicicleta. Cogimos la mochila de Alvah v la pusimos en la cesta de la bici. Saqué calcetines v jerséis. Pero no tenía calzado adecuado para el monte v lo único que podía servirme eran las playeras de Japhy, viejas pero resistentes. Mis zapatos eran demasiado flexibles v estaban gastados.

– Así será mejor, Ray, con playeras tendrás los pies ligeros v podrás trepar de roca en roca sin problemas. Claro que nos cambiaremos de calzado de vez en cuando y tal.

– ¿Qué pasa con la comida? ¿Qué es lo que llevas? -Bien, pero antes de hablar de comida, R-a-a-y -a veces me llamaba por mi nombre de pila y cuando lo hacía siempre arrastraba mucho, melancólicamente, la única sílaba, "R-a-a-a-v", como si se preocupara de mi bienestar-, te diré que tengo tu saco de dormir, no es de plumas de pato como el mío, y por supuesto es más pesado, pero vestido y con una buena hoguera te sentirás cómodo allá arriba.

– Con la ropa puesta, bien, pero ¿por qué un buen fuego? Es sólo octubre.

– Sí, pero allá arriba se está bajo cero, R-a-a-y, incluso en octubre -me dijo tristemente.

– ¿De noche?

– Sí, de noche, y de día hace un calor agradable. Verás, el viejo John Muir solía ir a aquellas montañas sólo con su viejo capote militar y una bolsa de papel llena de pan duro y dormía envuelto en el capote y mojaba el pan seco en agua cuando quería comer, erraba por allí durante meses enteros antes de volver a la ciudad.

– ¡Dios mío! ¡Debía ser un tipo duro!

– En cuanto a la comida, he bajado hasta la calle del Mercado y en el Palacio de Cristal compré mi cereal favorito, bulgur, que es una especie de trigo búlgaro sin refinar, y lo mezclaré con taquitos de tocino y así tendremos una rica sopa para los tres, Morley y nosotros. Y también llevo té; uno siempre agradece una buena taza de té bien caliente bajo esas frías estrellas. Y llevo un auténtico pudín de chocolate, no ese pudín instantáneo falsificado sino un auténtico pudín de chocolate que calentaremos y agitaremos bien en el fuego y luego lo dejaremos enfriar encima de la nieve.

– ¡Estupendo, chico!

– Así que en vez del arroz que llevo siempre, en esta ocasión haremos ese pudín en tu honor, R-a-a-y, y en el bulgur voy a poner todo tipo de vegetales secos, los compré en la Ski Shop. Comeremos y desayunaremos eso, y en cuanto a alimentos que nos den fuerza llevo esta gran bolsa de cacahuetes y uvas pasas, y otra bolsa con orejones y ciruelas pasas. -Y me enseñó el diminuto paquete que contenía toda esta importante comida para tres hombres hechos y derechos que iban a pasar veinticuatro horas o más subiendo a las montañas-. Lo más importante cuando se va a la montaña es llevar el menor peso posible, los paquetes te impiden moverte con comodidad.