Jefri Lion tosió levemente.
—Creo que se merece como mínimo eso, si su plan funciona.
Nevis asintió.
—Ya eres parte del negocio, Tuf.
Haviland Tuf se puso en pie con movimientos lentos y cargados de dignidad, apartando a Champiñón de su regazo con la mano.
—¡Mi memoria vuelve! —proclamó—. En el compartimiento hay cuatro trajes presurizados. Si uno de los presentes es tan amable como para vestirse con uno de ellos y prestarme su ayuda, creo que iremos en busca de un aparato de enorme utilidad que se encuentra en el almacén número doce.
—¿Qué diablos…? —exclamó Rica Danwstar cuando estuvieron de vuelta con su trofeo en la sala de control. Luego se rió.
—¿De qué se trata? —preguntó Celise Waan.
Haviland Tuf, que parecía inmenso con su traje azul plateado, puso los pies en el suelo y ayudó a Kaj Nevis a enderezar el objeto. Luego se quitó el casco y lo examinó con aire satisfecho.
—Es un traje espacial, señora —dijo—. Pensaba que sería obvio.
Desde luego, era un traje espacial, pero no se parecía en nada a los que habían visto antes y estaba muy claro que, fuera quien fuera su constructor, no había pensado en los seres humanos al hacerlo. Era tan alto que ni tan siquiera Tuf podía tocar el complejo adorno que coronaba su casco, el cual estaría situado a unos buenos tres metros de la cubierta, rozando casi el mamparo superior. Los brazos del traje poseían dobles articulaciones y había dos pares de ellos: los de abajo terminaban en unas pinzas relucientes provistas de dientes de sierra, en tanto que las piernas del traje habrían bastado para contener el tronco de un árbol mediano y terminaban en grandes discos circulares. En la espalda del traje, de forma abombada, se veían cuatro enormes tanques y del hombro derecho brotaba una antena de radar. El duro metal negro, con el que había sido construido, mostraba en toda la superficie intrincadas filigranas de colores rojo y oro. El traje se alzaba entre ellos como un gigante vestido con una armadura de la antigüedad.
Kaj Nevis lo señaló con el pulgar.
—Aquí lo tenemos —dijo—. ¿Y qué? ¿De qué modo nos ayudará esta monstruosidad? —Meneó la cabeza—. Yo creo que es sólo un viejo cacharro inútil.
—Por favor —dijo Tuf—, este mecanismo, al que de tal modo despreciáis, es una pieza cargada de historia. Adquirí este fascinante artefacto alienígena a un precio nada módico en Unqi, durante un viaje por el sector. Se trata de un auténtico traje de combate Unqi, señor, y se supone que pertenece a la época de la dinastía Hamerin, la cual fue depuesta hace unos mil quinientos años, mucho antes de que la humanidad alcanzara las estrellas de los Unqi. Ha sido totalmente restaurado.
—¿Qué puede hacer, Tuf? —dijo Rica Danwstar, siempre dispuesta a ir al grano.
Tuf pestañeó.
—Sus capacidades son tan amplias como variadas y hay dos que guardan estrecha relación con nuestro problema actual. Posee un exoesqueleto multiplicador que cuando funciona a plena carga es capaz de aumentar la fuerza de quien lo ocupe en un factor aproximado de diez. Además, su equipo incluye un excelente cortador láser que ha sido concebido para penetrar aleaciones especiales de hasta medio metro de grosor, pudiendo llegar a penetrar placas mucho más considerables si éstas son de simple acero, siempre que se aplique directamente sobre el metal. Resumiendo, este viejo traje de combate será nuestro medio para entrar en esa antigua nave de guerra, que se cierne allí en la lejanía como única salvación.
—¡Espléndido! —dijo Jefri Lion, aplaudiendo.
—Puede que funcione —se limitó a comentar Kaj Nevis—. ¿Cómo se impulsa?
