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El rollizo rostro de Celise Waan se iluminó finalmente con algo parecido a la comprensión de lo que ocurría y en su honor debe decirse que esta vez no sucumbió a la histeria. Miró a su alrededor en busca de un arma y al no encontrar nada obvio, acabó agarrando a Champiñón, que estaba junto a ella observando los acontecimientos con curiosidad.

—¡Tú, tú… tú! —gritó, lanzando el gato al otro extremo de la habitación. Kaj Nevis, se agachó. Champiñón lanzó un sonoro aullido y se estrelló contra Anittas.

—Tenga la amabilidad de no molestar más a mis gatos —dijo Haviland Tuf.

Nevis, ya recobrado de la sorpresa, agitó el vibrocuchillo ante Tuf de un modo más bien desagradable y Tuf retrocedió lentamente. Nevis se detuvo un instante a recoger el traje presurizado de Tuf y lo convirtió en unos segundos en unas cuantas tiras de tejido azul y plata. Luego trepó cuidadosamente hasta el interior del traje Unqi y Rica Danwstar se encargo de cerrarlo. Nevis necesitó cierto tiempo para entender los sistemas de control del traje alienígena, pero unos cinco minutos después el visor del casco empezó a brillar con un apagado resplandor rojo sangre y los pesados miembros superiores se movieron lentamente. Nevis movió con precaución los brazos provistos de pinzas en tanto que Anittas abría la parte interior de la doble escotilla. Kaj Nevis se metió dentro de ella caminando pesadamente y haciendo chasquear sus pinzas, seguido primero por el cibertec y luego por Rica Danwstar.

—Lo siento, amigos —anunció ella mientras la puerta se cerraba—. No es nada personal, solamente aritmética.

—Muy cierto —dijo Haviland Tuf—. Sustracción.

Haviland Tuf estaba sentado ante los controles, inmóvil y silencioso en la oscuridad, observando el leve brillo de los instrumentos. Champiñón, altamente ofendido en su dignidad, se había instalado de nuevo en el regazo de Tuf y le permitía benévolamente que le acariciara para calmarle.

—El Arca no está disparando sobre nuestros antiguos compañeros —le dijo a Jefri Lion y Celise Waan.

—Todo ha sido culpa mía —replicó Jefri Lion.

—No —dijo Celise Waan—. La culpa es de él. —Y su gordo pulgar señaló a Tuf.

—No es usted precisamente un dechado de amabilidad y de discernimiento femenino —observó Haviland Tuf.

—¿Discernimiento? ¿Qué se supone que debo discernir? —dijo ella enfadada.

Tuf cruzó las manos ante su rostro.

—No carecemos de recursos. Para empezar, Kaj Nevis nos dejó un traje presurizado en buenas condiciones —dijo Tuf señalando hacia el traje intacto.

—Y ningún sistema de propulsión.

—Nuestro aire durará el doble de tiempo, ahora que nuestro número ha disminuido —dijo Tuf.

—Pero seguirá acabándose dentro de ese cierto tiempo —le replicó secamente Celise Waan.

—Kaj Nevis y sus acompañantes no utilizaron el traje de combate Unqi para destruir la Cornucopia, después de abandonarla, como muy bien podrían haber hecho.

—Nevis prefirió dejarnos abandonados para que muriéramos lentamente —replicó la antropóloga.

—No lo creo. De hecho, tengo la impresión de que muy probablemente deseaba preservar esta nave como último refugio para el caso de que su plan de abordar el Arca terminara mal —Tuf se calló durante unos segundos como si estuviera pensando—. Mientras tanto tenemos refugio, provisiones y posibilidad de maniobra, aunque ésta resulte algo limitada.

—Lo único que tenemos es una nave averiada a la cual se le está terminando rápidamente el aire —dijo Celise Waan. Iba a decir algo más pero en ese mismo instante Desorden entró dando saltos en la sala de control como una bola llena de energía y decisión. Venía entusiasmada persiguiendo una pequeña joya que ella misma impulsaba a zarpazos por la cubierta. La joya aterrizó a los pies de Celise Waan y Desorden se lanzó sobre ella mandándola al otro extremo, con un no demasiado decidido golpe de zarpa. Celise Waan dio un alarido—. ¡Mi anillo de piedra azul! ¡Lo he estado buscando! Condenado animal ladrón. —Se agachó y extendió la mano hacia el anillo. Desorden se acercó a la mano y recibió un fuerte golpe de Celise Waan, que nunca llegó a su destino. Las garras de la gata fueron más certeras y Celise Waan lanzó un nuevo alarido.

