Jefri Lion dejó escapar el aliento que había contenido. —Funciona —dijo, y en su voz había tanto asombro como gratitud.
—Llegué a esa misma conclusión ya hace cierto tiempo —dijo Tuf—, cuando logramos penetrar sin problemas en la esfera defensiva y no recibimos ningún disparo. Esto no es más que una confirmación.
Estuvieron observando lo que ocurría en la pantalla y vieron cómo bajo la cúpula aparecía una cubierta de aterrizaje, tan grande como muchos campos de atraque de planetas de poca importancia. En la cubierta había una serie de marcas circulares indicando lugares prefijados para posarse y varias de ellas estaban ocupadas. Mientras esperaban, vieron encenderse un anillo blanco azulado en una de las que estaban vacías.
—Muy lejos de mí la idea de indicarles la conducta a seguir —dijo Haviland Tuf, con los ojos en los instrumentos y moviendo las manos con gestos tan cuidadosos como metódicos—. Sin embargo, me permito aconsejar que se instalen en los asientos y se pongan los cinturones. Estoy extendiendo los soportes de aterrizaje y programando la nave para posarnos en la marca indicada, pero no estoy seguro del daño que hayan podido sufrir los soportes. De hecho, no estoy muy seguro de si aún tenemos los tres soportes originales de la nave. Por lo tanto, recomiendo precaución.
La cubierta de aterrizaje se extendía bajo ellos como un océano negro y la nave empezó a hundirse lentamente en sus abismos. El anillo iluminado se fue haciendo más y más grande en una de las pantallas, en tanto que en la otra se veía la pálida luz azul de los motores gravitatorios de la Cornucopia iluminando fugazmente lejanos muros metálicos y las siluetas de otras naves. En una tercera pantalla vieron cómo la cúpula se estaba cerrando de nuevo. Doce afilados dientes metálicos se confundieron en una sola superficie, como si hubieran sido engullidos por un gigantesco animal del espacio.
El impacto fue sorprendente mente suave y, de pronto, con un zumbido, un siseo casi inaudible y una levísima sacudida, se encontraron posados en el área indicada. Haviland Tuf desconectó los motores y estudió durante unos segundos el instrumental y lo que se veía en las pantallas. Luego se volvió hacia sus dos pasajeros.
—Hemos atracado —anunció—, y ha llegado el momento de hacer planes.
Celise Waan estaba muy ocupada liberándose del cinturón de seguridad.
—Quiero salir de aquí —dijo—, quiero encontrar a Nevis ya esa ramera de Rica y quiero darles lo que se merecen. Al menos, lo que yo pienso que…
—Parte de lo que usted piensa, me temo, bien podría considerarse una tontería —dijo Haviland Tuf—, y opino que dicho curso de acción sería extremadamente poco inteligente. Nuestros antiguos colegas ahora deben ser considerados nuestros rivales. Dado que nos abandonaron para que muriéramos, no dudo de que sentirán un gran disgusto al descubrirnos aún con vida. y muy bien podrían tomar medidas para rectificar tal contradicción lógica.
—Tuf tiene razón —dijo Jefri Lion mientras iba de una pantalla a otra, contemplándolas todas con idéntica fascinación. La vieja sembradora parecía haberle devuelto los ánimos al igual que la imaginación y ahora todo él irradiaba energía—. Somos nosotros contra ellos, Celise. Esto es la guerra. Si pueden nos matarán, no te quepa la menor duda. Debemos ser tan implacables como ellos y ha llegado el momento de utilizar tácticas inteligentes.
—Me inclino ante su experiencia marcial —dijo Tuf—. ¿Qué estrategia sugiere?
Jefri Lion se tiró de la barba. —Bien, —dijo—, bien, dejad me pensar. ¿Cuál es la situación aquí? Tienen al cibertec y Anittas es, en sí mismo, ya medio ordenador. Una vez entre en contacto con los sistemas de la nave debería ser capaz de averiguar qué partes del Arca siguen en condiciones de funcionar y es muy posible que sea igualmente capaz de ejercer cierto control sobre ellas. Eso podría ser peligroso. Puede que ahora mismo lo esté intentando. Sabemos que llegaron aquí antes que nosotros y puede que conozcan nuestra presencia a bordo, o puede que no. ¡Quizá tengamos de nuestro lado la ventaja de la sorpresa!