—Debo admitir que el equipo presenta ciertas deficiencias en lo tocante a las maniobras en el espacio —replicó Tuf—. Nuestros recursos incluyen cuatro trajes presurizados del tipo habitual pero sólo dos propulsores de aire. Me alegra informar de que el traje Unqi posee sus propios medios de propulsión y el plan que propongo es el siguiente. Me introduciré en el traje de combate y saldré de nuestra nave acompañado por Rica Danwstar y Anittas en sus trajes presurizados con los propulsores de aire. Nos dirigiremos hacia el Arca tan rápido como nos sea posible y, caso de que la trayectoria concluya sin problemas, utilizaremos las inigualables capacidades de dicho traje para penetrar por una escotilla. Se me ha dicho que Anittas es todo un experto en cuanto a los viejos sistemas cibernéticos y los ordenadores de modelos anticuados. Bien, una vez dentro sin duda no tendrá demasiados problemas para hacerse con el control del Arca y podrá eliminar los programas hostiles que ahora la controlan. En ese momento Kaj Nevis será capaz de hacer que mi maltrecha nave se acerque al Arca para atracar en ella y todos nosotros nos encontraremos sanos y salvos.
Celise Waan se puso de un color rojo oscuro.
—¡Nos abandona para que muramos! —chilló—. ¡Nevis, Lion, debemos detenerles!¡una vez que estén en el Arca nos harán pedazos! No podemos confiar en ellos.
Haviland Tuf pestañeó. —¿Por qué debe verse mi moralidad constantemente en entredicho por este tipo de acusaciones? —preguntó—. Soy un hombre de honor y el plan que acaba de ser sugerido ahora jamás me ha pasado por la cabeza.
—Es un buen plan —dijo Kaj Nevis, sonriendo y empezando a quitar los sellos de su traje presurizado—. Anittas, mercenario, a vestirse.
—¿Piensas permitir que nos abandonen aquí? —le preguntó Celise Waan a Jefri Lion.
—Estoy seguro de que no pretenden causarnos daño alguno —dijo Lion, dándose leves tirones de la barba—, y aunque lo pretendieran, Celise… ¿cómo quieres que les detenga?
—Llevemos el traje de combate hasta la escotilla principal —le dijo Haviland Tuf a Kaj Nevis mientras que Danwstar y el cibertec se vestían. Nevis asintió, se quitó su traje con una contorsión y se unió a Tuf.
No sin ciertas dificultades lograron transportar el enorme traje Unqi hasta la escotilla principal. Tuf se quitó el traje presurizado que aún llevaba y abrió los seguros de la escotilla, luego cogió una escalerilla portátil y emprendió la difícil tarea de subir al traje Unqi.
—Un momento, Tuffy —dijo Kaj Nevis, cogiéndole por el hombro.
—Señor —dijo Haviland Tuf—, no me gusta ser tocado. Suélteme. —Se volvió a mirarle y la sorpresa le hizo pestañear. Kaj Nevis blandía un vibrocuchillo. La delgada hoja que producía un agudo zumbido y que era capaz de cortar acero sólido se movía con tal celeridad que resultaba invisible y estaba menos de un centímetro de la nariz de Tuf.
—Un buen plan —dijo Nevis—, pero debe hacerse un pequeño cambio en él—. Yo iré en el supertraje acompañando a la pequeña Rica y al cibertec. Tú vas a quedarte aquí a morir.
—No apruebo la sustitución —dijo Haviland Tuf—. Me apena enormemente ver cómo también aquí se sospecha sin el menor motivo de mis actos. Puedo asegurar, del mismo modo que se lo he asegurado antes a Celise Waan, que jamás ha pasado por mi cabeza ni la más mínima idea de traición.
—Qué extraño —dijo Kaj Nevis—. Por la mía sí, y me pareció una idea excelente.
Haviland Tuf asumió su mejor aspecto de dignidad herida.
—Sus bajos planes han sido reducidos a la nada, señor —anunció—. Anittas y Rica Danwstar están detrás de usted. De todos es sabido que Rica Danwstar fue contratada justamente para evitar tal tipo de conducta por parte suya. Le aconsejo que se rinda ahora mismo y todo será más fácil para usted.
Kaj Nevis sonrió.
Rica llevaba el casco bajo el brazo. Estuvo examinando el cuadro que formaban Tuf y Nevis, meneó levemente su linda cabeza y suspiró.
—Tendrías que haber aceptado mi oferta, Tuf. Te dije que llegaría un momento en el cual lamentarías no contar con una aliada. —Se puso el casco, cerró los sellos y tomó uno de los propulsores de aire comprimido—. Vámonos, Nevis.