Haviland Tuf se había puesto en pie. Cogió a la gata y al anillo, colocó a Desorden bajo la protección de su brazo y le extendió el anillo con un gesto más bien despectivo a su ensangrentada propietaria.

—Esto es de su propiedad —dijo.

—Antes de que muera, juro que cogeré a ese animal por el rabo y le reventaré lo sesos en una pared, si es que los tiene.

—No aprecia en grado suficiente las virtudes de los felinos —dijo Tuf, retirándose de nuevo a su sillón y acariciando a Desorden hasta tranquilizarla igual que antes había hecho con Champiñón—. Los gatos son animales muy inteligentes y de hecho es bien sabido que todos ellos poseen ciertas facultades extrasensoriales. Los pueblos primitivos de la Vieja Tierra llegaron a considerarles dioses en algunos casos.

—He estudiado pueblos primitivos que adoraban la materia fecal —dijo tozudamente la antropóloga—. ¡Ese animal es una bestia sucia y repugnante!

—Los felinos son casi excesivamente limpios y remilgados —le replicó Tuf con voz tranquila—. Desorden no ha salido todavía de la niñez, prácticamente, y su afán de jugar y su temperamento caótico no han remitido todavía. Es muy tozuda, pero eso es sólo una parte de su encanto pues, curiosamente, es también un animal de costumbres. ¿A quién no podría acabar conmoviéndole la alegría que despliega al jugar con los pequeños objetos que encuentra? ¿Quién no es capaz de divertirse ante la conmovedora frecuencia con que extravía sus juguetes bajo las consolas de esta misma sala? Ciertamente, sólo las personas más amargadas y provistas de corazones de piedra… —Tuf pestañeó rápidamente, una, dos, tres veces. En su pálido e inmutable rostro el efecto fue el de una auténtica tormenta emocional—. Fuera, Desorden —dijo, apartando delicadamente a la gata de su regazo. Se puso en pie y luego se arrodilló con envarada dignidad. A cuatro patas, Haviland Tuf empezó a reptar por la sala de control tanteando bajo las consolas del instrumental.

—¿Qué hace? —le preguntó Celise Waan.

—Estoy buscando los juguetes perdidos por Desorden —dijo Haviland Tuf.

—¡Yo estoy sangrando, se nos acaba el aire y ahora busca juguetes de gato! —chilló exasperada.

—Creo que esto es exactamente lo que he dicho —replicó Tuf. Sacó un puñado de pequeños objetos que había bajo la consola y luego un segundo puñado. Tras meter el brazo con todo lo que pudo y examinar sistemáticamente el espacio de esa rendija recogió sus hallazgos, se puso en pie y, tras quitarse el polvo, empezó a limpiar lo que había encontrado.

—Interesante —dijo.

—¿Qué? —le preguntó ella.

—Esto le pertenece —le dijo a Celise Waan, extendiéndole otro anillo y dos lápices luminosos—.

Esto es mío —dijo, poniendo a un lado otros dos lápices, tres cruceros rojos, un acorazado amarillo y una fortaleza estelar plateada—.

Y esto creo que es suyo —dijo, ofreciéndole a Jefri Lion un cristal que tendría el tamaño de la uña del pulgar.

Lion estuvo a punto de dar un salto.

—¡El código!

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf.

Después de que Tuf enviara por láser la petición de atraque hubo un instante de tensión que pareció durar eternamente. En el centro de la gran cúpula negra apareció una rendija y luego otra, perpendicular a la primera. Después hubo una tercera, una cuarta y finalmente una multitud de ellas. La cúpula se había partido en un centenar de angostas cuñas que recordaban las porciones de un pastel y que acabaron desapareciendo en el casco del Arca.