—Ellos tienen la ventaja de todo el armamento —dijo Haviland Tuf.
—¡Eso no es problema! —dijo Jefri Lion, frotándose las manos con entusiasmo—. Después de todo, esta sembradora es una nave de guerra. Ciertamente, el CIE estaba especializado en la guerra biológica pero, siendo una nave militar, estoy seguro de que la tripulación debía poseer armas portátiles, fusiles, todo ese tipo de cosas. Debe existir una armería en algún lugar y lo único que debemos hacer es encontrarla.
—Sin duda —dijo Haviland Tuf. Lion parecía ahora absolutamente entusiasmado con su perorata.
—Nuestra gran ventaja… bueno, no querría pecar de inmodestia, pero nuestra gran ventaja es que yo esté aquí. Aparte de lo que Anittas pueda descubrir en los ordenadores tendrán que ir tanteando a ciegas, pero yo he estudiado las naves del viejo Imperio Federal. Lo sé todo sobre ellas —frunció el ceño—. Bueno, al menos todo lo que no se ha perdido o estaba clasificado como alto secreto, pero tengo una cierta idea sobre la disposición general de estas sembradoras. Primero necesitamos encontrar el arsenal, que no debería estar demasiado lejos de aquí. El procesamiento seguido habitualmente consistía en almacenar el armamento cerca de la cubierta de atraque para que estuviera fácilmente a disposición de los grupos que salían de la nave en misiones especiales. Después de que nos hayamos armado deberíamos buscar… hmmmm, dejad que piense… Bueno, sí, deberíamos buscar la biblioteca celular; eso es crucial. Las sembradoras poseían enormes bibliotecas celulares, copias clónicas de material procedente de miles de mundos, conservadas en un campo de éxtasis. ¡Debemos averiguar si las células siguen estando en condiciones de reproducirse! Si el campo se ha estropeado y las muestras celulares se han echado a perder, todo lo que habremos conseguido será una nave enorme, pero si los sistemas se encuentran todavía en condiciones de operar, ¡entonces el Arca realmente no tiene precio!
—Aunque no dejo de apreciar lo importante que es la biblioteca celular —dijo Tuf—, pienso que quizá resulte de prioridad más inmediata el localizar el puente. Si nos guiamos por la quizás arriesgada pero indudablemente atractiva hipótesis de que ningún miembro de la tripulación original del Arca sigue vivo, transcurridos ya mil años, entonces nos encontramos solos en esta nave, con nuestros amigos por única compañía.
Quien consiga controlar primero las funciones de la nave gozará de una ventaja formidable.
—¡Buena idea, Tuf! —exclamó Lion—. Bueno, pongámonos en marcha.
—De acuerdo —dijo Celise Waan—. Quiero salir cuanto antes de esta trampa para gatos.
Haviland Tuf levantó un dedo. —Un momento, por favor. Hay un problema a considerar. Somos tres y sólo poseemos un traje presurizado.
—Estamos dentro de una nave —dijo Celise Waan con voz francamente sarcástica—. ¿Para qué necesitamos trajes?
—Quizá para nada —admitió Tuf—. Es cierto que el campo de aterrizaje parece funcionar como una enorme escotilla y mis instrumentos indican que ahora nos encontramos rodeados por una atmósfera de oxígeno y nitrógeno, totalmente respirable, que fue bombeada al interior una vez se hubo completado el proceso de cerrar la cúpula.
—Entonces, Tuf, ¿dónde está el problema? —Sin duda me estoy excediendo en la cautela —dijo Haviland Tuf—, pero debo confesar que siento cierta inquietud. El Arca, a pesar de hallarse abandonada ya la deriva, sigue indudablemente cumpliendo ciertas funciones y de ello dan prueba las plagas que regularmente asolan H’Ro Brana al igual que la eficiencia con la que supo defenderse al aproximamos. Todavía no tenemos ninguna idea de por qué fue abandonada y tampoco sabemos qué le sucedió a la tripulación, pero me parece claro que su intención era hacer que el Arca siguiera con vida. Quizá la esfera defensiva exterior no fuera sino la primera de una serie de líneas defensivas automatizadas.